Transcribo un sub capítulo del libro “Técnica y Civilización”
de Lewis Mumford donde se plantea el hecho de que el reloj es “es
la maquina clave de la moderna edad industrial”.
Lo
haré en dos entrega porque es un “trabajito”.
Lewis
Mumford, Técnica y Civilización (1934) Alianza Editorial.
Primera edición en “Alianza Universidad”: 1971. Quinta reimpresión en “Alianza
Universidad”: 1992
¿Dónde
tomo forma por primera vez la maquina en la civilización moderna? Hubo
claramente más de un punto de origen. Nuestra civilización representa la
convergencia de numerosos hábitos, ideas y modos de vida, así como instrumentos
técnicos; y algunos de estos fueron, al principio, opuestos directamente a la civilización
que ayudo a crear. Pero la primera manifestación del orden nuevo tuvo lugar en
el cuadro general del mundo: durante los siete primeros siglos de la existencia
de la maquina las categorías de tiempo y espacio experimentaron un cambio
extraordinario, y ningún aspecto de la vida quedo sin ser tocado por esta transformación.
La aplicación de métodos cuantitativos de pensamiento al estudio de la
naturaleza tuvo su primera manifestación en la medida regular del tiempo; y el
nuevo concepto mecánico del tiempo surgió en parte de la rutina del monasterio.
Alfred Whithead ha recalcado la importancia de la creencia escolástica en un
universo ordenado por Dios como uno de los
fundamentos de la física moderna: pero detrás de esta creencia estaba la
presencia del orden en las instituciones de la Iglesia misma.
Las
técnicas del mundo antiguo pasaron de Constantinopla y Bagdad a Sicilia y Córdoba:
de ahí la dirección tomada por Salerno en los adelantos científicos y médicos
de la Edad Media. Fue, sin embargo, en los monasterios de Occidente en donde el
deseo de orden y poder, distintos de los expresados por la dominación militar
de los hombres más débiles, se manifestó por primera vez después de la larga
incertidumbre y sangrienta confusión que acompaño al derrumbamiento del Imperio
Romano. Dentro de los muros del monasterio estaba lo sagrado: bajo la regla de
la orden quedaban fuera la sorpresa y la duda, el capricho y la irregularidad.
Opuesta a las fluctuaciones erráticas y a los latidos de la vida mundana se
hallaba la férrea disciplina de la regla. Benito añadió un séptimo periodo a
las devociones del día, y en el siglo VII, por una bula del papa Sabiniano, se decretó
que las campanas del monasterio se tocaran siete veces en las veinticuatro
horas. Estas divisiones del día se conocieron con el nombre de horas canónicas,
haciéndose necesario encontrar un medio para contabilizarlas y asegurar su repetición
regular.
Según
una leyenda hoy desacreditada, el primer reloj mecánico moderno, que funcionaba
con pesas, fue inventado por el monje Gerberto que fue después el papa
Silvestre II, casi al final del siglo X. Este reloj debió ser probablemente un
reloj de agua, uno de esos legados del mundo antiguo conservado directamente
desde tiempos de los romanos, como la rueda hidráulica misma, o llegado
nuevamente a Occidente a través de los árabes. Pero la leyenda, como ocurre tan
a menudo, es correcta en sus implicaciones y no en sus hechos. El monasterio
fue base de una vida regular, y un instrumento para dar las horas a intervalos
o para recordar al campanero que era hora de tocar las campanas es un producto
casi inevitable de esta vida. Si el reloj mecánico no apareció hasta que las
ciudades del siglo XIII exigieron una rutina metódica, el hábito del orden
mismo y de la regulación formal de la sucesión del tiempo, se había convertido
en una segunda naturaleza en el monasterio. Coulton está de acuerdo con Sombart
en considerar a los Benedictinos, la gran orden trabajadora, como quizá los
fundadores originales del capitalismo moderno: su regla indudablemente le
arranco la maldición al trabajo y sus enérgicas
empresas de ingeniería quizá le hayan robado incluso a la guerra algo de su
hechizo. Así pues no estamos exagerando los hechos cuando sugerimos que los
monasterios —en un momento determinado hubo 40.000 hombres bajo la regla
benedictina— ayudaron a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares
colectivos de la maquina; pues el reloj no es simplemente un medio para
mantener las huellas de las horas, sino también para la sincronización de las
acciones de los hombres.
