jueves, 31 de mayo de 2012

El habitaculo de la maquina


El corredor de formula 1, encerrado en un espacio en el que apenas cabe, lucha con fuerza por dominar su bestia mecánica. Desconectado del mundo unido únicamente por una voz que de vez en cuando le suministra datos técnicos. Dice Munford en el mito de la maquina que el astronauta encapsualdo en su nave retorna de nuevo al utero materno. Es quizá el compartimiento de unj formula 1 el lugar mas solitario del mundo?. Que intenta demostrar el hombre?. Se me antoja que el corredor de formula 1 es el punto mas emblematico de este mito de la maquina que vive la civilizacion.


martes, 29 de mayo de 2012

Quien fue Lewis Mumford

Publicado en Portal de las Culturas

Lewis Mumford (Flushing, Queens, ciudad de Nueva York, 19 de octubre de 1895 – 26 de enero de 1990, Amenia, estado de Nueva York). Sociólogo, historiador, filósofo de la tecnociencia, filólogo y urbanista estadounidense. Se ocupó sobre todo, con una visión histórica y regionalista, de la técnica, la ciudad y el territorio. Destacan en particular sus análisis sobre utopía y ciudad Jardín. Sin embargo, sus obras más impactantes pertenecen a un género interdisciplinar y erudito realmente único en el siglo XX, dónde se dan cita ciencia, tecnología, religión, psicología (psicoanálisis en particular), arte, antropología, estética o biología entre otras. Esto es especialmente evidente en su gran obra final, El mito de la máquina, quizás la última gran obra humanista y totalista del siglo XX.
No en vano, Lewis Mumford ha sido tildado de “último humanista del siglo XX” y “erudito entre los eruditos”, si bien su humanismo forma parte de una intensa crítica y renovación de un término que él mismo consideraba caduco en el siglo XX. Curiosamente, y pese a las admiraciones que suscitó en vida por parte de artistas, políticos, intelectuales, poetas o psicoanalistas, hoy es un autor bastante olvidado. Él mismo advirtió que su obra sería relegada al olvido porque causaría humillación y malestar a todo aquél hiperespecialista que intentara leer cualquiera de sus libros o artículos. Tan sólo en ciertos círculos de estudiosos de la arquitectura y el urbanismo sigue siendo obligatorio el conocimiento de este autor.

Trayectoria

Mumford pertenece a ese género de intelectuales que nunca acabó una carrera universitaria y que, además, siempre mostró una postura crítica con la formación oficial en particular y con cualquier institución estatal en general. Dotado de una vocación autodidacta realmente voraz, Mumford comenzó siendo un crítico de arquitectura y urbanismo, escribiendo múltiples libros y artículos sobre dicho tema a lo largo de su dilatada vida. La historia de las utopías, 1922 y Sticks and Stones, 1924, fueron sus primeras obras relevantes en dicho campo. Éstas le concedieron fama inmediata entre toda una generación de arquitectos europeos revolucionarios (Gropius, Mendelsohn…) a quiénes sorprendió su juventud y su visión crítica.
No mucho después, Frank Lloyd Wright, acaso el más influyente de los arquitectos norteamericanos de principios del siglo XX, se pondría en contacto con Mumford, ya que éste último había expresado en numerosas ocasiones que “sólo Frank Lloyd Wright puede salvar a la humanidad del caos urbanístico al que se aproxima, de un urbanismo mecánico, frígido, aséptico, inhumano”. Durante décadas, estos dos grandes mantendrían una apasionada relación vía epistolar en la que Mumford siempre se mantuvo distante, ofrendando a veces críticas positivas y otras realmente destructivas. Más de una de las depresiones de Wright fueron causadas por la dureza de Mumford, quién era visto por Wright como una especie de padre espiritual (pese a que Mumford era bastante más joven). Dichas cartas fueron publicadas en la obra Wright and Mumford. Thirty years of correspondence, 1999.
La ciudad en la historia, 1961, es su obra más relevante en el campo “urbanístico”, si bien se trata de una obra realmente extensa repartida en dos densos volúmenes donde propone una visión de la ciudad como un organismo vivo. Dicho organismo, con su estética, edificios, funciones, política o sociología sólo puede ser comprendida, según Mumford, desde la óptica del filósofo generalista. Por ello, Mumford despliega toda una serie de conocimientos reflexivos y críticos, mezclando historia, filosofía, religión, política, jurisprudencia, arquitectura.
Por todo ello, este proyecto resulta revolucionario no sólo en lo que el título propone, sino en la multitud de tesis particulares introductorias que ponen en duda teorías económicas, históricas y antropológicas consideradas todavía hoy canónicas. Si bien puede ser considerada su obra más influyente (mas no la mejor), los historiadores del urbanismo sólo parecen haber tomado sus secciones más descriptivas, mostrando que la profecía de Mumford (que su obra sería relegada al olvido por la humillación que infringe a la perspectiva adoptada por los superespecialistas) era verosímil.
A.E.J. Morris, notable historiador del urbanismo, realizó una obra meramente descriptiva y formalista (Historia de la forma urbana) que, aun teniendo en cuenta la línea cronológica básica expuesta por Mumford, olvidaba la principal lección: solo una visión holística desentraña la parte cognoscible de la historia del urbanismo. Cabe destacar que el estilo literario empleado por Mumford en la redacción de esta obra resulta sumamente poético y elegante. Por ello, a veces puede parecer, gratamente, una especie de “ensayo novelesco”.
A partir del 1934 se ocupó extensivamente de la cultura de las máquinas. En general, el trabajo de Mumford es abundante y exhaustivo, cubre todo tipo de información histórica, y pone en relación las diversas civilizaciones (Asia, Egipto, precolombinas, Occidente en sus distintas fases).
Dentro del enfoque macroestructuralista, se ocupó de cómo determinadas invenciones tecnológicas transformaron radicalmente la sociedad, como es el caso del reloj, que influirá en trabajos posteriores como el de David Landes, Revolución en el tiempo, de 1987.
Técnica y Civilización (1934) -que se tradujo pronto en Buenos Aires, en 1945, lo que facilitó la versión del resto de su obra- es seguramente su obra más representativa. Ahí propone quizás su noción más célebre: la “megamáquina”. Con ella describe cómo en el antiguo Egipto, la construcción de las pirámides supuso poner en marcha, además de habilidades constructivas, toda una compleja burocracia organizativa del trabajo. La Segunda Guerra Mundial y el desarrollo de la [bomba atómica]] son ejemplos de esa megamáquina en nuestro tiempo. Mumford consideraba que esta megamáquina encierra grandes peligros y es destructiva y escapa al control de los seres humanos. Su visión pesimista de la tecnología se ha extendido a autores como L. Winner.

