lunes, 17 de diciembre de 2012

Evidencias de la megamaquina:Los Guerreros de Xian

Publicado en El Pais

El descubrimiento, hace un mes, de más de cien nuevos guerreros de terracota equipados con caballos y carros de guerra en las fosas de Xian confirma la magnitud numérica de este ejército enterrado, corrobora los vivos colores originales de las estatuas y aporta como novedad el primer escudo de tamaño real de la excavación. Hasta ahora no habían aparecido cascos ni escudos, cuando nos consta que ambos eran habituales en los ejércitos de la época: quizá fuera para destacar que por su valor los guerreros no los necesitaban, o quizá se tratara más de un ejército desfilando que de un ejército en formación de batalla. Pero este descubrimiento obliga también a replantearse algunos de los enigmas básicos que se ciernen sobre esta tumba: ¿por qué el primer emperador chino, Qin Shihuang, se hizo enterrar con todo un ejército?, ¿cómo se consiguió realizar una obra de esta magnitud?, ¿por qué se perdió la memoria de todo ello a poco de un siglo de haberse construido?, ¿por qué se descubrió en plena Revolución Cultural?, ¿por qué el Estado chino no hace excavar el túmulo que encierra la tumba del primer emperador?
Aunque en el panorama mundial son varias las tumbas imponentes pertrechadas con magníficos tesoros, no todas ellas, ni mucho menos, corresponden a personajes de primera magnitud histórica: la de Tutankhamon es un ejemplo de ello. Pero la del primer emperador, sí: él cambió la historia de China unificando todos sus reinos en un único imperio y dotándolo de una uniformidad en la escritura, los pesos, las medidas, y las unidades administrativas que garantizasen su continuidad.
Conquistó, construyó y legisló, y se consideró siempre a sí mismo como un gobernante cósmico tan capaz de unificar los reinos como de controlar el mundo de los espíritus: al igual que quiso, y consiguió, reordenar el mundo en que le tocó vivir, el emperador aspiró a gobernar también sobre un más allá en el que pululaban millones de espíritus insatisfechos clamando venganza. Los chinos, que no creen en el Dios justiciero y creador que la herencia judía legó al Mediterráneo, han vivido siempre en un mundo poblado por los espíritus malignos de aquellos que han tenido una mala muerte y yacen sin enterrar o sin las honras fúnebres apropiadas. Dado el número de ejércitos a los que había masacrado –las crónicas afirman que en una ocasión exterminó 450.000 soldados del reino de Zhao– y el número de reclutas propios a los que había hecho morir en combate, Qin Shihuang necesitaba un ejército para poderse mover con comodidad en el airado mundo de los muertos, que llegarían sin duda por el Este, procedentes de la gran llanura central donde se habían asentado los reinos recién conquistados. Es por ello que el ejército de terracota estaba situado en el flanco oriental del gran complejo funerario, y que su formación estaba orientada hacia el Este. También es por ello por lo que se optó por hacer un ejército de terracota en lugar de sacrificar a soldados reales: era la única manera de poder tener un ejército completo. Y de que este agrupara a los sujetos de mayor calidad: la estatura media de los guerreros es de más de 1,80 metros, muy por encima de la media real de la población china. Y es por ello también que la proporción de altos cargos militares, claramente distinguibles por su altura –uno de ellos mide 1,97–, su barba poblada, sus tocados distintivos y los adornos que lucen en la espalda y en el pecho, es muy baja: probablemente, los altos comandantes reales fueron enterrados en vida para garantizar mejor la eficacia del conjunto, ya sea en la cámara funeraria aún sin excavar o en fosas adyacentes.
Una tumba así no tiene ningún precedente conocido en la historia de China y nada preparaba para la tumba de Qin Shihuang: ni su volumen, ni su similitud con personas reales. En China, a diferencia de Occidente, la escultura figurativa era prácticamente inexistente.
Si la tumba se pudo realizar no fue por la existencia de precedentes artísticos, sino por la práctica bien establecida de un trabajo modular. No se trata solo de una práctica laboral de producción en cadena: toda la cultura china gravita en torno a la estandarización de pequeños módulos construidos por separado y capaces de articularse en innumerables combinaciones. Así es como funciona la escritura china, en la que unas pocas docenas de trazos básicos se combinan para formar decenas de miles de caracteres; así es como organizan su arquitectura tradicional de madera, en la que un número limitado de formas de vigas se ensamblan entre ellas para sostener un edificio, y así funcionan sus manuales de pintura, en los que se describen pormenorizadamente las pinceladas necesarias para dibujar una roca, un árbol o una nube.
