Me he tomado el trabajo de traducir un par de páginas
del Volumen I de El mito de la máquina de Lewis Mumford lo hago motivado
principalmente por dos cosas. La primera un trabajo de Melvin Mañón, publicado
en Acento, y que se titula “La increíble renuncia del papa”, en el mismo Melvin
afirma “Podría iniciar un recorrido interminable
por países, por iglesias, por deportes, por el arte y la cultura, por
ejércitos, por partidos políticos de derecha y también de izquierdas, por la
ciencia, señores, por la ciencia y en todas partes vamos a encontrar
exactamente lo mismo. Banqueros, farmacéuticas, mineras, transporte, gobierno.
Es todo lo mismo, solamente varían los niveles y ciertas modalidades……..En todas partes, gobiernos, partidos,
organizaciones y personas, laicos o religiosos, todo es corrupción”.
El
otro hecho que me motiva esta traducción es un comentario del inefable
comentarista deportivo Bienvenido Rojas con relación a la acusación que se le
hace al atleta Oscar Pistorius de haber asesinado a su novia, en dicho comentario
Bienvo se pregunta asombrado: Que está pasando en la humanidad?.
Parece
ser que los seres humanos carecemos ya de los frenos morales que nos hicieron
levantar de entre las bestias y ascender a la condición de humanos, claro
cuando una sociedad como la nuestra la institución que debe velar por la
familia, lean el nombre PROFAMILIA, inicia por la prensa y el internet una
campaña sobre la sexualidad afirmando que la mujer tiene derecho a la
sexualidad “independiente de su condición
civil” asistimos al entierro de las costumbres y frenos que evitan que nos despedacemos
como fieras uno con otros o que respetemos
sexualmente al sexo opuesto como debe ser.
Dejo
aquí entonces este extracto traducido de la obra de Lewis Mumford: The Myth of
the Machine: Technics and Human Development. HARCOURT, BRACE / WORLD, INC. NEW
YORK 1967. Págs. 68-71
Lewis Mumford
De lo que acabamos de exponer se sigue que, aunque
la disciplina del ritual ejerció una función importantísima e incluso indispensable en el desenvolvimiento de la humanidad, quedan pocas dudas de que solo triunfó
a costa de una gran reducción de
la creatividad. La prevalencia del
ritual y de todas las manifestaciones institucionales de él derivadas, explica
tanto los actos de la evolución temprana humana
como su extrema lentitud; al alargarse tanto
los frenos, resultaron más poderosos que la máquina que controlaban.
Dondequiera que encontramos al hombre arcaico vemos una criatura sujeta a leyes, incapaz de
hacer lo que le plazca, donde le plazca y como le plazca; muy al contrario, descubrimos que en cada momento
de su vida debe moverse con cautela y circunspección, guiándose por las costumbres de su especie, reverenciando a
los poderes sobrehumanos, dioses creadores de todos los seres, a los fantasmas
y demonios, siempre asociados con sus inolvidables antepasados, o a los animales,
plantas, insectos o piedras, seres todos consagrados y personificados en su
tótem. Apenas podemos olvidar-aunque también esto sea una inferencia-que los hombres primitivos
marcaban cada fase de su desarrollo con los correspondientes ritos de
iniciación, unas ceremonias universales que el hombre civilizado abandonó
tardíamente solo para cambiarlas por estudios
acerca de «el cuidado y la alimentación de los niños», o «los problemas
sexuales de los adolescentes».
Mediante inhibiciones y severas abstinencias, no menos que por actos de sumisión llenos de fe, los hombres primitivos intentaron
referir sus actividades a las potencias invisibles que los rodeaban, procurando apropiarse algo de su poder y adelantándose
a su malignidad e hipocresía, hasta
obtener, a veces por conjuros mágicos,
su ansiada cooperación. En ningún
aspecto se revela más patentemente esta
actitud que en las dos antiguas instituciones que Freud miraba con tanta suspicacia e
ingenua hostilidad: el tótem y
el tabú.