Ideas

Mumford no abogaba por un rechazo a la tecnología sino por la separación entre tecnologías “democráticas”, que son aquellas que están acorde con la naturaleza humana, y tecnologías “autoritarias”, las que son tecnologías en pugna, a veces violenta, contra los valores humanos. Por lo que sostiene la búsqueda una tecnología elaborada sobre los patrones de la vida humana y una economía biotécnica.
Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.
Munford también colaboró en la reforma de las new towns inglesas, afrontando la función simbólica y la expresión artística en la vida del hombre. Se le ha relacionado culturalmente con autores como: Patrick Geddes, Ebenezer Howard, Henry Wright, Raymond Unwyn, Barry Parker, Patrick Abercrombie, Matthew Nowicki.

domingo, 20 de mayo de 2012

El estancamiento de la Ciencia y su inminente colapso

Por Antonio Ruiz de Elvira. Publicado en Señales de los tiempos.


La ciencia, cómo la sociedad en la que se imbrica, padece de anquilosamiento (Grecia, hoy, es el mejor ejemplo, Arabia Saudí, Venezuela, Cuba, Corea del Norte, los EEUU, ....). Una revisión de lo que se publica en Physical Review Letters, en Science y Nature, o en la American Economic Review y en el Journal of Political Economy, nos indica que se generan un número muy
elevado de detalles, pero que los distintos paradigmas no se cuestionan.
Esto ocurre en física, en astrofísica, en biología y en economía, y en casi todas las demás ramas de la ciencia.

Y sin embargo, esa ciencia, académica, establecida, de dogmas inviolables, no esta produciendo resultados. En dos campos de la física, en particular, no hay avances substanciales. Se busca el bosón de Higgs, pero se lo busca dentro de un camino trillado. Si se lo encuentra, tendremos confirmación de que un modelo en el cual las resonancias se consideran partículas, es correcto. Y una vez tengamos esa confirmación ¿qué? ¿Qué nos enseñará eso sobre nuestro mundo, el mundo que interacciona con nosotros, el que nos afecta diariamente? El otro campo es el intento de recreación de la fusión solar en un laboratorio de la Tierra, pero una fusión controlada. En este campo no hay avances desde hace años, aunque el número de publicaciones (como en el caso anterior) corta el aliento por lo elevado. Pero, ¿dicen algo nuevo esas publicaciones?

En la genética, la idea del 'gen' es entretenida, pero los genes solo se pueden entender en interacciones entre ellos en número casi inimaginable. Se avanza. Se avanza. Se identifican genes. ¿Se entienden sus interacciones?

En la ciencia económica vemos cada día que ni teoría, ni modelos, ni cálculos numéricos con ordenadores gigantescos son capaces, no ya de predecir, ni mucho menos de sacarnos del pozo donde estamos, sino de al menos explicar como hemos llegado hasta aquí. La teoría y los modelos al uso indicaban que invertir en bienes inmuebles era algo perfectamente ortodoxo, aquí, en los EEUU y en China. Hoy, ortodoxamente, se manejan bajadas y subidas de tipos de interés, inflación y deflación, austeridad y crecimiento. Nada de eso explica el fracaso o es capaz de dar indicaciones sobre como recuperar una prosperidad que se nos esta yendo, ya, de las manos.

En 1872 Boltzmann propuso por primera vez una distribución discreta de las energías de interacción entre radiación y materia. Max Planck se resistió durante 15 años a aceptar esa idea, lo que podía haber hecho sin más que escuchar las notas de un piano. Se resistió como gato panza arriba a la innovación mental, y solo propuso su ley de interacción cuántica en un acto de desesperación.

Hoy la resistencia es feroz a aceptar cualquier innovación.

Sufrimos de lo que los griegos clásicos llamaban hubris: es lo que hemos sufrido durante casi 8 años de gobierno socialista, y es lo que sufrimos desde Wall Street, y arrastramos en la ciencia: La idea de que conocemos todo, de que ya hemos llegado, de que no hace falta replantearse los postulados en los que basamos nuestras vidas.