La tumba de Qin Shihuang revela una práctica establecida de fabricación en cadena y control de calidad: una estricta organización del trabajo que sí tenía precedentes. La arcilla se preparaba en talleres locales: sabemos el nombre de 87 maestros de talleres, con cada uno de los cuales trabajaban una docena de personas, ya que estaban obligados a estampar su nombre en las piezas que entregaban. Una vez amasada la arcilla, la estructura básica de todas las esculturas era la misma: los pies y las piernas se elaboraban de forma maciza para proporcionar estabilidad al cuerpo central, que se encajaba en la parte superior de las piernas. Las manos, brazos y cabezas se producían separadamente y se añadían en el último momento: se han identificado ocho tipos básicos de caras, sobre las que luego se aplicaba una placa fina de arcilla que permitía individualizarlas. Una vez ensamblados y retocados los módulos básicos, las piezas se cocían enteras.
Poco después de la muerte del emperador, todo el conjunto –que probablemente quedó inacabado por su muerte repentina y los disturbios que acabaron con su imperio en pocos años– fue sometido a una destrucción masiva y deliberada. China se hundió en una guerra civil, y uno de los contrincantes, Xiang Yu, perteneciente a la antigua nobleza que el primer emperador había destruido, se ensañó a conciencia con todo el recinto: no solo se trataba de un saqueo, sino de destruir el universo de los vencidos y eliminar así su poder sobre los vivos. Provistas de antorchas, las huestes de Xiang Yu entraron sin duda en la fosa uno, donde se alineaban, a cinco metros bajo tierra, unos 6.000 guerreros, organizados en una vanguardia frontal en triple fila tras la cual se levantaban 38 hileras de soldados de a pie y 160 carros de combate. Los intrusos merodearon por los corredores de suelo pavimentado, paredes recubiertas de madera y techos sostenidos por vigas: el conjunto se incendió y los techos se derrumbaron sobre las estatuas. Pero ello no basta para explicar su omisión en todas las historias siguientes. El primer emperador tuvo un cronista, Sima Qian, que escribió una historia general de China un siglo después del hundimiento del imperio Qin, y que estaba familiarizado con todo lo relacionado con él: de hecho, no es solo su mejor fuente, es la única. Pero Sima Qian, que recorrió China buscando testimonios orales sobre el periodo Qin, y que era un historiador tan sistemático como escrupuloso, capaz de describir en detalle la disposición de la cámara funeraria enterrada bajo el túmulo, no hace ni la más leve alusión al ejército de terracota. Es inverosímil que no se enterara de nada. La construcción había implicado un enorme movimiento de tierras y la presencia masiva de condenados a trabajos forzados –el mismo Sima Qian menciona 700.000 asignados a la construcción del mausoleo– organizados por miles de administradores. La unificación de pesos y medidas guarda, sin duda, relación con la necesidad de proveer de comida a centenares de miles de convictos que levantaron tanto la Gran Muralla como el mausoleo.
Durante 36 años, los trabajos se hicieron a cielo abierto, en un paisaje por el que se acarreaban miles de figuras de terracota de soldados y caballos de tamaño natural. Una vez cocidas, en hornos de cerámica inmensos, debían trasladarse hasta los corredores de las fosas que permanecían abiertas. ¿Cómo es posible que Sima Qian, que describió vivamente las hileras de condenados con la cabeza rapada y pintada de rojo que transitaban por China, no recogiera nada del inmenso espectáculo que debía de ser esta excavación? Lo más probable es que sí lo hiciera y que el texto original contuviera una descripción, pero que la dinastía que sucedió a los Qin, la de los Han, hiciera censurar el fragmento en el que aparecía el ejército subterráneo, por temor al retorno de Qin Shihuang. Un silencio temeroso habría sepultado casi de inmediato la memoria del ejército de sombras con que el temido emperador debía reinar desde el más allá. No hay duda de que los Han manipularon en otros apartados el texto original del historiador. Todo el capítulo dedicado al emperador que fue su coetáneo y su verdugo fue retirado y reemplazado por otro que aparece repetido en otra parte del texto: es lógico sospechar que también manipularan el fragmento dedicado a la tumba del emperador. A fin de cuentas, en una época en la que el papel aún no existía (del libro de Sima Qian solo se hicieron dos copias, y una se destruyó), el texto era muy fácil de manipular.
