Durante
el último siglo la máquina automática o semi-automática ha llegado a desempeñar
un gran papel en nuestra
rutina diaria; y
hemos llegado a
atribuir al instrumento
físico en sí mismo
el conjunto de costumbres
y métodos que lo
crearon y lo
acompañaron. Casi todas las
discusiones sobre tecnología desde Marx en adelante han tendido a
recalcar el papel desempeñado por las partes más móviles y
activas de nuestro
equipo industrial, y
ha descuidado otros
elementos igualmente críticos de
nuestra herencia técnica.
¿Qué
es una máquina? Excepción hecha de las máquinas sencillas de la mecánica
clásica, el plano inclinado, la polea y otras más, la cuestión sigue siendo
confusa. Muchos de los escritores que han discutido acerca
de la edad
de la máquina han
tratado a ésta
como si fuera
un fenómeno muy reciente, y
como si la
tecnología artesana hubiera
empleado sólo herramientas para
trasformar el medio. Estos
prejuicios carecen de
base. Durante los
tres mil últimos
años, por lo
menos, las máquinas han
sido una parte
esencial de nuestra más
antigua herencia técnica.
La definición de Resuleaux
de una máquina
se ha hecho
clásica: “Una máquina
es una combinación
de partes resistentes dispuestas
de tal manera que
por sus medios las
fuerzas de la
naturaleza puedan ser obligadas a realizar un trabajo acompañado por ciertos
movimientos determinantes’’ pero esto no nos
lleva muy lejos.
Su lugar se
debe a su
importancia como primer
gran morfólogo de las
máquinas, pues deja fuera la amplia clase de máquinas movidas por la fuerza
humana.
Las
máquinas se han desarrollado partiendo de un complejo de agentes no orgánicos
para convertir la energía, para
realizar un trabajo,
para incrementar las
capacidades mecánicas o sensorias
del cuerpo del hombre o para reducir a un orden y una regularidad
mensurables los procesos de la vida. El
autómata es el
último escalón en
un proceso que
empezó con el
uso de una
u otra parte
del cuerpo humano como
instrumento. En el fondo del
desarrollo de los instrumentos y las máquinas está el intento de modificar el
medio ambiente de tal manera que refuerce y sostenga el organismo humano; el
esfuerzo es o bien aumentar
la potencia de un organismo por
otra parte desarmado, o fabricar
fuera del cuerpo
un conjunto de
condiciones más favorables
destinadas a mantener
su equilibrio y asegurar
su supervivencia. En
lugar de una
adaptación fisiológica al
frío, como el crecimiento de los pelos o el hábito de la
hibernación, se produce una adaptación ambiental, como la que se hizo posible
con el uso de vestidos o la construcción de abrigos.
La
distinción esencial entre una máquina y una herramienta reside en el grado de
independencia, en el manejo de la habilidad y de la fuerza motriz del operador:
la herramienta se presta por sí misma a la manipulación, la máquina a la acción
automática. El grado de complejidad no tiene importancia: pues, usando la
herramienta, la mano y el ojo humanos realizan acciones complicadas, que son el equivalente,
en función, de una máquina muy perfeccionada; mientras
que, por otro lado, existen máquinas sumamente
efectivas, como el
martinete, que realizan
trabajos muy sencillos,
con la ayuda de un mecanismo
relativamente simple. La diferencia entre las herramientas y las máquinas reside principalmente en
el grado de
automatismo que han
alcanzado; el hábil
usuario de una herramienta se hace más seguro y más
automático, dicho brevemente, más mecánico, a medida que sus movimientos
voluntarios se convierten en reflejos, y por otra parte, incluso en las
máquinas más automáticas, debe intervenir
en alguna parte,
al principio y
al final del
proceso, primero en el proyecto original,
y para terminar en la destreza
para superar defectos y efectuar
reparaciones, la participación
consciente de un agente humano.