¿Por qué las soluciones que se nos ofrecen, las teorías que se nos explican, han de ser más ciertas que las que había, por ejemplo, antes de Kepler, antes de Newton, de Darwin, de Adam Smith, de Planck y de Einstein? ¿Son correctas las teorías de Samuelson, de Solow, de Friedmann, de Krugman?

La ciencia es un camino, un camino sin final, y es preciso, constantemente, replantearse las hipótesis en las que basamos nuestros pensamientos. La ciencia, que hoy se asimila al dogma, es lo opuesto a él. Debemos medir la constante de la gravedad todos los días, pues no hay garantía alguna de que su valor no haya cambiado de madrugada. Debemos medir todos los días la extensión del hielo ártico, la concentración de CO2, cada año la media de temperatura global. La ciencia es un fluido que se mueve, con estancamientos y turbulencias, siempre cambiante, siempre hacia adelante. Es lo más contrario a las vigas de los edificios, a las verdades inventadas en sueños febriles en las montañas del desierto, en las orillas del Ganges, en los bosques de Nueva York.

Es penoso leer las propuestas de los 'indignados': su falta de innovación, su carencia absoluta de creatividad produce angustia vital. Son jóvenes (algunos) con mentes viejas.

Es penoso contemplar las acciones y reacciones del 'establishment', de gurús económicos (vide Krugman, por ejemplo), de gobernantes e instituciones, lanzando una y otra vez propuestas tan lijadas que parecen recubiertas de jabón: No tienen por donde agarrarlas.

En 1861 Maxwell planteó sus ecuaciones para el campo electromagnético. Estas ecuaciones exigen que cualquier movimiento en el universo se tenga que considerar como relativo. Desde 1878 hasta 1905 Hendrik Lorenz se esforzó, una y otra vez en conseguir esa relatividad. Pero era incapaz de rechazar la existencia de un inútil éter que representaba un sistema absoluto de coordenadas. Desde 1893 hasta 1905 Henri Poincaré se enfrentó al mismo problema y naufragó en la misma roca. Decenas de publicaciones, ningún avance.

Solo mediante la innovación mental del rechazo radical de la idea del éter pudo Einstein abrir la puerta cerrada que permitió el progreso espectacular de la física en el siglo XX. El éter fue propuesto por Huygens en 1678. Hicieron falta 227 para rechazar una hipótesis que era inútil. Las inercias mentales son tremendas.

De la misma manera, Aristarco de Samos propuso alrededor del 250 antes de la Era Común la realidad de que era la Tierra la que giraba en torno al Sol. Solo se acepto esa idea en 1600, 1850 años después. Las inercias mentales son tremendas.

La inmensa revolución de la mecánica cuántica se basó en la innovación de aceptar que la interacción entre la radiación electromagnética y las cargas eléctricas en una cavidad esta cuantizada como las notas en las cuerdas de los pianos.

La gigantesca revolución que nos ha permitido vivir como personas, la innovación de eliminar de las mentes el mandato divino de los reyes (común en la sociedad humana desde la China hasta Portugal) fué un cambio del pensamiento que solo se produjo en 1762. Para las mentes humanas era necesaria una innovación mental para aceptar que los reyes son unos trabajadores como otros cualesquiera, que trabajan de reyes, (o de presidentes de gobierno) como otros trabajan de albañiles. Las inercias mentales son tremendas.

Necesitamos estimular, con todas nuestras fuerzas, la innovación en nuestros procesos mentales. Estimular las propuestas de ideas radicalmente nuevas, que podemos probar, aceptar o rechazar.

Pero es urgente, urgentísimo, que esas propuestas innovadoras se conozcan, se publiquen, se desarrollen.

Eso, o un colapso por simple agotamiento de ideas caducas.

