A
mediados de los años sesenta el mundo estaba tan convulso como hoy. La guerra fría
estaba en su punto más álgido. La guerra de Vietnam quemaba las selvas de
Indochina, el conflicto árabe-israelí empezaba para no terminar nunca, América
Latina estaba preñada de revoluciones, los marines andaban en las calles de
Santo Domingo y, entre otras cosas, se agudizaban las luchas raciales de
Estados Unidos. Pero a diferencia de lo que ocurre hoy la gente se preocupaba,
pensaba, leía, actuaba. La gente de esa generación, que admiro, se arriesgaba,
daba su vida por lo que creía, Cassius Clay cogió cárcel por no ir a Vietnam. El
sistema necesitaba vigilancia 24 horas sobre sus “enemigos” para poder seguir
llevando a cabo el saqueo del planeta.
Pero
entonces la máquina empezó a moverse y nos dio la televisión en colores, la
minifalda, la píldora anticonceptiva y el cine dejo de ser una obra de arte a
la sombra de la guerra de las galaxias el cien se convirtió en un vacío ejercicio
de entretenimiento y las computadoras personales y el internet y los celulares “inteligentes”
lograron que la gente se apartara del mundo, las decisiones las toman los grandes
bancos y corporaciones mientras los seres humanos danzan en 8n movimiento monótono y ritual con sus artilugios
técnicos y su búsqueda del placer vacío y sin sentido.
“Todo
bien” dice la gente creyendo que estar bien es pasarse una noche metido en un
bar compartiendo con amigos a los que no
les ve las caras por estar pegados todos a una pantalla. Y el sexo, ese placer,
ese deleite que nos acerca a los dioses, se ha convertido en un deporte donde
ya no se valora el suave placer de las caricias si no la cantidad y potencia de los polvos.
Más
allá de las pantallas de los juguetes el mundo se desangra, las selvas se
reducen, las guerras aumentan. Y la gente no hace nada. A los que como yo
osamos hablar de esto en público nos reclaman que nosotros no podemos cambiar
el mundo que ya el mundo está hecho y hasta me preguntan qué es lo que yo quiero
que ellos hagan.
Y
en verdad ya no me importa que nadie haga nada, estoy plenamente consciente y
convencido de que los seres humanos que pueblan este planeta, con la única excepción
de las tribus y de algunas regiones rurales del globo, son un ejército de autómatas
fabricados en serie por un sistema eficiente que convierte hombres y mujeres
pensantes en imbéciles.
Y
además ya es más fácil, ya no más panóptico, ya no tienen que matarnos en las
calles ni tirarnos bombas, nosotros mismos les entregamos el poder cuando
corremos a hacer filas para esperar una nueva película, un nuevo Iphone o
cuando nos metemos una hamburguesa llena de venenos.