En un ámbito muy local, sin embargo, los terrenos donde ahora se alza el imponente Museo de Lintong que alberga los guerreros tenían ya un nombre que ahora resulta sugerente, Campo de los Espíritus, debido a los fragmentos de cuerpos de arcilla que habían ido emergiendo del subsuelo a medida que se sucedían los trabajos en superficie. Al menos, cinco tumbas Han del siglo II después de Cristo y veinte tumbas Ming del siglo XV han aparecido entre las filas de guerreros. Ya en el siglo XX, la presión demográfica obligó a una creciente excavación de pozos, y alguna vez había aparecido alguna cabeza o algún cuerpo entero. El destino de las piezas, consideradas espíritus, dependía del talante del que las encontraba: en alguna ocasión acabaron azotadas por obstruir el pozo, en otras se encontraron relegadas a un oscuro templo. Este parece haber sido el destino de dos sirvientes arrodillados desenterrados en 1948 y 1956, uno de los cuales sería destruido después, con saña, junto otros dioses varios, en las vorágines sucesivas del Gran Salto Hacia Delante y la Revolución Cultural. La simpatía de Mao por el primer emperador le había hecho firmar un decreto protegiendo la zona en 1961, pero la disposición solo afectaba al túmulo visible. Nada permitía sospechar entonces la extensión del complejo funerario: 56 kilómetros cuadrados.
Hasta que, en 1974, los hermanos Yang tropezaron, a poco de empezar a taladrar un pozo, con una capa de tierra de dureza inusitada: acababan de topar con uno de los muros que separan los corredores donde se alinean los guerreros del emperador. Cuando, tras recoger centenares de puntas de flecha de bronce, extrajeron un cuerpo entero, decidieron alertar a las autoridades locales, que emprendieron inmediatamente una prospección arqueológica. Los resultados dejaron boquiabierto al país y entusiasmaron a Mao. El momento era políticamente correcto, y el descubrimiento se convirtió en primera noticia mundial y en un reclamo turístico para el que no se escatimaron recursos. Desde entonces, los descubrimientos se suceden año tras año. Para el Estado chino actual es el punto de partida de la China imperial, de la que la República Popular se considera legítima sucesora.
Aun así, el túmulo de 515 metros de norte a sur, y 485 de este a oeste que contiene la cámara funeraria enterrada a más de 30 metros de profundidad sigue sin excavar. Sima Qian relató que la cámara, con multitud de objetos preciosos, se edificó sobre una base que simulaba los grandes ríos de China y bajo una cúpula en la que se reproducía el cielo, todo ello veteado de mercurio. Aunque el túmulo siga intacto, las mediciones a las que se le ha sometido –en 1980 y 2003– han revelado una acumulación inusual de mercurio en su centro: ello prueba tanto la veracidad de la descripción de Sima Qian como la permanencia de una estructura interna que ni se ha hundido ni ha sido saqueada. Los estudios hidrológicos han demostrado también que la inundación de la cámara se evitó con la construcción de un dique subterráneo que desvió las aguas y que hoy en día sigue funcionando correctamente. Es muy probable que la cámara contenga víctimas humanas, entre ellas, los cien funcionarios que menciona Sima Qian, los altos comandantes que escasean en la formación, así como sirvientes y operarios. Quizá por eso tarden tanto en excavarlo: tantos muertos empañarían la magia del monumento. Lo que es seguro es que los chinos no quieren correr ningun riesgo –lo que les obliga a procedimientos lentísimos–, ni quieren tampoco aceptar ayuda extranjera –dado que han convertido esta tumba en el símbolo de su nación.
Los chinos intentan ahora desentrañar por sí solos los misterios: una tecnología avanzadísima con sensores remotos les permite fotografiar con detalle los monumentos y objetos que aún protege la tierra en espera de que las innovaciones tecnológicas les permitan por fin excavarla con seguridad. Ahora sabemos, además de la descripción de Sima Qian, que la cámara funeraria que se encuentra bajo el túmulo mide 80 metros por 50 y tiene forma de pirámide truncada invertida. La rodea una muralla de 145 metros por 125, de 15 metros de anchura y 30 de altura. Claro está que todo esto también lo saben los ladrones: nueve de ellos fueron detenidos hace poco, tras haber descubierto un túnel de 30 metros que conectaba con el mausoleo y haber introducido en él cables para tener electricidad y aparatos para bombear el aire de la tumba.
Con el paso de los años, el conocimiento que se tiene del primer emperador y de su breve dinastía es cada vez más matizado, alejándose de los durísimos clichés que los confucianos le habían asignado: la comparación entre el código de los Qin –recuperado en una tumba– y el de sus sucesores, los Han, muestra sin lugar a dudas que estos fueron más sus continuadores que sus destructores. En la China actual, las valoraciones negativas sobre el primer emperador se centran en el hecho de no haber sabido conservar el imperio, no en el de haberlo creado.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Gracias por el fuego