jueves, 17 de mayo de 2012

Mumford y Galileo mirando a la Luna: apuntes sobre la imagen mecánica del mundo

Por John Jimenez. Publicado en Laboratorio de ideas 

En 1969 el hombre llegó a la luna. Un periodista impertinente de Newsweek le pregunta a Lewis Mumford: ¿Qué piensa usted de este gran acontecimiento? Mumford contesta de forma breve y concisa: “Tanto dinero gastado por un puñado de rocas sin interés” (Miller 2002: 540). Se trata, a primera vista, de una respuesta ingenua y desprevenida. Pero no lo es. Dos años atrás, y como testimonio de una larga carrera académica, Mumford había publicado el primero tomo de su obra monumental: El mito de la máquina (1967). Su proyecto general era continuar con las reflexiones sobre el impacto de la tecnología en la imagen del mundo moderno. La tecnología había desplazado el lugar central de los dioses de la antigüedad y se había instalado en el centro del universo. “A resultas de esto, los maestros del gremio científico, con sus múltiples imitadores y discípulos, poseen en la actualidad una influencia y un poder mayores que los de cualquier otra casta sacerdotal del pasado” (Mumford, 2011: 120).
Ciertamente los primeros pasos del hombre sobre la luna fueron vistos, por el mundo entero, como el triunfo aplastante del progreso científico. Los seres humanos, ya lo ha señalado Jean-Yves Goffi, cuando se enfrenta a un medio hostil e inhabitable son capaces de desplegar abiertamente todos sus medios técnicos. Pero visto detenidamente, este acontecimiento esboza una imagen aterradora: el hombre depende totalmente de la máquina. ¿Qué ha sucedido para que las máquinas tengan tanta importancia en nuestro mundo? ¿Por qué en un mundo con tantas urgencias humanas se invierte tanto dinero “en un puñado de rocas sin interés”? Para llegar a este punto fue necesaria una transformación técnica que tuvo lugar en el siglo XVI y permitió trazar “una imagen del mundo despersonalizada en que las actividades y los intereses mecánicos tenían preferencia respecto a las inquietudes más propiamente humanas” (Mumford, 2011: 85). Se trata de una imagen mecánica del mundo inaugurada por las mentes más brillantes de la Modernidad. “Así, todo un conjunto de abstracciones metafísicas puso los cimientos para una civilización tecnológica en la que la máquina, en el más reciente de sus múltiples avatares, acabaría convirtiéndose en el ‘poder supremo’, un objeto de adoración y pleitesía” (Mumford, 2011: 116).
La imagen mecánica del mundo
Santo Tomás de Aquino había consagrado las obras de Aristóteles como referente de todo conocimiento verdadero durante la Edad Media. El estagirita era considerado la máxima autoridad en todos los temas y más allá de sus extensas reflexiones nada era aceptado. Se trataba de un conocimiento que apelaba a la sabiduría antigua y se negaba a reconocer los nuevos hallazgos de la ciencia naciente. “Cuando el pensamiento racional hubo alcanzado tal rigidez cadavérica, embalsamado en obras obsoletas, era obvio que había llegado el momento de enterrar estas autoridades y empezar de nuevo, para buscar nuevos hallazgos en el mismo terreno de aquellos primeros observadores, con una mirada y una mente renovadas y ambiciosas” (Mumford, 2011: 87). Galileo Galilei será la figura central de esta transformación. Sus aportes, junto a las descripciones sistemáticas del mundo físico que hicieron Copérnico, Kepler, Descartes, Leibniz y Newton, serán la clave de la nueva imagen del mundo.
Galileo personifica las dos características principales de la ciencia naciente: saber empírico y conocimiento teórico. Por una parte, era un observador atento y por lo tanto poseía un enorme saber que tenía su fuente en la experiencia. Por otra parte, tenía una gran capacidad para formalizar sus observaciones, formulaba teorías y abstraía fácilmente. Esta es, sin duda, la parte más conocida de la historia. Sin embargo, más allá de su talento como científico, la obra de Galileo deja sentadas las bases de una nueva cosmovisión que prosperó durante más de trescientos años y que aún prospera. Se trata de la imagen mecanicista del mundo.
Mumford señala que esta imagen inaugurada por Galileo parte de dos falacias: la primera, es pensar que el universo “real” está constituido, exclusivamente, por una estructura matemática. La segunda, es considerar que el único atributo valioso de los seres humanos es la capacidad de entender esa estructura matemática.
Galileo sintetiza esta idea en su conocida obra El mensajero:
“La filosofía está escrita en este
grandísimo libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero no puede entenderse si antes no se aprende a comprender la lengua y conocer los caracteres en que está escrito. Está escrito en lenguaje matemático y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender humanamente una palabra. Sin ellas, damos vueltas en un oscuro laberinto” (Mumford, 2011: 88).
En aquella época la mecánica, que incluía a la astronomía, era la única ciencia conocida. El éxito de esta disciplina lleva a Galileo a pensar que el modelo matemático, de gran pertinencia en las formulaciones mecánicas, podía extenderse a la interpretación del universo entero. Mathesis universalis. Ciertamente el error es no distinguir entre el conocimiento exacto y el conocimiento suficiente. El conocimiento exacto intenta medir y cuantificar los cuerpos físicos, les asigna una cifra y mide sus movimientos en un pequeño intervalo de tiempo. En alguna medida este procedimiento es válido cuando se trata de materia “muerta”. Sin embargo cuando se observa la complejidad del mundo “viviente” el conocimiento exacto es insuficiente. Para dar cuenta de la riqueza del mundo hacen falta algo más que círculos y triángulos y otras figuras geométricas. Kant tampoco lo entendió y afirmó que la única ciencia genuina (richting) es aquella que contiene matemáticas. “¿Cuál habría sido la categoría científica de El origen de las especies de Darwin (1859), que no contiene ni unas sola fórmula matemática y presenta un único diagrama filogenético (que no es una figura geométrica) si Kant hubiese tenido razón?”(Mayr, 2006: 31).
Con Galileo se consolida la idea de un nivel de realidad único que es igual en todas las épocas y para todas las especies vivas. Se trata de una construcción hipotética pura construida a partir de deducciones de una cantidad limitada de datos. Las investigaciones recientes en etología demuestran lo contrario. Jakob von Uexkull ha señalado que cada especie tiene un entorno (Umwelt) significativo distinto que está en correspondencia con su dotación orgánica. El murciélago y el delfín ven el mundo de modo distinto. En los seres humanos la percepción del mundo es de una alta complejidad: tiene como base los datos que provienen de los sentidos y se modifica constantemente con las ideas culturales, es decir, con el lenguaje, el arte, las técnicas, las leyes, las instituciones, la historia.
Considerar al mundo como una estructura matemática abstracta conduce a pensar que la cualidad humana más destacada es la mente científica capaz de entender esa estructura. Galileo se apropia de las reflexiones de Kepler:
“Así como el oído está hecho para percibir el sonido y
el ojo para percibir el color, del mismo modo está formada la mente para comprender no los tipos de cosas sino las cantidades. Percibe cualquier cosa con mucha más claridad cuanto más se expresa en cantidades puras, pero cuanto más se aleja de las cantidades, más llena de errores y oscuridad estará” (Mumford, 2011: 88).
La anatomía que defiende Galileo se construye sobre un desmembramiento del cuerpo. Galileo cree “que si desaparecieran los oídos, las lenguas y las narices, permanecerían las formas y los números, mas no los olores, los sabores o los sonidos” (Mumford, 2011: 103). Los sentidos pasan a un segundo plano y se considera que la función especializada de la mente es la reflexión matemática. Otras fuentes del conocimiento quedaban clausuradas. En consecuencia el hombre y sus experiencias subjetivas son expulsadas de la nueva cosmovisión, en su lugar solo queda la inteligencia estéril y sus creaciones: los teoremas y las máquinas. Hoy las investigaciones en el terreno de la neurociencias demuestran que la capacidad más asombrosa del cerebro no tiene nada que ver con la exactitud matemática. A diferencia de un computador el cerebro puede majar datos confusos,vagos e imprecisos, sin colapsar.
La actitud científica de Galileo contrasta con su vida personal. Mientras el científico solamente valoraba el mundo cuantificable y habitaba en un espacio abstracto, el Galileo de carne y hueso se deleitaba con la sensualidad del mundo barroco. “Él mismo fue un amante apasionado y un progenitor prolífico; y aceptó que el erotismo, el placer estético y la poesía fueran relegados al exilio de su mundo solo mientras sus intereses técnicos y científicos fueran prioritarios” (Mumford, 2011: 94). Galileo encarnaba tanto la figura del hombre de letras como la imagen del científico entregado, paradójicamente la separación que estableció entre un mundo objetivo y otro subjetivo dejó para la posteridad una brecha insalvable: el abismo que se tiende entre el artista y el hombre de ciencia.

