Por José Manuel Pérez Rivera
Con
la publicación en 1951 de su libro “La conducta de la vida”, Lewis
Mumford daba por concluida la serie “La renovación de la vida”, que
inició en 1930 con la redacción de “Técnica y Civilización” y de la que
también formaron parte otras de sus más conocidas obras como “La cultura
de la ciudades” (1938) y “La condición del hombre” (1944). En este
libro de nombre tan emersiano,-de hecho su admirado Emerson tenía una
obra igualmente titulada “la conducta de la vida” (1860)-, Mumford
aborda los aspectos subjetivos de la condición humana que en su opinión
debían ser transformados para alcanzar la renovación de la vida que él
propone. Una idea que pivota este libro es su manifiesto escepticismo
sobre los sistemas filosóficos, políticos y económicos cerrados que
durante tanto tiempo han marcado la historia de la humanidad.
Para Mumford, la mayoría
de las filosofías éticas han tratado de aislar y estandarizar los
bienes de la vida, y de establecer unos u otros conjuntos de propósitos
supremos. Estas filosofías “han
considerado el placer, la eficacia social o el deber; la
imperturbabilidad, la racionalidad o la autoaniquilación como la
principal cúspide de un espíritu disciplinado y cultivado”. Este
esfuerzo para reducir gradualmente la conducta valiosa a un único
conjunto de principios coherentes e ideales finales no hace justicia, en
su opinión, a la naturaleza de la vida, con sus paradojas, sus
complicados procesos, sus conflictos internos, sus algunas veces
irresolubles dilemas.
Tal y como crítica con acierto Mumford, “con
el fin de reducir la vida a un único y claro modelo intelectualmente
coherente, un sistema tiende a olvidar los diversos factores que
pertenecen a la vida en razón de sus complejas necesidades orgánicas y
sus cada vez más desarrollados propósitos. Realmente, cada sistema
histórico ético, ya sea racional o utilitario o trascendental,
suavemente pasan por alto los aspectos de la vida que son cubiertos por
los sistemas rivales: y en la práctica cada uno acusará al otro de
inconsistencia precisamente en esos imprescindibles momentos cuando el
sentido común felizmente interviene para salvar el sistema de la
derrota. Esto representa un fracaso general en todos los sistemas
rigurosamente formulados para satisfacer todas las diversas y
contradictorias ocasiones de la vida”. A modo de ejemplo y manera
sarcástica, comenta que el hedonismo no es una filosofía demasiado
adecuada en el caso de un naufragio. En este sentido recuerda que en
toda ocasión “hay un tiempo para reír y un tiempo de llorar; pero los pesimistas olvidan la primera cláusula y los optimistas la segunda”.
En opinión de Lewis Mumford, “la vida no puede reducirse a un sistema: la mejor sabiduría, cuando se reduce a un único conjunto de insistentes notas, se convierte en una cacofonía: de hecho, cuanto tercamente se adhiere a un sistema, más violencia infringe uno a la vida”. Afortunadamente, según explica este gigante del pensamiento contemporáneo, “las actuales instituciones históricas han sido modificadas por anomalías, discrepancias, contradicciones, compromisos”.
Haciendo gala de su proverbial maestría en el uso de las metáforas,
considera a estas anomalías con los más ricos abonos orgánicos: “…todos
estos variados nutrientes que permanecen en el suelo social son vistos
con gran desprecio por los creyentes en los sistemas: al igual que los
defensores de los fertilizantes químicos antiguos, no tiene noción de
que lo que hace al suelo utilizable y nutritivo son, precisamente, los
restos orgánicos que quedan”.
No menos ilustrativa es la metáfora que compara a los elementos
discrepantes a cualquier sistema cerrado con los componentes del aire: “…esta
tendencia hacia la relajación, la corrupción, el desorden, es lo único
que permite que un sistema escapar de la auto-asfixia: un sistema es en
realidad un intento de hacer que los hombres respiren dióxido de carbono
u oxígeno solamente, sin los otros componentes del aire, con efectos
que son temporalmente soporíferos o estimulante, pero al final serían
letales; ya que si bien cada uno de estos gases es necesario para la
vida, el aire que mantiene vivos a los hombres es una mezcla de diversos
gases en la debida proporción”.