Alvin Reyes


En una sociedad envanecida por sus propios logros técnicos es muy probable que si usted empieza a preguntar cuál ha sido el invento o el logro técnico más importante de la humanidad las respuestas varíen pero todas estarán centradas en inventos, en artilugios desarrollados en el último siglo.


Quizá el más socorrido seria el motor  de combustión interna o, lo que es prácticamente lo mismo, el automóvil. Otros preferían el aeroplano o la utilización de la energía atómica con “fines pacíficos”. Algunos más jóvenes dirán que el celular o el IPhone, o el Ipad. Quizá si le preguntamos a un niño dirá que el Nintendo. Pero de alguna manera todas las respuestas serán en torno a algún artefacto tecnológico.


Como dicen que para muestra basta un botón en una busque de Google encontramos la siguiente lista (http://www.elmundo.es/elmundo/2009/03/14/ciencia/1237056508.html


1. La tecnología GPS

2. El 'walkman' de Sony

3. El código de barras

4. Comidas preparadas

5. La Playstation

6. Las redes sociales

7. Los SMS

8. Dinero electrónico

9. Microondas

10. Las zapatillas de deporte




Para mis todas estarían equivocadas. La mayor proeza técnica del hombre ha sido, y será, el descubrimiento y el dominio del fuego.