El delito de Galileo
La Iglesia Católica Romana condenó a Galileo por un delito que él jamás cometió. “Para Galileo y sus seguidores la ciencia no era una alternativa a la religión, sino parte indispensable de ella” (Mayr, 2006: 31). Ciertamente su personalidad era conservadora y su respeto por la teología tradicional era fundamental. Estaba muy lejos de la herejía. Ni siquiera en el terreno de la ciencia pretendió desencadenar una revolución. ¿Cuál es, entonces, el verdadero delito de Galileo? “Galileo cometió un delito mucho más grave que cualquiera de aquellos de los que pudiera acusarle los dignatarios de la Iglesia; pues su verdadera culpa fue la de canjear la totalidad de la experiencia humana (…) por esa diminuta porción que puede observarse en un intervalo de tiempo limitado” (Mumford, 2011: 95). Este es el error: establecer una separación entre una esfera objetiva, que podía entenderse de forma clara y distinta; y una esfera subjetiva, que era oscura y confusa. Se trata de un poderoso dualismo.
En esta nueva cosmovisión para entender qué es el hombre será necesario reducir toda su complejidad a una metáfora mecánica. Ya en el siglo XX Buckminster Fuller describe perfectamente esta idea nacida en el siglo XVI:
“-¿Qué es eso, mamá?
- Es un hombre, mi amor.
-¿Qué es un hombre?
-¿Un hombre? Un bípedo de 28 articulaciones de base adaptable, una planta de reducción electroquímica integral con capacidad de almacenaje separado de extractos especiales de energía en baterías de almacenamiento para consiguiente activación de miles de bombas hidráulicas y neumáticas con movimiento incorporado; 93.000 kilómetros de capilares sanguíneos, millones de sistemas de alarma, ferrocarril y cinta transportadora; grúas y compactadoras (…) y un sistema de teléfono distribuido universalmente que no requiere mantenimiento durante setenta años si se utiliza correctamente; el conjunto constituye un mecanismo extraordinariamente complejo guiado con exquisita precisión desde una torreta en que se emplaza unas cámaras telemétricas con visión telescópica y microscópica capaces de automonitorizarse y registrarse, un espectroscopio, etcétera” (Fuller, 2003: 65).
Muy lejos está la descripción que hace del hombre Crollius en su célebre Tractatus de signaturis. “Su carne es gleba; sus huesos, rocas; sus venas, grandes ríos; su vejiga, el mar y sus siete miembros principales, los siete metales que se ocultan en el fondo de las minas. El cuerpo del hombre es siempre la mitad posible del atlas universal” (Foucault, 1968: 31). Ni qué decir de la definición que da Platón: “El hombre es un bípedo implume”.
Si bien Mumford señala las falacias del pensamiento de Galileo, también le reconoce sus logros y da razón de su grandeza. La Edad Media consagró dos fuentes de conocimiento: por una parte, para acercarse a las verdades eternas bastaba con acudir a la sabiduría del libro sagrado; por otra parte, el conocimiento surgía de las acaloradas discusiones retóricas de los grandes maestros. Se trata del éxito de la Biblia y de la pirotecnia discursiva. Galileo introduce una nueva forma de conocimiento: el método científico. El método permitía corregir los razonamientos errados y vencía los prejuicios personales. Su principal herramienta eran el experimento riguroso y la observación atenta. Gracias a este procedimiento, que podía ser replicado en cualquier momento, todos los “espíritus abiertos” podían llegar a conclusiones comunes. “Los grandes frutos morales del nuevo método científico no fueron el razonamiento estricto sino la racionalidad; no la intuición brillante, sino la humildad de aceptar la cooperación o los descubrimientos adversos de otras mentes que estuvieran trabajando con la misma disciplina” (Mumford, 2011: 100). La nueva filosofía científica también contribuyó a superar las controversias estériles que habían dejado la Reforma y la Contrarreforma.
“Lo más útil de esta actitud hacia el ‘mundo externo’ era que se refería constantemente a experiencia comunes en las que, hasta cierto punto, podía participar cualquiera; y dio al hombre confianza en su capacidad de comprender el funcionamiento de la naturaleza. Su mente ya no se contentaba con mapas imaginarios, historias descabelladas, delirios ambiciosos o explicaciones de décima mano, tal como se hacía en la Edad Media, y que entonces solo rechazaban los más despiertos” (Mumford, 2011: 109).
El pragmatismo del nuevo método científico también permitió un avance acelerado de las investigaciones y los buenos resultados crecieron exponencialmente. Prescindir de la complejidad del mundo vivo y concentrarse en la simplicidad del mundo físico permitió “ahorrarse muchísimo trabajo”. Aislar a un objeto de su contexto permitía comprenderlo más fácilmente puesto que las relaciones que este establecía con el medio circundante podían oscurecer el entendimiento.
Conclusión: la absolución de Galileo
La imagen del mundo trazada por Galileo tuvo un éxito abrumador. El método de la nueva ciencia y sus correspondientes ideas metafísicas, que incluían la separación entre las cualidades primarias y secundarias, las descripciones matemáticas como fuente de verdad, acudir a una característica específica de la mente humana para explicar una fracción del entorno; se han extendido a todos los terrenos del saber. “Como resultado final de esta doctrina mecanicista, la máquina se vio erigida a un estatus superior al de cualquier organismo o, en el mejor de los casos, se admitía a regañadientes que los organismos superiores son las máquinas más complejas” (Mumford, 2011: 116). Ahora bien, esta descripción es incompleta si no se acepta los aportes valiosos de la nueva ciencia: ofrecer un lenguaje común, en una época de profundos dogmatismos, fue su gran acierto. Al momento de investigar no importaban los credos particulares pues el juicio debía ceder ante el peso de las observaciones experimentales. También es meritoria la idea de orden que fue introducida en una sociedad que tiende al caos y a la desintegración.