Pero es el campo de la política donde Mumford ve con más claridad la
falacia de los sistemas con vocación exclusivista. Así, según este
célebre pensador, “desde
el siglo XVII hemos estado viviendo en una época de fabricantes de
sistemas, y lo que es aún peor, en aplicadores de sistemas. El mundo se ha dividido, en primer lugar, en dos grandes grupos: los conservadores y los radicales, o como los llamó Comte, el partido del orden y el partido del progreso, como si tanto el orden y el cambio, la estabilidad y la variación, la continuidad y la novedad, no fueran igualmente fundamentales atributos de la vida. La
gente, a conciencia, debían llevar sus vidas conforme a un sistema: un
conjunto de principios limitados, parciales y excluyentes. Trataron de
vivir por el sistema de romántico o por el sistema de utilitario, ser
totalmente idealistas o totalmente prácticos”. Llevado al terreno
práctico, Mumford comentaba que si los estadounidenses fueran
rigurosamente capitalistas tendrían que olvidarse de la educación
pública gratuita que apoyan, ya que constituye, de hecho, una entidad
comunista.
Su crítica al capitalismo, como sistema económico predominante en su
país, es rotunda. Para Mumford, ya desde mediados del siglo XIX, se
había hecho evidente que el más autoconfiado de los sistemas, el capitalismo, que había llegado
como un saludable reto, -al inmovilizar los privilegios y fomentar la
salida del letargo feudal-, pasó en poco tiempo a mutilar a los jóvenes e inocentes obligándolos a trabajar catorce horas al día en las nuevas fábricas, además de hacer morir de hambre a los adultos, “en obediencia a la ley ciega de la competencia del mercado, operando en un maníaco-depresivo ciclo de negocios”. Poco tiempo hizo falta para entender que el capitalismo, como un sistema puro, era humanamente intolerable. Según Mumford, “lo
que felizmente lo ha salvado de la subversión violenta ha sido la
absorción de las herejías del socialismo, -las empresas públicas y la
seguridad social- que le han dado cada vez mayor equilibrio y
estabilidad”.
A pesar de la férrea crítica a
los sistemas, Mumford consideraba que, tomados como una herramienta
conceptual, tienen una cierta utilidad pragmática: porque “la formulación de un sistema conduce a la clarificación intelectual y, por tanto, a cierto limpio vigor de la decisión y acción”.
A esto se dedicaron autores como Comte, quienes iniciaron un proceso de
desenredo de “los hilos que forman la urdimbre y la trama de todo el
tejido social” que fueron entonces aislados y disgregados. Siguiendo la
metáfora que compara la sociedad con un tupido de de hilos de los más
diversos colores, Mumford se refiere a que “cuando los hilos rojos fueron unidos en una madeja, el verde en otra, el azul y el púrpura en otras, su verdadera individual textura y color se presentan más claramente que cuando estaban entrelazados en su original y complejo patrón histórico. En un pensamiento analítico uno sigue el hilo y no tiene en cuenta el patrón global; y el efecto de la toma de este sistema en la vida fue destruir la apreciación de su complejidad y de cualquier sentido de su patrón general”.
Según Mumford, “esta
clasificación de los sistemas, con su correspondiente división en
partes, hizo algo más fácil, sin duda, introducir nuevos hilos de
diferentes tonos o colores en el telar social; pero también alienta la
ilusión de que un tejido social satisfactorio podría ser tejido de un
solo color y fibra. Desafortunadamente, el esfuerzo de organizar toda una comunidad, o cualquier conjunto de vivas relaciones sobre la base de hacer todos los sectores de la vida totalmente rojo, totalmente azul, o totalmente verde constituye de hecho un error radical”. Para ilustra esta idea, Mumford pone, como ejemplo, la inviabilidad de una comunidad en la que todos vivieran de acuerdo con la filosofía romántica. Una comunidad de este tipo “no tendría estabilidad, ni forma de económicamente hacer mil cosas que hay que repetir todos los días”.
Si la mayoría de las actividades dependieran de un impulso espontáneo,
muchas funciones importantes no serían llevadas a cabo del todo. Mumford
plantea la siguiente pregunta: ¿Por cuales deseos espontáneos serían
recogida la basura o lavados los platos? Así concluye que “la necesidad, la coacción social, la solidaridad juegan un papel en la vida real que el romanticismo y el anarquismo no tienen en cuenta”.