Ahora bien, el concepto de
tótem, como han señalado Radcliffe-Brown
y Lévi-Strauss, manifiesta muchas ambigüedades y
contradicciones en cuanto se examinan bien sus diversas aplicaciones. Y lo mismo nos ocurre con el concepto
de ciudad, que abarca multitud de diferentes
funciones urbanas, con sus correspondientes necesidades sociales, todo ello
bajo una reunión de estructuras que
tienen muy poco de similares. El
elemento que une todas las formas del
tótem es una relación especial de
lealtad hacia un objeto o poder sagrados a los que se debe respetar piadosamente. Considerándola superficialmente, esta afiliación de un grupo social a
cierto tótem antecesor significaría entonces
un esfuerzo para evitar los destructores efectos que el incesto causaría en las comunidades pequeñas: de
ahí que fuera pecado casarse con gentes del mismo tótem y que se
castigara a un con la muerte el intercambio sexual entre tales grupos.
Lamentablemente, esta explicación no se sostiene,
pues el hecho es que la relación sexual formalizada entre gentes del mismo tótem se
desarrolló al mismo tiempo que el mantenimiento
del modelo normal de familia, practicada por muchas otras especies, entre ellas las aves. ¿Indica esto una
ambivalencia peculiarmente humana, o debemos
considerarla como complementaria entre los aspectos biológicos y
culturales de La vida? Las
complicadísimas regulaciones del parentesco habituales entre los pueblos
«primitivos», al igual que sus
tabúes, revelan la primigenia preocupación de
aquellos hombres por rehacer sus brutos instintos biológicos y darles una forma específicamente humana bajo el estricto y deliberado control de sus centros cerebrales
superiores.
El patrón de la afiliación totémica se vio
reforzado por el tabú, palabra polinesia que
significa sencillamente «lo prohibido».
Y bajo este título se incluyeron, además del intercambio sexual, ciertos
alimentos, especialmente los derivados de animales totémicos, los cadáveres,
las mujeres con menstruación, los juegos reservados al jefe, como hacer surf, o
un territorio particular. De este modo, casi cualquier parte del entorno podía,
mediante alguna asociación accidental con la
buena o la mala suerte, convertirse en
tabú.
Tales prohibiciones guardan tan poca relación con
las prácticas del sentido común que
uno puede sentirse fácilmente abrumado, como le pasó a Freud, por sus
insondables caprichos, sus obstinadas
sinrazones y su despiadada censura aun
de los actos más inocentes; y hasta
parecería (como le pareció a Freud) progresos
que el hombre ha realizado mediante el acceso
a la conducta racional es
proporcional a su capacidad para eludir o derribar esos tabúes. Eso sería
un grave error que ha acarreado gravísimas consecuencias. Lo mismo que le ocurrió a Freud al desestimar las religiones, ese error se basa en
la extraña hipótesis de que una práctica que
no contribuyó en nada a la evolución humana,
sino que en algunos casos hasta
obró contra ella, pudo, a pesar de todo, mantenerse durante siglos con vigor no
disminuido. Lo que Freud pasó por alto fue algo que otro observador mejor
dotado, Raddiffe-Brown, nos recuerda respecto de todas las formas del ritual:
la necesidad de aclarar diferencias entre el
método mismo y su fin social. Al invocar esos poderes consagrados y
prescribir terribles castigos para quienes violaran los tabúes, el hombre
primitivo estaba construyendo hábitos de control absoluto sobre su propia conducta. Durante mucho tiempo las ganancias en
materia de solidaridad de grupo y orden previsible
compensaron ampliamente las pérdidas de libertad.
El propósito ostensible del tabú puede ser
infantil, perverso o injusto, como negarles a las mujeres ciertos privilegios
de los que gozan los hombres, y viceversa durante el parto; pero la costumbre de obedecer estrictamente tales
órdenes y prohibiciones fue esencial para implantar el orden y
cooperación necesarios en otras esferas.
Contra el absolutismo arbitrario del inconsciente,
el hombre necesitaba una fuerza contraria y reglamentada igualmente absoluta. Al
principio, solo el tabú pudo proporcionar
tan necesario equilibrio, convirtiéndose
así en el primer «imperativo
categórico» de la humanidad; después, junto con el ritual, con el que
está tan íntimamente conectado, el tabú resultó el medio más eficaz de asegurar
la práctica del autocontrol. Tal disciplina
moral, establecida como costumbre antes de que pudiera ser justificada
como necesidad humana racional, vino a ser fundamental para la evolución humana.
