Una
lectura del libro La revolución de los robots. Investigaciones sobre el
problema de la automatización,
editado por Eudeba en 1961. La presente reseña se realizó para el catálogo que publicó
la Biblioteca Nacional: Libros para todos. Colecciones de Eudeba bajo
la gestión de Boris Spivacow (1958-1966). Ediciones Biblioteca Nacional,
2012.
En
1956 la Asociación de Académicos Socialdemócratas realizó en Munich una serie de conferencias bajo el título
“Revolución de los robots”. Los conferencistas daban por hecho que se estaba
produciendo una creciente automatización de la economía y la administración en
las naciones de Occidente que podría afectar la “libertad personal y humana”;
por esto proponían lograr “mediante reflexiones y medidas oportunas, que la
automatización se convierta en una bendición y no en una maldición para la
humanidad”. Ante la amenaza robótica a la libertad individual se recurría a la
reflexión y las medidas: la revolución debía ser conducida ética y políticamente,
puesta en la dirección de las profundas necesidades humanas.
La
amenaza a la libertad también se daba en la mecanización de la cultura. La conferencia
de Alfred Weber, “La dominación del tiempo libre”, denunciaba la presencia de
una maquinaria de entretenimiento tan peligrosa en sus consecuencias como la
maquinaria de explotación capitalista. Es decir, tal vez y gracias a la
robótica, los trabajadores verían reducido el tiempo de su jornada laboral,
pero afuera de la fábrica los esperaría una maquinaria de entretenimiento que
vulneraría su pensamiento, su sensibilidad y dignidad humana. El
sensacionalismo de las revistas, los espectáculos deportivos masivos, las
emisiones televisivas y el cine conformarían (y este es el punto más interesante)
un sistema de excitación que volvería al hombre un “extraño de sí mismo”.
¿Cuáles son las medidas políticas que podrían revertir la exposición alienante
al sistema de excitación?: medidas educativas que formen una juventud inmune a
los efectos nocivos de la maquinaria de distracción.
En
las conferencias puede encontrarse la idea de que existe una esencia humana basada
en la libertad, la dignidad, la autodeterminación y la reflexión que puede ser
avasallada por las máquinas, pero es recuperable. Es decir: el capitalismo puede
pervertir la esencia humana, pero se puede revertir la alienación. Tal esperanza
depositada en la política, la reflexión y la educación es propia de una definición
del hombre denominada humanismo. Es característico también del humanismo
concebir una humanidad que puede estar confundida de momento, que puede tomar
las luces y sombras proyectadas en la pared de una caverna o de un cine como
objetos reales, pero que siempre podrá ser iluminada por un libertador. Ese
libertador puede encarnar en filósofo, político o maestro; y tiene siempre a
mano una cortadora de cadenas.
En
la actualidad los medios de producción de excitación se multiplicaron: al cine,
la televisión y las revistas debería sumarse la computadora, Internet y los teléfonos
celulares. La cantidad de datos, información, y otros estímulos son abrumadores
hasta para los niños nacidos bajo el paradigma digital. Algunos sociólogos
atribuyen ciertas psicopatologías, como el déficit de atención e hiperactividad
en los niños, a la sobreexposición del cuerpo a los estímulos excitantes de las
nuevas tecnologías. Pero las cosas han cambiado: el maestro podrá intentar
liberar al niño como pretendía el humanismo, podrá aquietarlo mediante alguna
lectura, pero según las estadísticas no son pocas las veces que recomendará
medicarlo. La confianza en la desalienación parece reducida al simple control
del síntoma físico mediante medicación.
La
corriente de pensamiento que podría ubicarse bajo el término de posthumanismo
ya no deposita esperanzas liberadoras en la reflexión, la política y la
educación. Ya no confía en una esencia humana independiente de la máquina, aunque tal vez alienada en ella de
momento. Desde el posthumanismo hombre y máquina siempre han formado una
unidad, sólo que quizás las máquinas actuales han llegado a un nivel de
complejidad que obligarán al hombre a adaptar su cuerpo para lograr un nuevo
salto evolutivo. En este proceso ya no interesará el político y el maestro,
sino que el rol protagónico lo tendrá el genetista. Mediante la genética se
hace urgente, desde esta perspectiva, acondicionar al cuerpo para que pueda
asimilar la cantidad de información a la que se lo expone diariamente. Más que
de libertad aquí se trata de adaptación al entorno informático, y es evidente
la raíz evolucionista de este pensamiento. En cualquier caso, y desde el
posthumanismo, estaríamos por librar una verdadera revolución no ya basada en
la ilustración y la militancia, sino en la lectoescritura genética y la adaptación
del viejo cuerpo humano a una nueva existencia como ciborg.
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