Por
Jaime Alejandro Rodríguez Publicado en Javeriana.edu.co
Virilio es un magnífico ejemplo de resistencia a lo que él mismo llama “tecnologías de la percepción y de la representación”. En general, el planteamiento de Virilio consiste en valorar negativamente la mecanización de la percepción, hasta el punto de pensar que ese proceso no sólo afecta la percepción misma, sino su procesamiento (el lugar de la formación de las imágenes mentales y el de la consolidación de la memoria natural) y luego su interpretación, es decir, el sentido mismo de realidad. Virilio imagina que el último paso de ese proceso cultural de mecanización de la percepción (que consiste en una carrera de velocidades entre lo transtextual y lo transvisual), será la puesta a punto de una maquina de visión, es decir, la delegación a una máquina del análisis de la realidad objetiva. Desde el recuento del proceso que realiza Virilio es posible replantear asuntos que hemos tratado ya en el trabajo, como la aparición del pensamiento relativista y sus consecuencias: la era del espectador y también algunos procesos de democratización y anarquismo. Su preocupación más grande es el horizonte totalitario de la manipulación mediante la imagen codificada, y sus formas vulgares: la propaganda y la publicidad.
En el capítulo titulado La amnesia tipográfica, Virilio afirma, por ejemplo, que la multiplicación, en nuestros tiempos, de las prótesis visuales y audiovisuales y la utilización de estos materiales desde la infancia está ocasionando la codificación, cada vez más laboriosa, de imágenes mentales con tiempos de retención reducidos y sin gran recuperación ulterior, es decir, “la desaparición de la capacidad mnésica”. Desaparición que también puede entenderse como una especie de rechazo de la conciencia y/o un crecimiento de la impotencia del individuo, en la medida en que la mirada ya no precede al gesto o a la palabra: como lo que se mira ya no está al alcance de la mano, no puede inscribirse en la operación del “yo puedo”: ya no alcanzo todo lo que veo, es decir ya no puedo hacer todo lo que veo:
La logística de la percepción destruye, de hecho, lo que los antiguos modos de representación conservaban de ese gozo original idealmente humano, de ese “yo puedo” de la mirada... (Virilio, La máquina de visón, 19).
Estaría produciéndose, pues, un daño que Virilio cree irreparable para la conciencia humana: la aparición de una visión disléxica que estaría provocando una especie de estupidez neonatal: “caricatura casi lastimosa de la visión de los primeros días de la vida”, en la que sólo hay homogeneidad, series de impresiones visuales carentes de significado.
De otro lado, con el surgimiento de lo que llama Virilio la logística de la percepción (la carrera de invención de instrumentos ópticos que va desde el lente hasta el vídeo, pasando por el telescopio, la fotografía y el cine) ya no se puede hablar de una herencia de imágenes sino de un “eugenismo de la mirada”: una diversidad que ya no se relaciona ni con el antes ni con el después.
Todo esto favorece, no la ampliación misma de la percepción y de algún poder cognitivo del hombre, como creen los promotores y vendedores de estas técnicas de comunicación visual y sus aparatos, sino la manipulación de la conciencia, a través de la publicidad y la propaganda que encuentran en la proyección de imágenes fáticas (imágenes que fuerzan la mirada y retienen la atención) una estrategia muy efectiva para “convencer a la gente de lo que sea”:
Durante la primera mitad del siglo, este tipo de imagen se extenderá al servicio de poderes totalitarios o políticos o económicos en los países aculturados o desestructurados, o dicho de otro modo, en las naciones en estado de menor resistencia moral o intelectual (Virilio, La máquina de visón, 27).
Virilio termina este capítulo, recordando cómo desde la Edad Media hasta nuestros días una importante corriente artística de occidente no sólo ha intentado valerse de la instrumentación óptica, sino que ha asimilado su lógica para explorar nuevas formas, pero que habría, según Virilio, terminado estrellándose contra el nihilismo, contra una pérdida de “la fe perceptiva”:
En occidente, la muerte de Dios y la muerte del arte son indisociables y el grado cero de la representación no hace más que llevar a cabo la profecía enunciada mil años antes por Nicéforo, patriarca de Constantinopla, durante la querella iconoclasta: “Si se suprime la imagen, no sólo desaparece Cristo, sino el universo entero” (Virilio, La máquina de visón, 30).
