sábado, 23 de mayo de 2015

Por qué la élite tecnológica esta detrás de la renta básica universal

Articulo Original  Why the Tech Elite Is Getting Behind Universal Basic Income  por Nathan Schneider 
Traducido por Alvin Reyes


Como si Silicon Valley no nos hubiese dado ya lo suficiente, puede que tenga que comenzar a darnos dinero a todos. El primer indicio de lo anterior lo noté una tarde del verano pasado, durante una reunión de entusiastas de la divisa virtual en un hackerspace a unos pocos kilómetros de Googleplex, en Mountain View, California. Después de que un orador enumeró los problemas de seguridad de un prometedor sucesor de Bitcoin, Steve Randy Waldman, un e blogger especialista en economía se levantó para hablar sobre “seguridad económica”. En algún punto de sus comentarios preliminares, nos hizo saber que era un defensor del ingreso ciudadano (la idea de que todos deberíamos recibir un sueldo básico de forma regular, sin condición alguna). Los hackers de la moneda virtual desplegados ante él levantaron la mirada de sus portátiles al oír esta idea y no volvieron a bajarla. A pesar de que la charla de Waldman versó sobre un tema completamente diferente, el ingreso ciudadano surgió una y otra vez durante el tiempo de preguntas y respuestas: las dificultades de su implementación y la duda sobre si las personas volverían a trabajar alguna vez.
En ese tiempo, yo había estado escuchando posiciones en torno a la renta básica provenientes de fuentes más previsibles en la Costa Este: seguidores del antropólogo anarquista David Graeber y los editores de la revista socialista Jacobin, entre otros. La idea contiene sin duda un planteamiento  de izquierda: una expansión del sistema de bienestar social para incluir a todos. Una especie de agradecimiento en efectivo por el  hecho de estar vivo. Una forma de dejar el trabajo y, por decir un ejemplo común, dedicarte a surfear.
El tema de  la renta básica está entre la  clase de cuestiones políticas que emocionan tanto a izquierdistas como a derechistas. Aunque es una propuesta de complejidad tecnológica mínima, apela al deseo de Silicon Valley de resolverlo todo con algoritmos sencillos y elegantes. Sus partidarios enumeran algunos de los posibles resultados: puede acabar con la pobreza y la desigualdad con muy poca mediación burocrática. Con más dinero y menos trabajo, podríamos incluso disminuir las emisiones de dióxido de carbono que alteran el clima.
La idea del ingreso ciudadano ha estado muy presente últimamente entre la elite  tecnológica. El fundador de Netscape Marc Andreessen le ha dicho recientemente a la revista New York que le parece “una idea muy interesante”, y Sam Altman de Y Combinator entiende que su implementación es una “conclusión evidente”. Albert Wenger, inversor de capital riesgo de Union Square Ventures, con sede en Nueva York, ha estado blogueando sobre la renta básica de los ciudadanos desde 2013. Le preocupan las aplicaciones inteligentes que está financiando su compañía, que hacen cosas como enseñar idiomas y rentar vehículos, reemplazando puestos de trabajo con cada descarga.
“Nos encontramos en el comienzo de una era en la que las máquinas harán muchas de las cosas que tradicionalmente han hecho los humanos”, me dijo Wenger en octubre. “¿Cómo evitaremos que se produzca una división gigantesca en la sociedad entre los que tienen riqueza y los que no?” Wenger propuso realizar un experimento de renta básica en el distópico mundo de fantasía de Detroit.