Galileo, ciertamente, nunca supuso que la separación que establecida entre lo objetivo y lo subjetivo terminaría reduciendo la riqueza del mundo humano a una fracción de datos matemáticos. Nunca sospechó que la nueva imagen del mundo terminaría expulsando las preocupaciones más propias de la humanidad y dejaría el terreno libre para el triunfo apoteósico de la tecnología.
“Dictemos, pues, una agradecida absolución post mortem para Galileo: no sabía lo que hacía, y quizás no podía imaginar las consecuencias (…) debió asumir que la cultura que había formado su propia vida y su espíritu seguiría existiendo dentro de un orden más hermoso, enriquecido –no desvitalizado, ni empobrecido, ni reducido- por esta nueva forma de mirar el mundo” (Mumford, 2011: 122).
Volvamos, finalmente, a la luna. Durante miles de años, ese cuerpo brillante que se ve en el cielo oscuro, fue considerado un astro perfecto de superficie lisa y pulida. Así lo creyó Aristóteles y el mundo medieval. Muchos siglos después, en el otoño de 1609, Galileo elevó su telescopio hacia el cielo y observó sorprendido una textura lunar, rugosa y desigual, llena de enormes prominencias y abismos profundos. ¿Qué había cambiado? Ya no era suficiente el testimonio de los grandes sabios, ni las creencias míticas. Era necesaria la comprobación empírica: “¡Lo he visto con mis propios ojos!” Exclamaba Roger Bacon. La expedición norteamericana de 1969 comprueba de forma viva las observaciones de 1609. Los primeros pasos del hombre sobre la luna son el resultado de ese mundo mecánico esbozado por Galileo. Más sorprendente aún: es el retrato de un hombre dependiente de la máquina. Mumford, situado en este escenario, mira hacia el cielo con desconfianza: ¿Por qué tanta fascinación por “un punado de rocas sin interés”? La lección es clara: hay que reorientar el rumbo de la civilización y darle su justo lugar a la máquina. La tecnología debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de ella. Para llevar a cabo esta transformación es necesario hundir las raíces de la humanidad en los valores más fundamentales. “Mientras algunos radicales esperaban que el cambio de valores ocurriera después de la revolución, para Mumford el cambio de valores era la revolución” (Miller, 2002: 166).
Anexo
La técnica y la tecnología han sido temas recurrentes en las reflexiones filosóficas a lo largo de la historia, sin embargo la reflexión sistemática sobre estos temas es un fenómeno reciente.
Se pueden distinguir, en términos generales, dos corrientes: una filosofía de la tecnología ingenieril y una filosofía de la tecnología de las humanidades. La primera intenta explicar el fenómeno tecnológico haciendo uso de conceptos científicos y de la jerga propia del mundo tecnológico. Se trata de “un análisis de la naturaleza de la tecnología en sí misma -sus conceptos, sus procedimientos metodológicos, sus estructuras cognoscitivas y sus manifestaciones objetivas-”. (Mitcham, 1989: 82). Sus principales representantes son Ernst Kapp, creador de la expresión “filosofía de la tecnología”; P. K. Engelmeier, fundador de la Asociación Mundial de Ingenieros y principal promotor de los movimientos tecnocráticos de 1920; y Friedrich Dessauer, quién intenta describir “La técnica en su propia esfera”. Todos ellos comparten, en términos generales, una visión positiva de la tecnología y celebran la aplicación de soluciones tecnológicas a los problemas sociales.
La segunda corriente, más cercana a las ciencias humanas, propone analizar el fenómeno tecnológico con conceptos externos. Busca “penetrar en el significado de la tecnología, sus vínculos con lo humano y extrahumano: arte, literatura, ética, política y religión. Tal búsqueda es para reforzar el conocimiento de lo no-tecnológico” (Mitcham, 1989: 82). Los autores más representativos de esta corriente, buscan situar el significado de la tecnología dentro de una contexto más amplio. Destacan las obras del filósofo español José Ortega y Gasset que en su obra “Meditación de la técnica” establece una antropología filosófica para entender el fenómeno tecnológico; Martin Heidegger, quien ha señalado que “la técnica no es lo mismo que la esencia de la técnica” (Heidegger, 2001: 9); Jacques Ellul que ha elaborado una tesis sobre el determinismo tecnológico. La obra de Mumford se incluye en esta categoría.
Bibliografía
FOUCAULT, Michel.
(1968) Las palabras y las cosas. Buenos Aires: Siglo XXI.
FULLER, Buckminster.
(2003) El Capitán Etéreo y otros escritos. Madrid: Editorial Colegio Oficial de Arquitectos.
HEIDEGGER, Martin.
(2001) “La pregunta por la técnica” en Conferencias y artículos. Barcelona: Ediciones del Serbal.
MAYR, Ernst.
(2006) Por qué es única la biología. Buenos Aires: Editorial Kats.
MILLER, Donald.
(2002) Lewis Mumford: a life. New York: Grove Press Edition.
MITCHAM, Carl
(1989) ¿Qué es la filosofía de la tecnología? Barcelona: Anthropos Editorial.
MUMFORD, Lewis.
(2011) El pentágono del poder. Logroño: Pepitas de Calabaza Editorial.