No se puede hacer justicia a las conquistas del hombre paleolítico sin refererirnos de nuevo al descubrimiento captal que aseguró su supervivencia despues  de que perdiera su manto peludo: la utilización y perpetuación del fuego. Si dejamos a un lado el lenguaje, esta conquista es el único logro técnico jamas igualado por ninguna otra especie. Existen otros animales que  usan herramientas, construyen guaridas, diques, puentes y tuneles, o que nadan, vuelan, practican ciertos ritules, cooperan familiarmente para mejor crianza de la prle, o incluso, como las socializadísimas hormigas, libran guerras mediante soldados especializados, domestican a otras especies o plantan huertos; pero solo el hombre se atrevió a jugar con el fuego, por lo que aprendió a enfrentarse al peligro y disciplinar sus propios temores.”

(Lewis Mumford The Myth of the Machine: Technics and Human Development)

Porque se debe, en primer lugar, tener en cuenta lo siguiente, todas las invenciones que pudieran mencionarse nos han hecho la vida más cómoda, y nos han permitido, de alguna manera, “dominar la naturaleza” pero el fuego nos salvó de la extinción.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Doce motivos para leer a Mumford

Antonio Astorga. Publicado en ABC.es

Con motivo de la edicion en español de La Ciudad en la Historia por la editora Pepitas de Calabazas

Julián Lacalle, editor y co-fundador de Pepitas de Calabaza, expone en doce plantas los motivos que le han llevado a publicar esta obra maestra de urbanidad, un edificio imprescindible de la arquitectura contemporánea de la literatura:

1. «En todos y cada uno de los textos que aparecen en las solapas y la contraportada del libro se pueden encontrar buenas razones, porque además son razones que expusieron los contemporáneos de del propio Mumford».

2. «Es un monumento al saber, pero al saber que se hace comprensible y universal. No estamos ante el libro de un experto escrito para gente como él, encerrados en un mundo elitista y restringido».

3. «Mumford es un generalista, no tiene un saber parcelado, porque no cree en él. Mumford cree en el hombre, en la humanidad. Las cuestiones sobre las que escribe atañen a todo, y a todos».

4. «Publicar una de las obras más importantes del siglo pasado, por primera vez en España, ya es un motivo. [«El pentágono del poder» nunca se había traducido ni tan siquiera].

Esta obra pisa la tierra para que podamos seguir pisándola

5. «Una obra plenamente vigente y absolutamente necesaria, porque nos hace ver la deriva que ha llevado la ciudad, víctima de la especulación del poder, y ajena a las necesidades de las personas».

6. «Una obra que piensa la tierra que pisamos, para que podamos seguir pisándola».

7. «Una obra que estudia el pasado y analiza el presente para moldear el futuro, y no dejarlo en manos de las fuerzas destructivas que amenazan con convertir la existencia en un erial. Mumford ya intuía en qué podía acabar la ciudad y la sociedad si se seguían haciendo las cosas pensando en el poder y no en las personas».

8. «Lewis Mumford es un sabio, en el sentido más clásico de la palabra. Y un humanista, alguien a quien nada de lo humano le es ajeno». Lewis Mumford es uno de los tipos que más nos ha enseñado en esta vida. Para ellos se pone a nuestro nivel y con palabras sencillas nos trasmite su sabiduría. No necesita nota, no necesita digresiones, no necesita interpretaciones. Es claro, es como el agua».



El enigma del ser humano es atrapado por Lewis Mumford

9. «Es una obra, que como la mayoría de las que publicamos, es un grito de guerra, sorda, pero guerra, contra esta época. 

10. «Lewis Mumford es quizá de la persona que más he aprendido de algunas de las cuestiones que más me interesan: el enigma del ser humano, su evolución cultural, el urbanismo y el desarrollo de la técnica. Es decir del desarrollo del ser humano».

11. «La industria editorial española que publica sin conocimiento miles de títulos al año, e ignora sistemáticamente obras y autores de un valor incalculable».

