Hace exactamente dos años, las cajas de seguridad del Banco Macro sucursal Congreso fueron violentadas por una extraña banda de boqueteros. Se dice extraña banda porque la formaba un combo de policías, delincuentes profesionales e integrantes de la “12″, la barra brava de Boca.
La historia fue que en las inmediaciones de la avenida Callao esperaba -quizás haciendo de campana o reducidor-, un delincuente especializado en compra venta de cheques robados y/o falsificados. Uno de esos personajes a quien tanto conoce la División Bancos de la Policía Federal, lo mismo que otros departamentos relativos a investigar fraudes y estafas.
Los que salieron del Banco Macro le dijeron que no había muchos caudales en las cajas violentadas, y despectivamente le entregaron un plástico con Cds –discos rígidos- a los que no le dieron valor alguno.
“Llévate esta caja que debe haber algunos tangos guardados”, le dijeron con mezcla de ingenuidad y estupidez. ¿A quien se le ocurre pensar que alguien guarda música en cajas de seguridad bancaria?
A las 48 de aquel asalto se desató un pánico generalizado por aquella misteriosa cajita de discos rígidos. Centenares de policías buscaban en ámbitos de la city bancaria al misterioso sujeto que se llevó “la cajita feliz”.
Se lo conocía por varios apodos, algunos que otro sabía su rostro y hasta se hablaba de recompensa no por el individuo sino por esos rígidos. Se dijo que ahí estaban registradas cuentas en el exterior y transacciones monetarias por muchos millones de dólares.
Hasta que intervino en la búsqueda otro de esos misteriosos personajes que siempre aparecen en torno a delitos complejos. Era un agente que estaba circunstancialmente en la Argentina por un asunto de narcotráfico. Y su extraña pregunta fue: “¿Alguien tiene un antiguo número telefónico del sujeto, un teléfono viejo que ya no use?, parecía una pregunta algo absurda. ¿Quién puede ubicar a alguien por un teléfono que usó hace tiempo?
El Echelón es un satélite de escucha e intercepción de conversaciones telefónicas desarrollado por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (organismo que está por encima de la CIA, lo que es mucho decir) durante la guerra fría. Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda se sumaron a esa red de redes satelitales y torres terrestres de transmisión.
Hasta aquí nada nuevo, solo que a mediados de la década del 90, los operadores de Echelón en Estados Unidos casi le exigieron a Bill Gates que sus programadores crearan un software capaz de otorgarle a las voces de las personas una especie de huella digital, un reconocimiento de vos único y exclusivo para cada persona. Microsoft tenía muchas violaciones a las leyes monopólicas en los Estados Unidos, y el gobierno federal lo amenazaba con utilizar todo su poder si no sacaban ese programa de reconocimiento de voz. Aún lo mejor del universo informático estaba por venir. Se vislumbraba un futuro de Internet y todo el universo interconectado como finalmente estalló la tecnología en el nuevo milenio. Nada parecía imposible para Bill Gates y su gente, sólo había que proponérselo y se lograría.
No se sabe cuánto tiempo duró el hallazgo del programa, solo que finalmente el soft fue entregado a los operadores de Echelón y de ahí en mas puesto en funcionamiento.
¿Cómo se hizo? El satélite flotando en el espacio, y en la Tierra entre 9 y 12 súper torres de transmisión similares pero obvio más potentes que las que conocemos de red celular.
Y se comenzaron a grabar todas, absolutamente todas las conversaciones telefónicas que se hacían diariamente en todo el mundo. Algo más, se dice, de 3 mil millones de grabaciones diarias. No importaba el contenido de las charlas, solo se tomaban dos detalles. Interesaba sacar un patrón en común entre el número de teléfono y la voz que hablaba desde ese número.
Así con el paso del tiempo se fueron ordenando en la memoria del satélite las huellas digitales de cada voz, junto con el número de teléfono del cual hablaba regularmente. Datos quizás algo imprecisos, todos usamos varias líneas de teléfonos –celulares, fijos y hasta los nuevos de Skype.
El Banco de Datos fue creciendo a tal punto, que es posible hacer lo que pedía el personaje que investigaba el robo en el Banco Macro.
Se ubica en la memoria del satélite a qué timbre vocal respondía un teléfono que ya no se utiliza mas, pero que su registro quedó archivado en el Echelón.
Se le ordena al satélite –obvio, toda operación informatizada-, que cuando esa persona vuelva a hablar por teléfono se registre desde qué número lo hace, qué ubicación geográfica y hasta se lo siga físicamente con otro de los ramales de vigilancia de ese Gran Hermano.
Si el hombrecito que se llevó los discos rígidos robados del Banco Macro volvía a tener una conversación telefónica desde el lugar que fuera, el Echelón le daría a los operadores las coordenadas precisas de cómo y donde buscar al personaje.
Obvio la ciencia ficción parece quedar corta frente al avance impresionante de la tecnología a la que se asiste en el mundo entero. Saber qué solo las cámaras de vigilancia callejera siguen a cada paso y muchos delitos son identificables merced a ese sistema, es apenas una milésima parte de muestra de lo que ocurre en ese mundo invisible en el cuál todos están siendo observados por ese Gran Hermano tecnológico.
Utilizar la tecnología del Echelón tiene un costo muy grande, no es baratito, no es para cualquiera, ni los jueces pueden acceder a él. Solo se maneja a nivel de gobiernos y agencias de seguridad.
No se sabe cómo terminó la historia de los boqueteros que robaron las cajas de seguridad del Banco Macro, en marzo del 2010. Si encontraron o no esos misteriosos discos rígidos, y al hombrecito de las estafas y fraudes bancarios.
En alguna base de datos, algunos cientos de kilómetros de altura, en el espacio infinito, hay un aparato donde figura registrada cada voz en el teléfono.
Y no es el nombre de una telenovela. Es pura realidad.