martes, 8 de mayo de 2012

La Enciclopedia Británica y el saber que ya no ocupa lugar

El cese de la producción en papel de este símbolo histórico del conocimiento pone de relieve el imparable avance de la mediatización de la cultura.

 MARTA CABALLERO Publicado en el Portal de las Culturas

Desde que el libro digital se hizo carne en tinta electrónica e internet el oráculo del mundo, todo el sector de las letras sabía que las primeras publicaciones de papel en caer serían las de consulta, que el saber que se despachaba en grandes tomos acabaría dejando de ocupar lugar. Es el turno ahora de la Enciclopedia Británica, todo un símbolo de la historia contemporánea y fundamental para la historiografía inglesa, que acaba de anunciar el fin de sus 244 años de celulosa para pasarse únicamente al formato digital. Natural y a la vez irónico en un contexto en el que el internauta escribe en Google el nombre de esta publicación y el buscador le remite directamente a su entrada en Wikipedia. Pero no es esta la única causa. Se cierra, en fin, un capítulo en la historia del libro y sigue cerrándose la historia de una revolución, la de la enciclopedia, que ya forma parte de otra revolución, la de la lectura digital.
En realidad, el cese de la producción impresa se enmarca en una tendencia que arrancó con el milenio y en la que el género enciclopédico, que tantas cumbres había coronado hasta el boom de los 90 (aquellos señores que llamaban a la puerta con catálogos y la promesa de un televisor de regalo), se vio obligado a redefinirse con el advenimiento de las publicaciones digitales, como la citada Wikipedia o la ya desaparecida Enciclopedia Encarta, que cerró a finales de 2009 debido a su obsolescencia respecto a sus hermanas gratuitas de la red. Las posibilidades de estos almacenes del saber se multiplicaron primero con los CD-Rom y luego con las páginas web, pues permitían actualizaciones, la inclusión de nuevas herramientas y la ampliación de las posibilidades del contenido gráfico con el componente audiovisual. Pero, no obstante, hay un elemento que ha acompañado a la Enciclopedia Británica a lo largo de la historia, así como a similares como la Larousse en el caso francés o a la Espasa en el español: el prestigio. Si bien es cierto que todas estas publicaciones supervivientes adolecen de una pérdida de rigor en los últimos años, también lo es que las digitales son constantemente cuestionadas por su falta de erudición y por el carácter amateur de sus autores. Y, sin embargo, este mundo en el que la producción de tablets ha aumentado en un 256 por ciento el último año, no puede dejar de tender a lo digital.
Así lo atestigua Darío Villanueva, secretario de la Real Academia Española y responsable de los avances de esta institución en el marco electrónico. Asegura Villanueva que la RAE está “absolutamente centrada” en la incidencia que ya tiene la sociedad digital en sus actividades, que se plasman en el Diccionario, la Gramática, la Ortografía y la publicación de textos clásicos. Actualmente la institución trabaja en la XXIII edición del DRAE, que verá la luz en 2014, y que vendrá aparejado con un encuentro sobre el futuro de estas publicaciones en la era digital que, adelanta el académico, contará con grandes editores -entre ellos los de Oxford-, lingüistas computacionales y fabricantes de aplicaciones y dispositivos de la nueva tecnología. “Queremos saber cómo va a ser la XXIV edición y cómo va a continuar esto”, explica Villanueva, que sin embargo mantiene que la Academia debe continuar apostando también por el papel: “Oxford ha dejado ya de editar en papel su diccionario. Nosotros tenemos también la oferta del diccionario en línea, que en los últimos dos meses ha superado los 62 millones de consultas mensuales. Estamos ante dos millones y medio de visitas al día. Así las cosas, puede que alguien piense que es una contradicción mantener el libro si tiene esta oferta abierta, pero nuestra postura es mantener las dos ediciones“.
Con todo, la RAE no quiere perder comba y promete perfeccionar el diccionario online y pronto presentará sus aplicaciones para iPhone, iPad, Android (en Kindle ya están), pero su postura es que el diccionario es “un monumento de la cultura española” y que como libro “aún tiene vida”. Futuro híbrido, pues, para las obras de consulta del español, que se rigen en la Academia por un plan estratégico que buscará las formas de rentabilizar las publicaciones conforme vayan ampliando su presencia en la red. “A diferencia de la Enciclopedia Británica, nosotros no somos una empresa. Estoy seguro de que su decisión se debe a que no han encontrado una opción mejor”, concluye Villanueva, quien también confirma la pronta remodelación de la web de la institución.