En resumen, Mumford plantea en “la conducta de la vida” que “tomar
una única idea directriz, como el individualismo o el colectivismo, el
estoicismo o el hedonismo, la aristocracia o la democracia, y tratar de
seguir este hilo a través de todas las ocasiones de la vida, es pasar
por alto la importancia del propio hilo, cuya función consiste en añadir
a la complejidad y el interés del patrón total de la vida. Hoy en día
la falacia de "esto o lo otro" sigue nuestros pasos en todas partes:
mientras que esta en la naturaleza de la vida abrazar y superar todas
sus contradicciones, no cercenándolas sin parar, sino tejiéndolas en una
más inclusiva unidad. Ningún organismo, ninguna sociedad, ninguna personalidad, puede ser reducida a un sistema o ser eficazmente regulada por un sistema. Dirección interna o dirección exterior, desapego o conformidad, nunca deberían llegar a ser tan exclusivas que en la práctica haga imposible un cambio de uno a otro. Porque la esencia de la presente filosofía es que muchos elementos necesariamente rechazados por cualquier sistema único son esenciales para desarrollar el superior potencial creativo de la vida; y que por turnos un sistema u otro debe ser invocado, temporalmente, para hacer justicia a las infinitamente variadas necesidades y ocasiones de la vida”.
Adentrándose en los asuntos prácticos de la vida, esta filosofía de la totalidad no sobrevalora un sistema único de la propiedad o la producción: “al igual que Aristóteles, y los redactores de la Constitución
de Estados Unidos sabiamente favorecieron un sistema mixto de gobierno,
así mismo promovieron una economía mixta, no temerosos para invocar
medidas socialistas cuando la libre empresa lleva a la injusticia o la
depresión económica, o favorecer
la competencia y la iniciativa personal cuando los monopolios privados o
las organizaciones gubernamentales se atrancan en la apática seguridad y
la inflexible rutina burocrática”. Esto postulado expresa con claridad la filosofía que el mismo Mumford denomina “de la síntesis abierta”, tanto que para asegurarse de que quedará abierta Mumford llego a decir que “voy a resistir la tentación de darle un nombre”. Sus futuros seguidores, “aquellos que piensan y actúan en su espíritu, pueden ser identificado, tal vez, por la ausencia de etiquetas”.
Lewis Mumford, al final de su
explicación de la tesis sobre la falacia de los sistemas, asemeja esta
idea a la afirmación de la vida orgánica. Partiendo de este postulado,
pone en cuestión la eficacia de un único principio para conducir “una
existencia armoniosa y bien equilibrada, -ya sea para la persona o la
comunidad-, entonces la armonía y el equilibrio tal vez demanda un grado
de inclusividad e integridad suficiente para alimentar todo tipo de
naturaleza, para crear la mayor variedad en la unidad y para hacer
justicia a cada ocasión”. En resumidas cuentas, “esa
armonía debe incluir y resolver las discordias; debe tener un lugar
para la herejía, así como para la conformidad: para la rebelión así como
para el ajuste, y viceversa. Y ese equilibrio debe mantenerse contra
golpes repentinos e impulsos: como el organismo vivo, debe tener
reservas a su alcance, capaces de ser movilizados con rapidez, siempre
que sea necesario para mantener un equilibrio dinámico”.
La filosofía de la síntesis
abierta de Lewis Mumford pensamos que es un buen antídoto contra el
pensamiento único y la globalización aniquilante de la variedad y
diversidad de la naturaleza humana. No es útil ni práctico para salir de
la crisis multidimensional a la que nos enfrentamos atrincherarse tras
los pesados sacos de ciertos principios ideológicos que venimos cargando
desde siglos atrás. Ni el capitalismo ni el comunismo; ni la izquierda
ni la derecha; ni los cristianos ni los musulmanes; ni ninguno de los
otros grandes bloques ideológicos o de creencias que se han enfrentado
en el pasado han demostrado tener una respuesta adecuada para salir del
callejón al que nos ha llevado nuestra supersticiosa fe en los sistemas
cerrados. Podemos vivir aislados del mundo y de la influencia de otras
ideas, como los miembros de la secta musulmana rusa recientemente
descubierta en Rusia, que han permanecido durante más de diez años
encerrados en un zulos construidos en ocho niveles subterráneos para no
intoxicarse con las ideas procedentes del exterior, o bien podemos
apostar por la búsqueda de la síntesis abierta propuesta por Mumford. De
nuestra decisión depende el futuro de la humanidad.
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