12. «La perspectiva de Mumford es de confianza en las posibilidades humanas, no da la historia por terminada. Y en eso estamos».

viernes, 7 de diciembre de 2012

Dale unas vacaciones a tu cerebro (practicando el no-hacer)

Excelente trabajo que reproducimos aqui por su importancia en esta epoca de velocidad y vertigo. Frena un momento, relajate, descansa. El ocio tambien es importante.  "Junto al levantamiento de las superautopistas estamos enfrentándonos a un nuevo fenómeno: la pérdida de orientación. Una pérdida de la orientación fundamental que complementa y concluye la liberación social y la realización de los mercados financieros cuyos nefastos efectos son bien conocidos. Se está haciendo una duplicación de realidad sensible en realidad y virtualidad. Amenaza una estereo-realidad de géneros. Una pérdida total de los comportamientos del individuo que amenaza con ser abundante. Existir es existir - in situ -, aquí y ahora, - hic et nunc -. Esto es precisamente lo que se está viendo amenazado por el ciberespacio y lo instantáneo, la información globalizada fluye, lo que hay delante es una distorsión de la realidad; es un shock, una conmoción mental, y este resultado debería interesarnos. ¿Por qué?: Porque nunca ningún progreso en una técnica ha sido llevado a cabo sin acercarte a sus aspectos negativos específicos. El aspecto negativo de estas autopistas de la información es precisamente esa pérdida de la orientación en lo que se refiere en la alteridad (el otro); es la perturbación en la relación con el otro y con el mundo. " Paul Virilio

Publicado en Pijamasurf.

“Sentado en silencio, haciendo nada, la primavera llega, y la hierba crece por sí sola” 
Proverbio Zen

