Una mirada antropológica a las ideas de Lewis Mumford ( y 3)
Alvin Reyes
La
renovación del hombre
Bajo
las condiciones actuales que hemos descrito más arriba en esta época en que la
tecnología tiene un papel fundamental y que, según el planteamiento de Lewis
Mumford que hemos desarrollado, el hombre ha sido despojado de su
preponderancia para darle paso a los patrones de consumo dictados por la
maquina, es claro que hay y habrá cambios en la creación de la cultura, en el
proceso de aprendizaje cultural y en la difusión de la cultura.
Todo
el entramado social del hombre occidental moderno está dominado por la
tecnología y los avances científicos. La razón mediante la cual opera el hombre
contemporáneo es la razón técnica. “Actualmente
es imposible concebir la vida del hombre moderno sin el elemento tecnológico,
de tal manera que se puede afirmar que el medio existencial antropológico es
ineludiblemente un medio técnico”.[1]
O en palabras de Marcuse citadas por Jünger Habermas:
“El concepto de razón técnica es quizá
el mismo que el de ideología. No solo su aplicación si no que ya la técnica
misma es dominio sobre la naturaleza y sobre los hombres: un dominio metódico,
científico, calculado y calculante. No es que determinados fines e intereses de
dominio solo se advengan a la técnica a posteriori y desde fuera, si no que
entran ya en la construcción del mismo aparato técnico. La técnica es en cada
caso un proyecto histórico-social; en el se proyecta lo que una sociedad y los
intereses en ella dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con
las cosas. Un tal propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece
a la forma misma de la razón técnica”.[2]
Lo
que acabamos de describir no es más que un escenario típico de un sistema
deshumanizado donde prima la rentabilidad sobre el desarrollo integral de los
seres humanos. Entonces, como rescatar al hombre de la dictadura de la razón
técnica? Esta pregunta se la hace Jorge Riechmann:
El
funcionamiento acoplado de estas dos tremendas realidades se ha convertido en
una gigantesca máquina fuera de control –la Megamáquina, podríamos decir con
Lewis Mumford– movida por el súper resorte de la acumulación de capital, que
amenaza con devastar la biosfera y aniquilar las opciones de que alguna vez se
materialice el secular proyecto de la emancipación humana. La gran pregunta de
nuestra época sería: pero ¿podemos, de forma realista, tomar las riendas de
nuestro propio destino y controlar la Megamáquina? ¿Sería posible dominar la dominación, esa
descontrolada “voluntad de poder” de la Modernidad que ha acabado deificándose
en tal monstruo? ¿Podemos volver a introducir fines humanos en esa titánica acumulación de medios
autonomizados que es la Megamáquina?[3]
A
lo que el propio Mumford responde:
El
gran problema de nuestro tiempo es el de restablecer el equilibrio y la
inteligencia del hombre contemporáneo, hacerlo capaz de dominar a las maquinas
que ha creado en lugar de convertirse en su cómplice impotente y en su víctima
pasiva, de restituir al meollo mismo de nuestra cultura es respeto por los
atributos fundamentales de la personalidad, la creatividad y autonomía que el
hombre occidental perdió en el momento en que dejó de lado su propia vida para
concentrarse en la mejora de la maquinaria.[4]
De
lo que se trata es de devolverle al hombre el lugar de primacía que ha perdido
al sucumbir el ser humano a la razón técnica. Y esto se logra rescatando al
individuo, haciéndole crecer de una manera integral. Y esa es una tarea nada
fácil.
Regenerar
una sociedad ya casi al completo embrutecida y envilecida por los peores vicios
burgueses exige reconstruir una nueva concepción del individuo en que las
nociones de deber autoimpuesto, esfuerzo desinteresado, renuncia al ego,
espíritu de servicio y disposición para el sacrificio prevalezcan. Deseamos una
existencia ética dirigida a evitar el mal y a realizar el bien. Una sociedad
inmoral es necesariamente totalitaria y policial, por eso el Estado es el
principal enemigo de la rectitud ética.[5]
Pero
para lograr esto se debe de frenar el impulso tecnológico sin sentido que
proclama el consumo por encima de otras cosas que también son de interés para
el hombre. No se trata de destruir a la máquina y volver a habitar en cavernas,
de lo que se trata es de reeducar al hombre y a la máquina para que la última
vuelva a servir al primero. “Si queremos que el destino de nuestra
civilización sea otro, tendremos que reexaminar y revisar todos los aspectos de
nuestra existencia; todas las actividades habrán de ser sometidas a crítica y a
evaluación, y todas las instituciones habrán de aspirar a renovarse”.[6]
Esta
renovación pasa por la tarea de rescatar aquello que nos hace verdaderamente
humanos. La sociedad occidental moderna con su máquina de producción a plena
capacidad ve los seres humanos como consumidores o como piezas o engranajes que
funcionan solo dentro de los límites impuestos por el sistema del que debe
liberarse, por la propia máquina.