También en este caso, la práctica de cierto pueblo
primitivo superviviente, los eualayi, de Australia, nos proporciona un modelo
ejemplar en una costumbre que Bowra refiere así: en cuanto un niñito comienza a gatear, su madre se provee de un
ciempiés, lo cuece y golpea con él las manecitas del niño mientras va recitando una canción que dice:
Sé bondadoso.
no robes
no toques lo
que pertenece a otros,
deja todo eso
en paz,
sé bondadoso.
En tales ocasiones, la madre humana no solo ejerce su autoridad, sino
que la asocia con un bicho potencialmente
ponzoñoso, uniendo así su requerimiento
positivo con las simbólicas marcas del castigo implícito en la posible transgresión futura. Esto es
positivo, y no cae ni en el mandato
arbitrario ni en la concesión por
flojera. De tal modo se desarrollan paralelamente el orden mental y el moral.
Tanto se ha alejado nuestra sociedad
occidental de los ancestrales tabúes contra el asesinato, el robo y la
violación, que nos enfrentamos ahora a
delincuentes juveniles desprovistos de todo freno interior les impida asaltar y
ultrajar a otros seres humanos al azar y «por diversión», mientras que a la
par tenemos delincuentes adultos capaces de
planear el exterminio deliberado de decenas de millones de seres humanos, para
cumplir (y también, sin duda, por
diversión) una teoría matemática del
juego. En la actualidad nuestra
civilización está recayendo en un estado
mucho más primitivo e irracional que
el de cualquiera de las sociedades repletas de tabúes que la humanidad haya conocido, y todo por falta de cualquier tabú efectivo. Si el hombre occidental pudiese establecer un tabú inviolable contra
el exterminio aleatorio, nuestra sociedad
gozaría de una salvaguardia muy
efectiva tanto contra violencias
particulares como contra los horrores nucleares colectivos que siguen
amenazándonos, a pesar de las Naciones Unidas y de los débiles mecanismos de
seguridad.
Así como el ritual, en el caso de que yo esté en lo correcto, fue el primer paso hacia la
expresión efectiva y la comunicación mediante el lenguaje, así el tabú fue
también el primer paso hacia la disciplina moral. Sin el ritual y el tabú, quizá la carrera
del hombre hubiera terminado hace mucho tiempo del mismo
modo en que muchos gobernantes y naciones poderosísimas han acabado sus días entre brotes psicóticos y
horribles perversiones hostiles a la vida.
La evolución humanase
apoya a cada momento en su capacidad de
soportar tensiones y controlar su liberación. En los niveles inferiores, esto
implica el control decoroso de la vejiga,
los intestinos; y en los
superiores, la canalización deliberada de los apetitos corporales
y urgencias genitales, poniéndolo todo dentro de los canales socialmente
aceptables. Lo que yo
sugiero aquí, finalmente, es que la
estricta disciplina del ritual y la severa escuela moral del tabú fueron esenciales para el autocontrol del hombre, a la vez que para su creatividad cultural en todas y cada una de las esferas. Solo
quienes obedecen a las reglas son capaces de participar en este juego, y todo
ello hasta tal punto que la estrictez de las reglas y, la dificultad de ganar sin violarlas son valores que incrementan
los goces de tal juego.
En resumen, toda la esfera de
la existencia del hombre primitivo, en la actualidad repudiada por la mente científica
moderna (por saberse consciente de su superioridad
intelectual), fue la fuente
originaria de la autotransformación del hombre, que le hizo pasar de animal
a ser humano. El ritual, la danza, el tótem, el tabú, la religión y la magia fueron los factores que proporcionaron las
bases fundamentales para el ulterior desarrollo superior del hombre.
Hasta la primera gran división del trabajo –según ha subrayado A. M. Hocart-puede
haber sido establecida en los rituales, con sus funciones fijas y sus
oficios predeterminados, mucho antes de ser llevada a la tecnología. Y todo
ello comenzó «hace mucho tiempo, en la era de los sueños».
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