Es como si una especie de correlación congénita entre el orden (social y cultural) y la imagen natural se hubiera destruido progresivamente a partir del momento en que entró en dinámica la ampliación de las posibilidades perceptivas que, a través de la historia, han venido ofreciendo las diversas técnicas de representación, las cuales ya no exigen la laboriosidad ni el procesamiento inherentes a la visión directa formada por la retina gracias a la luz. Esos intermediarios de la percepción (el lente, el objetivo, etc.) habrían, pues, atrofiado nuestra conciencia, nuestro ser en el mundo, lo habrían, paradójicamente, oscurecido.
Curiosamente, la promoción de la logística de la percepción se suele hacer en función de la claridad, es decir de la objetividad que ofrecería la técnica. Pero es esa objetividad, en cuanto pone precisamente en peligro el papel y el valor de la subjetividad, la que termina convirtiendo la logística de la percepción en una amenaza, hasta hacer pensar a Virilio en la posible delegación de la función “humana” de interpretación de la realidad a una maquina.
En el capítulo Menos que una imagen, Virilio vincula la logística de la percepción con el nacimiento y desarrollo del pensamiento relativista que afecta por igual a la ciencia, al arte y a la cultura. En efecto, si la percepción de la realidad depende del instrumento que yo utilice, si los instrumentos “naturales”, de percepción son inadecuados o imprecisos, es posible afirmar que “todo es una ilusión”, que todo depende de la capacidad de observación. Habría incluso una perfecta justificación de la carrera de los instrumentos ópticos por ofrecer al hombre, como decíamos antes, posibilidades de liberación de la subjetividad amarrada a su vez a un aparataje inadecuado de percepción. Liberación tanto en el ámbito de lo cognoscitivo, como en el ámbito del pensamiento y, más allá, de la política: aceptar los limites de nuestra percepción es denunciar también la fragilidad de los órdenes dispuestos alrededor de ella, es develar un modo de manipulación basado en una forma de pensar absolutista. Es, en fin, poner en tela de juicio la legitimidad del universo. Ya sabemos todo lo demás: relativismo a ultranza, guerra al logocentrismo, deconstrucción, etc., hasta llegar a la afirmación (ya conocida y repetida en este trabajo) de que la democracia resulta poco posible sin medios técnicos de información adecuados para el mundo moderno.
Pero Virilio ofrece la otra cara de la moneda: si todo es ilusión, y aceptamos esa premisa, de nuevo el escenario para la propaganda queda abonado. La fotografía primero y después del cine (especialmente en su corriente documentalista), en cuanto actividades que ofrecen objetividad, imágenes del fatum, de lo ya hecho, van imponiendo una lógica que terminará (gracias al factor de fe en un progreso técnico ineluctable) siendo un dogma (afectando, por tanto, la verdad, es decir, la claridad). Ese dogma alcanza su máxima expresión, según Virilio, en el paso de una creencia en la “objetividad del objetivo” a una creencia en “la inocencia de la cámara”.
En relación con el arte, esta creencia tiene también un fin paradójico. Es cierto que los sentidos son limitados, pero estos vehiculan una lógica, la lógica de lo interior, que si bien es relativa, posee leyes que le son propias y que hacen del ejercicio artístico una especie de religión, de misterio. Pretender que la claridad y la objetividad que ofrecen los medios mecánicos de percepción pueden mejorar la capacidad de representación, conduce al nihilismo, a una descreencia de lo poético, al fin del arte:
Con la ubicuidad instantánea de la teletopología (las imágenes al alcance de todos), el cara a cara inmediato de todas las superficies renfringentes, la puesta en contacto visual de todas las localidades, la larga errancia de la mirada se termina; para la nueva esfera pública, el portador poético ya no tiene ninguna razón de ser, la “alas del deseo” de occidente, se repliegan inútiles... (Virilio, La máquina de visión, 45).
Más luz es, por lo demás, más conocimiento de lo íntimo, de lo personal, de lo oscuro: la fotografía, como el cine y ahora el vídeo tienen una capacidad de arrojar luz, es decir, de ofrecer conocimiento de eso oscuro, y esto, para Virilio, puede traducirse (de hecho así lo demuestra en su capitulo La imagen publica) en procedimientos de delación y de vigilancia que afectan no sólo los métodos policiales y judiciales, sino los artísticos mismos: es el nacimiento y justificación del hiperrealismo, pero también del terrorismo totalitario.
Ahora, esa objetividad del objetivo, esa inocencia de la cámara, habría, según Virilio, preparado también otro escenario: el de la desaparición del autor, o lo que él mismo llamará el escenario de una “estética de la desaparición”, es decir de la dilución de los marcos y fronteras propios del arte tradicional. Si es suficiente con montar imágenes, entonces ya no se necesita a alguien “detrás de la cámara”; la cámara hace lo que tiene que hacer: observar; lo demás, lo hará el lector.