Singularity University es una especie de seminario en Silicon Valley en el que la convicción de que las máquinas son (o serán en un futuro cercano) superiores, en esencia, a los seres humanos se ve alimentada por los mismos que se beneficiarán de ese evento. El pasado mes de junio, el co-fundador y presidente de la institución, Peter Diamandis, ejecutivo de turismo espacial, convocó una reunión de celebridades de dicho sector para discutir el dilema del desempleo tecnológico.
“Dime algo que creas que los robots no pueden hacer, y te diré un plazo de tiempo en el que  podrán hacerlo”, me desafió un joven emprendedor italiano llamado Federico Pistono. Entre otros logros, Pistono ha escrito un libro llamado Robots Will Steal Your Job, but That’s OK . En el encuentro de Singularity era el principal defensor de la renta basica. Citó experimentos recientes en la India que parecen prometedores a la hora de combatir la pobreza entre las personas que la tecnología  ha dejado fuera.
Uno no esperaría tal entusiasmo por regalar el dinero de manera incondicional en una habitación llena neoliberales. Pero para este tipo de emprendedores, el bienestar no requiere necesariamente que se establezaca un Estado de bienestar. Uno de los asistentes a la reunión de Singularity era Marshall Brain, fundador de HowStuffWorks.com, quien esbozó su visión sobre la renta básica en una novela publicada en su web llamada Manna. El libro cuenta la historia de un hombre que pierde su trabajo en locales de comida rápida a manos de un software, y solo encuentra la salvación en la utopía de la renta basica forjada desde el interior de Australia por un visionario gerente de un start up. Allí, la renta básica equivale a que la gente tenga tiempo libre para juguetear con el tipo de proyectos que podrían merecer una inversión de capital de riesgo, creando la sociedad de emprendedores autónomos que la cultura de la tecnología tiene en mente. Waldman se refiere al ingreso básico como “capital de riesgo para el pueblo”.
Chris Hawkins, un inversor de 30 años que hizo su dinero diseñando un software que automatiza el trabajo de la oficina, señala a Manna como fuente de inspiración. En la web de su compañía ha comenzado a bloguear sobre la renta básica, que entiende como un aniquilador de burocracia. ”Al redistribuir los fondos se pone fin a los programas de asistencia del gobierno”, me dijo. Congelas los planes de vivienda social, de asistencia alimenticia, de asistencia  sanitaria y demás, y los reemplazas con un cheque. Resulta que los inversores tecnológicos que promueven la renta básica, en líneas generales, no están proponiendo financiar los pagos; prefieren que los necesitados paguen sus facturas.
“El costo tiene que cubrirse de alguna manera”, explicó Hawkins, “y creo que lo más lógico es usar los fondos que actualmente se destinan a los servicios que brinda el estado”.
Karl Widerquist, profesor de filosofía política de la Escuela de Servicios Extranjeros de la Universidad de Georgetown en Qatar, ha estado predicando a favor de la renta basica desde su paso por la escuela secundaria a principios de los años 80. Alega que ahora estamos en la tercera ola pro renta básica del activismo estadounidense. La primera fue durante las crisis económicas del período de entreguerras. La segunda, en los años 60 y 70, cuando héroes libertarios como Milton Friedman abogaban por un impuesto negativo sobre la renta y cuando asegurar un ingreso mínimo para los pobres era la única cuestión en la que Martin Luther King Jr. y Richard Nixon se ponían de acuerdo. (El Plan de Asistencia Familiar de Nixon, que tiene algunas semejanzas con la renta básica, fue aprobado en la Cámara de Representantes pero fracasó en el Senado). La ola actual parece haber retomado impulso a finales de 2013, al mismo tiempo que se hacia viral la noticia acerca de una creciente campaña en Suiza para someter la renta básica a votación. Widerquist está satisfecho de ver el nuevo interés, pero se mantiene precavido en cuanto a lo que los libertarios derechistas tienen en mente.
“No creo que queramos esperar al desempleo generado por la tecnología para implementar el sistema de renta básica”, dice. En su opinión, el plan no consiste en evitar el próximo desastre, sino en reducir la explotación del sistema de propiedad.

Al extremo izquierdo de la ola actual de entusiastas se encuentra Kathi Weeks, que coloco el problema  la renta básica como propuesta central de su último libro The Problem with Work, [El problema con el trabajo]. Sin embargo, lo promueve de manera cauta: si el ingreso básico fuera demasiado bajo, la gente no podría dejar sus trabajos, pero los empleadores seguirían bajando los salarios. Podría provocar que más compañías actuaran a la manera de Walmart, que deja que sus empleados sobrevivan a duras penas con los programas gubernamentales mientras que la empresa paga migajas. Los trabajadores cobrarían por nada, pero también podrían encontrarse con un poder de negociación cada vez menor en los lugares de trabajo.
Si financiáramos la renta básica a partir de la eliminación de las ayudas actuales, y no a partir de gravámenes a los más ricos, estaríamos haciendo todo lo contrario a resolver la desigualdad; el dinero reservado para los más pobres terminaría en manos de los que menos lo necesitan. En lugar de ser un baluarte formidable en contra de la pobreza, un programa de renta básica mal financiado podría producir una amplia clase baja más dependiente del que realice los pagos. Y por muy descabellada que parezca la idea, quienes critican a Weeks desde la izquierda sostienen que no es más que un guiño, una reforma. “No marcará el final del capitalismo”, reconoce ella.
Una renta básica diseñada por capitalistas de riesgo en Silicon Valley esta más propensa a reforzar su propio poder que a fortalecer a los pobres. Pero una renta básica generada a partir de la visión y la lucha de los que más la necesitan ayudaría a asegurar que sus necesidades se satisfagan primero. Si estamos buscando una salida al apocalipsis de los robots, será mejor que no pidamos ayuda a aquellos que lo están causando.

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