Alvin Reyes
La migración
nació con la humanidad. De no haber migrado los primeros hombres aun
estuviésemos caminando por las praderas de África. La naturaleza el hombres es
expandirse, buscar nuevos horizontes, así el conocimiento de la astronomía llegó
a Europa por el contacto de los griegos que viajaron a oriente y por eso en Persépolis encontramos que, según la Historia
del Imperio Persa de A. T. Olmstead, había 201 trabajadores en la construcción de
un templo que provenían de tierras Hititas, de Egipto y de Jonia. Lo cierto es
que siempre nos hemos movido de un lugar a otro empujados por la guerra, el
hambre, las enfermedades, las catástrofes climáticas, las persecuciones
religiosas, etc., el hombre nunca se ha quedado estático ante los desastres. Siempre
que la vida ha dependido de ello el hombre a ha migrado.
Pero en la
segunda parte del siglo XX surgió un nuevo tipo de migración, una que estuvo
motivada por lo que Lewis Mumford llamó “la doctrina del progreso”. O sea
muchas personas, familias dejaron posiciones relativamente cómodas en su país de
origen por la promesa de encontrar una mejor vida en un país del primer mundo.
En el barrio en
el que crecí todos mis amigos de infancia, que no se estaban muriendo de
hambre, que tenían una casa propia en el barrio, que sus padres estaban vivos y
que estaban estudiando, solo soñaban con dejarlo todo atrás e irse a Nueva York
en busca de la prosperidad. Recuerdo que me sentía como un “avis raris” al lado
de ellos porque no los entendía, mejor dicho ellos no me entendían. Nadie estuvo
de acuerdo conmigo, durante los últimos años con respecto al tema de New York y
el progreso, excepto algunos pensadores de mi misma escuela, hasta que salió a
la luz “La libélula”.
“La libélula” es
la tercera novela de Rene Peguero quien antes nos ha dejado la inquietante “La
semana” y la deliciosa “Memorias de un anfibio” (Ver nuestra reseña aquí), y es
en ella donde Rene se hace mi cómplice y nos presenta otro New York, uno que
solo los que lo han sufrido lo reconocen. No es el de Time Square, 5th Avenue,
Central Park, etc, del que tantas fotos nos han enviado nuestros emigrantes
dominicanos. No. Este New York de Rene solo lo que reconocerán quienes los han
sufrido. A través de un monologo inteligente la protagonista nos va llevando de
la mano por una ciudad diferente, una ciudad de la que no nos han hablado, una
ciudad de edificios fríos, sótanos oscuros, paredes descascaradas, personajes sombríos
y atormentados, incapaces de reconocer
que se equivocaron y que el lugar que dejaron vale mil veces más la pena que el
espejismo del progreso por el que lo abandonaron. Pero ninguno tiene la valentía
de la protagonista de “La libélula” para contarnos la verdad. La mayoría se
quedaran callados, rumiaran sus miserias en silencio y nos mostraran a los que
nos quedamos los equivocados que estamos al enseñarnos sus lentejuelas de
brillo y oropel.
Magistralmente escrita,
de una densidad asfixiante, la tercera novela de Rene Peguero es un recorrido
por los oscuros intersticios de la conciencia humana y sus miserias. Baste con
la introducción para que nos demos cuentas a los pocos segundos de los que se
nos viene encima:
“Qué no te podría yo contar de esta ciudad de Nueva
York, yo que he vivido en sótanos oscuros y sombríos. En complejos de
apartamentos plagados de ratas, cucarachas y drogadictos. De afroamericanos,
latinos y blanquitos que perdieron su dignidad mendigando los cupones de ayuda
del gobierno a cambio de tener una nevera llena de comida. Qué no te podría yo contar de esta
foquin ciudad, con sus grandes parques repletos de ilusiones congeladas,
avenidas llenas de almas entumecidas, y una red de trenes, moviendo día y
noche, miles y miles de sueños que no llegarán a ningún lugar. Dime, qué no te
podría yo contar de la llamada ciudad de las oportunidades, donde el que no
tiene uñas, no se rasca. Bienvenido a la Babel de Hierro, lugar donde se
desvanece el sueño Americano.”
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