¿Y las enciclopedias españolas?

La situación de las editoras que publicaban enciclopedias en España es aún peor que la vivida en la Enciclopedia Británica, pues muchas han desaparecido o se han especializado en otros campos. Así, Salvat, Planeta, Larousse… a esta última pertenece Enrique Vicién, hoy responsable de marketing del sello y, hasta hace unos años, editor de enciclopedias. Él señala que ambos casos, el británico y el español, son similares, aunque aquí se adelantó la desaparición porque el ámbito anglosajón goza de una mayor tradición enciclopédica. No obstante, considera que la creencia de que las publicaciones digitales han matado a la enciclopedia en papel no es del todo cierta: “Hay otros factores, como los puramente físicos”. Con ellos se refiere Vicién a los cambios en los modos de vida, esto es, la disminución del tamaño de los hogares, el mobiliario tipo Ikea no pensado para albergar este tipo de tomos y, en general, a una menor capacidad económica en las familias.
Pero hay otro factor, aporta Vicién, que se halla en el origen de estos cambios y que alude a un menor apego por el conocimiento: “Este tipo de artefactos que acumulaban ‘todo el saber’, como rezaba nuestro lema, ya no son tan imprescindibles para las familias, que antes estaban dispuestas a hacer un esfuerzo económico para que sus hijos pudieran tener esta herramienta de estudio en sus casas”.

“Todos estamos trabajando en la misma dirección”

Con todos estos avances y retrocesos, la producción de Larousse y otros sellos se fue haciendo inviable hasta desaparecer: “Exigían mucho trabajo, la labor de especialistas, tenían un alto coste de producción porque eran productos de calidad. Los que nos dedicábamos a esto nos fuimos desespecializando a principios del milenio y ahora, como sucede en Larousse, ofrecemos un nuevo tipo de obra de consulta organizada por temas: por ejemplo, jardinería, cine, arquitectura, historia…”, enumera Vicién, que apostilla que de todos estos sectores es el infantil el que mejor sobrevive, gracias a los colegios, como sucede con el mítico Pequeño Larousse de esta casa, que después de 100 años sigue funcionando. También en este sello que alberga el portal diccionarios.com, trabaja por poder llegar al tren de la red: en pocos meses tendrán una enciclopedia consultable online precisamente para los usuarios del Pequeño Laurousse, que permitirá actualizar la información y completarla con material audiovisual. “Otra cosa es que el negocio esté tan claro, porque es complicado hacerlo viable en un país que no tiene tradición de pago”, se apena Vicién, quien, sin embargo, reconoce que estamos en el primer paso de lo que vendrá después.

“Estamos perdiendo el ADN cultural de Europa”

Menos esperanzado, y con la tristeza del romántico, lamenta el escritor y editor Ramón Pernas la desaparición de la edición en papel de la Británica: “Estamos entrando en otra era, las enciclopedias cumplieron una función importante. Son monumentos de la humanidad y debieran de estar protegidas y nunca desaparecer porque son la memoria colectiva de un tiempo y de una cultura. Se pueden digitalizar el Arco del Triunfo y las pirámides de Egipto pero no por eso pueden desaparecer”. Sabe el escritor de lo que habla, él fue responsable de la etapa dorada de Espasa, sello del que fue editor desde el 82 hasta el 92, por ello insiste en la importancia de estos libros con cuya desaparición se va, lamenta, “el ADN cultural de Europa”. Y aporta: “Podrán venir otras formas de leer, podrá automatizarse la respuesta en Google y Wikipedia a todas las preguntas, pero nos vamos a quedar en 140 caracteres. ¿Sabes lo bello que es bajar un tomo y abrirlo por la página que contiene lo que buscabas? Es distinto encontrar lo que buscas que buscar lo que encuentras“. En su opinión, junto a los factores ya señalados, el problema reside en que hoy prima el utilitarismo, “y lo bello casi siempre es inútil”. Para él, que tiene por terminar una novela sobre un hombre que interpreta el mundo a través de la enciclopedia de 100 tomos con la que vive, nada va a sustituir el placer de detenerse en un libro y de bucear en sus páginas.