¿Se
debió al deseo colectivo cristiano de proveer a la felicidad de las almas en la
eternidad mediante
plegarias y devociones regulares el que se apoderase de las mentes de los
hombres el medir el tiempo y las costumbres de la orden temporal; costumbres de
las que la civilización capitalista poco después daría buena cuenta? Quizá
debamos aceptar la ironía de esta paradoja. En todo caso, hacia el siglo XIII
existen claros registros de relojes mecánicos, y hacia 1370 Heinrich von Wyck había
construido en Paris un reloj “moderno” bien proyectado. Entretanto habían
aparecido los relojes de las torres, y estos relojes nuevos, si bien no tenían
hasta el siglo XIV una esfera y una manecilla que transformaran un movimiento
del tiempo en un movimiento en el espacio, de todas maneras sonaban las horas.
Las nubes que podían paralizar el reloj de sol, el hielo que podía detener el
reloj de agua de una noche de invierno, no eran ya obstáculos para medir el
tiempo: verano o invierno, de día o de noche, se daba uno cuenta del rítmico
sonar del reloj. El instrumento pronto se extendió fuera del monasterio; y el
sonido regular de las campanas trajo una nueva regularidad a la vida del
trabajador y del comerciante. Las campanas del reloj de la torre casi
determinaban la existencia urbana. La medición del tiempo pasó al servicio del
tiempo, al recuento del tiempo y al racionamiento del tiempo. Al ocurrir esto,
la eternidad dejo poco a poco de servir como medida y foco de las acciones
humanas.
El
reloj, no la máquina de vapor, es la maquina clave de la moderna edad
industrial. En cada fase de su desarrollo el reloj es a la vez el hecho
sobresaliente y el símbolo típico de la maquina: incluso hoy ninguna maquina es
tan omnipresente. Aquí, en el origen mismo de la técnica moderna, apareció proféticamente
la maquina automática precisa que, solo después de siglos de ulteriores
esfuerzos, iba también a probar la perfección de esta técnica en todos los
sectores de la actividad industrial. Hubo maquinas, movidas por la energía no
humana, como el molino hidráulico, antes del reloj; y hubo también diversos tipos
de autómatas, que asombraron al pueblo en el templo, o para agradar a la ociosa
fantasía de algún califa musulmán: encontramos las ilustradas en Heron y en
AlJazari. Pero ahora teníamos una nueva especie de máquina, en la que la fuente
de energía y la transmisión eran de tal naturaleza que aseguraban el flujo
regular de la energía en los trabajos y hacían posible la producción regular y
productos estandarizados. En su relación con cantidades determinables de energía,
con la estandarización, con la acción automática,
y finalmente con su propio producto especial, el tiempo exacto, el reloj ha
sido la maquina principal en la técnica moderna: y en cada periodo ha seguido a
la cabeza: marca una perfección hacia la cual aspiran otras máquinas. Además,
el reloj, sirvió de modelos para otras muchas especies de mecanismo, y el análisis
del movimiento necesario para su perfeccionamiento así como los distintos tipos
de engranaje y de transmisión que se crearon, contribuyeron al éxito de muy
diferentes clases de máquinas. Los forjadores podrían haber repujado miles de
armaduras o de cañones de hierro, los carreteros podrían haber fabricado miles
de ruedas hidráulicas o de burdos engranajes, sin haber inventado ninguno de
los tipos especiales de movimiento perfeccionados en el reloj, y sin nada de la
precisión de medida y finura de articulación que produjeron finalmente el
exacto cronometro del siglo XVIII.
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