A partir de un recuento de los efectos crecientes de un cine documentalista, Virilio en el capítulo: Candorosa cámara, da cuenta de este proceso que podría ayudar a comprender lo que desde otros ámbitos ha dado en llamarse “la era del lector”. Captar, no reconstruir, es la premisa de esta estética de la desaparición que intenta demostrar la mentira ideológica del arte y que propone la igualdad de todos los hombres en la interpretación, en la reconstrucción subjetiva, no en el momento de la captación de la realidad. En la medida en que la subjetividad de la producción resulta siempre elitista, y por lo tanto antidemocrática, la subjetividad en el consumo es reivindicada como un deseable ejercicio de libertad.
Virilio, sin embargo, insiste en que la interpretación puede ser de todos modos, manipulada, que el lector puede ser movilizado hacia los objetivos de alguna causa y es aquí donde radica el peligro real de la logística de la percepción, no en el deseable ejercicio de libertad del observador, sino en la manipulación con la que puede ser recortada esa libertad. Aún si la manipulación del autor desaparece, el lector queda a merced de los intereses ideológicos con los que se “ambienta” el supuesto producto neutro.
Pero el peligro mayor está quizás en la capacidad técnica para formalizar la conciencia. Según Virilio, en el capítulo La máquina de visión, el proceso de automatización de la percepción ha llegado a un momento de máxima maduración y podrá ahora incluir además de la visión artificial, la delegación a una máquina del análisis de la realidad objetiva: la percepción asistida por ordenador:
Después de las imágenes de síntesis, productos de una lógica infográfica, después del tratamiento de imágenes numéricas en la concepción asistida por el ordenador, ha llegado el tiempo de la visión sintética, el tiempo de la automatización de la percepción. ¿Cuáles serán los efectos, las consecuencias técnicas y prácticas de nuestra propia “visión de mundo”, de esta actualización de la intuición de Paul Klee? (Virilio, La máquina de visión, 81).
Es como si Virilio presintiera que ya no sólo se automatiza la percepción misma, sino, ahora, la elaboración ulterior, la interpretación y el pensar.
Para Virilio, el proceso va desde el paso de una lógica formal de la imagen artística tradicional a una lógica dialéctica, propia de la fotografía y el cine, y luego a una lógica paradójica (la del vídeo y la infográfica). La dificultad consiste en que aún no somos capaces de asimilar la virtualidad de estas imágenes de lógica paradójica (como sí asimilamos ya la realidad de la lógica formal y la actualidad de la lógica dialéctica). Esa presencia paradójica de la virtualidad es un dato que nuestra conciencia no puede procesar, pero que nos deja preparados para una manipulación como la que se ha dado, en el ámbito político, con el estratagema de la disuasión: esa estrategia que consiste en mostrar lo que le podría suceder al enemigo si no acepta ciertas condiciones, y que en el ámbito cotidiano, de cierta manera sutil, estamos sufriendo con la publicidad:
Ahora se comprende mejor la importancia decisiva de esta “nueva logística de la percepción” y el secreto que la continúa rodeando. La guerra de imágenes y sonidos que suple la de los objetos y las cosas donde, para ganar, basta con no perderse de vista. Voluntad de verlo todo, de saberlo todo, en cada instante, en cada lugar; voluntad de iluminación generalizada, es otra versión científica del ojo de Dios, que prohibiría para siempre la sorpresa, el accidente, la irrupción de lo intempestivo (Virilio, La máquina de visión, 90).
¿No son estos los peligros del Internet y del hipertexto, en la medida en que estos objetos estarían ligados a la nueva logística de la percepción, a ese deseo de iluminación generalizada que paradójicamente causa cierta “ceguera”; esa ceguera que consiste, según Virilio, en la pérdida de la fe perceptiva, en la automatización de la percepción que amenaza el entendimiento?
En esta era de la simulación generalizada, de la presencia paradójica de lo virtual, la máquina de visión de Virilio, constituye algo así como el símbolo del agotamiento del principio de realidad, según el cual se estaría sustituyendo la realidad natural de la experiencia clásica por una realidad artificial, “como si nuestra sociedad se hundiera en la noche de una ceguera voluntaria, que terminará por infectar el horizonte del ver y del saber” (Virilio, La máquina de visión, 98) .