Además,
entre la herramienta y la máquina se sitúa otra clase de objetos, la máquina
herramienta: aquí, en el torno
o en la
perforadora, tenemos la
precisión de la máquina más perfecta
unida al servicio experto del
trabajador. Cuando se añade a este complejo mecánico una fuente externa de energía, la
línea divisoria resulta aún más difícil de establecer. En general, la máquina acentúa la especialización de
la función en
tanto que la
herramienta indica flexibilidad:
una cepilladora mecánica realiza
solamente una operación,
mientras que un
cuchillo puede usarse
para alisar madera, para
grabarla, para partirla,
para forzar una
cerradura, o para
apretar un tornillo.
La máquina automática es, pues, un tipo de adaptación muy especializada;
comprende la noción de una fuerza
externa de energía,
una relación recíproca más
o menos complicada de las partes
y una especie de
actividad limitada. Desde
el principio la
máquina fue como
un organismo menor proyectado para realizar tan sólo un
conjunto de funciones.
Junto
con estos elementos dinámicos en la tecnología hay otros, más estáticos en
cuanto al carácter, pero igualmente importantes en cuanto a sus funciones. Mientras
el desarrollo de las máquinas es el hecho técnico más patente de los últimos
mil años, la máquina, bajo la forma de la perforadora de fuego o
del torno del
alfarero, ha existido
desde por lo menos
los tiempos neolíticos. Durante el período
más antiguo, algunas
de las adaptaciones
más efectivas del
ambiente vinieron, no del
invento de las máquinas, sino del invento igualmente admirable de utensilios,
aparatos y obras. El cesto y la marmita
corresponden a los
primeros, la cuba
para teñir y
el horno de
ladrillos a los segundos,
y los embalses
y acueductos, las
carreteras y los
edificios a los
terceros. El período moderno nos ha dado finalmente las
obras de energía, como el ferrocarril o la línea de transmisión eléctrica, que
funcionan solamente mediante la
operación de maquinaria de
energía. En tanto las herramientas y las máquinas transforman
el medio ambiente cambiando la forma y la situación de los
objetos, los utensilios y los aparatos han sido utilizados para efectuar
transformaciones químicas igualmente necesarias. El curtido, la
fabricación de cerveza, la destilación, el teñido han
sido tan importantes en el
desarrollo técnico del hombre como forjar
o tejer. Pero la mayor parte de estos procedimientos se
mantuvieron en su estado tradicional hasta la mitad del siglo XIX, y sólo desde
entonces es cuando
han sido influidos
en un grado más
amplio por el mismo
juego de fuerzas científicas, y de intereses humanos
que estaban perfeccionando la moderna máquina de energía.
En
la serie de objetos desde los utensilios a las obras existe la misma relación
entre el hombre que trabaja y el procedimiento que uno observa en la serie
entre herramientas y máquinas automáticas: diferencias en el grado de
especialización, y el grado de impersonalidad. Pero como la atención de la gente
se dirige más fácilmente
hacia las partes más
ruidosas y activas
del medio ambiente, el papel
de las obras y de los aparatos se han descuidado en la mayor parte de las
discusiones sobre la máquina, o lo
que es en
casi peor, dichos
instrumentos técnicos han
sido todos ellos
torpemente agrupados como
máquinas. El punto
que hay que
recordar es que
ambos han desempeñado
una parte enorme en
el desarrollo del
medio ambiente moderno;
y en ninguna
etapa de la
historia pueden separarse los dos medios de adaptación. Todo complejo
tecnológico incluye a ambos: y no menos el nuestro moderno.
Cuando
use la palabra máquina de aquí en adelante me referiré a objetos específicos
como la prensa de imprimir o
el telar mecánico.
Cuando use el
término “la máquina”
me referiré como
una referencia abreviada a todo el complejo tecnológico. Este abarcará
el conocimiento, las pericias, y las
artes derivadas de
la industria o
implicadas en la
nueva técnica, e
incluirá varias formas
de herramientas, aparatos y obras así como máquinas propiamente dichas.
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