Pornografía tridimensional, 8,230 millones de páginas web irradiando data, tecnologías móviles que amenazan los últimos gramos disponibles de intimidad, hiperconectividad, vértigo informativo, una aparente aceleración del eje que sostiene al tiempo, probables apocalipsis, más de siete mil millones de personas construyendo (conciente o inconscientemente) realidades, espiritualidad contracultural, excitantes flujos gratuitos de mp3’s, vórtices disfrazados de redes sociales, lectura electrónica, fantasmagoria emocional, cerca de cinco mil millones de videos disponibles tan solo en YouTube, bipolaridad biorítmica, sensualidad artificial, vorágine publicitaria acechando nuestro espacio público, comida rápida (cada vez más rápida), nuevas enfermedades, psicosis pop, excesiva concentración humana/urbana en espacios localizados, estreñimiento intuitivo, marketing neuronal, crisis financieras, colapsos éticos, hiperflujo de símbolos, efímeros ídolos que son rápidamente suplantados por otros (maquila de íconos), ciencia ficción materializada, líderes confundidos, desgarre de paradigmas, sobreproducción alimentaria, empatía por los zombies, tantra digital, estimulación, percepción desbordada, más estimulación… ¿Acaso alguien duda que los nuestros son tiempos intensos?
Exploración frenética
El neurocientífico Jaak Panksepp descubrió un intrigante aspecto en el cerebro de los mamíferos. Si tu colocas un electrodo en el área de estimulación sexual de un roedor, y luego le haces disponible un botón para activar dicho estímulo, entonces lo activará durante un rato hasta estar satisfecho y luego lo dejará en paz hasta el día siguiente. Lo mismo ocurre con el hambre o el sueño. Pero si realizas el mismo experimento con el región encargada de la exploración (el hipotálamo lateral), entonces ocurre algo radicalmente distinto: el roedor simplemente oprimirá el botón, insaciablemente, hasta colapsar. Curiosamente el ser humano actúa en forma casi idéntica cuando se trata de estimular su sentido de exploración.
Cada vez que exploras algo tu cerebro se auto-recompensa con una dosis de dopamina, por cierto el mismo neurotransmisor que se estimula mediante sustancias como la cocaína o el speed, y el cual detona ciertas funciones como el sentirte energetizado y concentrado, en un principio, y posteriormente comienzas a estresarte hasta que, eventualmente, colapsas. Pero el principio neuronal de exploración frenética no es un simple vórtice autómata dentro de nuestro cerebro, en realidad funciona a base de una recompensa más allá de la dopamina: opiáceos, sustancias que te relajan, te hacen sentir pleno, y diluyen nuestro frenesí exploratorio, ya que representa el acto de hallar una respuesta a nuestra búsqueda. Juntos, el estímulo y su relativa saciedad, nos sumergen en un extraño loop.
Podríamos afirmar que los opiáceos son la contraparte perfecta de la dopamina. Sin embargo, a lo largo de la historia de los mamíferos, la evolución parece no haber valorado el estado relajado y sedentario propio de la recompensa opiácea (ya que induce un estado que nos hace potencialmente vulnerables ante posibles depredadores). Y tal vez está inercia se ha intensificado dentro del contexto sociocultural que hemos forjado durante el último siglo: hay que producir más en menor tiempo, hay que absorber la mayor cantidad de información posible, hay que vivir mucho (aunque no necesariamente bien), etc… Es decir, e independientemente de si se trate de una premisa de supervivencia evolutiva, de una virtud cósmica o de un macabro loop sociocultural, preferimos buscar que encontrar. Curiosamente hace unos meses escribía acerca del propósito de nuestra existencia, planteando que a este mundo venimos a recopilar información. Pero confieso que no era consciente, al menos no para enfatizar con claridad su condición vital, de que para cumplir esa apasionante y mágica función, resulta fundamental el generar momentos completamente ajenos a la exploración –recordando además que tal vez son los espacios en blanco, y no las letras, los que dan sentido a un texto–. 
Neuro-vacaciones: una visita al no-hacer
Si tomamos en cuenta los ritmos propios del actual contexto sociocultural, aunado a esta inercia neuroexploradora, entonces parece que el camino se dibuja con claridad: es fundamental obsequiarle a nuestro cerebro momentos de relajación total, extraerlo del vertiginoso intercambio de información y colocarlo en un estado de no-hacer. Se trata de extender esos instantes envueltos en silencio, sin ningún fin en particular, cultivando la simpleza, y eludiendo cualquier tipo de estimulación más allá del estar –esto incluyendo el cese del flujo informativo al que estamos permanentemente expuestos–.
Con el fin de neuro-vacacionar evidentemente existen algunos recursos que son especialmente útiles y accesibles para todos. Me refiero por un lado a un entorno, la naturaleza, procurando sitios como un bosque, la montaña, la playa, contextos que favorecen ritmos orgánicamente ajenos al vórtice de estímulos que muchos llamamos cotidianidad. La segunda de estas herramientas no se refiere a un espacio sino a una actividad voluntaria, la meditación. Está práctica milenaria, que incluye decenas de variables disponibles, privilegia el ser sobre el hacer, rinde culto a la posibilidad de sintonizarnos con la respiración y simplemente observar sin intervenir. Ambos recursos, el procurar entornos naturales o el dedicar unos minutos a meditar, permiten hackear el excitante protocolo que la dinámica contemporánea nos exige y diluir esa ansiedad proactiva que bien podría terminar reventando nuestro sistema nervioso –o al menos inducir estados poco deseables que hoy en día son, lamentablemente, muy recurridos, por ejemplo el estrés–.
En pocas palabras se trata de que tengas la claridad y la voluntad necesarias para, periódicamente, bajarte de la ola y penetrar ese delicioso estado del no-hacer, sin expectativas, sin objetivos pre-establecidos, sin técnicas sofisticadas ni demandantes requisitos. Así que cuanto antes sacúdete esa falsa verdad de que todo el tiempo tienes que estar haciendo algo, incluidas esas actividades de esparcimiento con las que acostumbramos mitigar el rush laboral, y entrégate a la nada. Y aunque tal vez te parezca un ejercicio un tanto épico, tomando en cuenta las circunstancias predominantes de tu vida, lo cierto es que para ello solo necesitas dos cosas: inhalar y exhalar. 
Twitter del autor: @paradoxeparadis