Buscar
la iluminación, intelectual o espiritual; hacer el bien; amar y ser amado;
crear y enseñar: estos son los más altos fines de la humanidad. Si hay un
significado en la vida, se encuentra aquí. Los que se gradúan de las grandes
universidades tienen más oportunidades que la mayoría de encontrar tal fin.
Entonces, ¿por qué tantos terminan en empleos inútiles y destructivos?
Finanzas, consultoría de gestión, publicidad, relaciones públicas, cabildeo:
estas y otras ocupaciones inútiles consumen miles de los estudiantes más
brillantes. Tomar estos puestos de trabajo al graduarse, como muchos lo harán
en las próximas semanas, es amputar la vida en su base.[7]
Es
por esta sustitución de las características y cualidades humanas de este
sistema, de este entramado económico cuya única meta es el beneficio por el
beneficio y el éxito por el éxito que Mumford en “La condición del hombre” hace
un dramático llamado a la renovación del hombre. “Cada ganancia en energía, en
dominio de las fuerzas de la naturaleza, cada nuevo descubrimiento científico,
ha probado ser potencialmente peligroso porque no ha sido acompañado de una
ganancia en igual magnitud en autocomprensión y autodisciplina. Hemos buscado
la perfección eliminando el elemento humano”.[8]
Más
adelante Mumford recalca que “no podemos vivir con la ilusión del éxito
en un mundo entregado a mecanismos desvitalizados, organismos desocializados y
sociedades despersonalizadas: un mundo que ha perdido su sentido de dignidad
hacia las personas casi completamente como lo hizo el Imperio Romano en lo más
alto de su grandeza militar y su dominio técnico”.[9]
Queremos
dejar establecido en la parte final de este ensayo, y acaso suene repetitivo,
que no estamos en contra de la máquina, en cuanto máquina. Desde la revolución
industrial, y desde mucho antes, el hombre ha dado pasos tecnológicos gigantes
que han acortado distancias, se han descubierto variedades de alimentos que han
paliado el hambre, en medicina, por ejemplo no sabemos hasta donde se pueda
llegar con las células madre, o sea la tecnología llegó, vive con nosotros eso
es innegable, y si pretendiéramos aquí a que volviéramos a las cavernas
aceptaríamos la acusación de ser ineptos. Pero esa misma técnica nos ha traído
también grandes dolores, veamos como lo resume Ernesto Sábato:
“Pero
en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el
rostro de los hombres. En 1938 trabajaba en el Laboratorio Curie, de París. Me
da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros,
soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos dentistas,
vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la
Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se
aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores había
venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicas, iba a
ser el instrumento de la matanza mecanizada”.[10]
Las
maquinas son importantes en nuestra vida, pero no al punto de convertirlas en
dioses. “Si usted se enamora de una máquina, algo anda mal en su vida
sentimental. Si adora a una maquina algo anda mal en su religión”.[11]
Quiero
terminar dejando esta reflexión de un hombre que estuvo en el centro del
conflicto más terrible del siglo XX y quizá de toda la historia de la
humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Me refiero al arquitecto Albert Speer,
arquitecto del tercer Reich, primero, y luego Ministro de Armamento y
Producción Bélica del Reich, el tribunal de Núremberg le condenó a 20 años de
cárcel en la prisión de Spandau:
“Cuanto
más se tecnifique al mundo mayor es el peligro…Como antiguo ministro de unos
armamentos altamente desarrollados, es mi último deber constatar aquí que una
nueva gran guerra acabaría destruyendo toda cultura humana y toda civilización.
Nada impediría a una técnica y una ciencia que hubiesen escapado a nuestro control
consumar la obra de aniquilación del ser humano que han iniciado ya en esta
guerra tan terrible……Todos los estados del mundo corren el riesgo de caer bajo
el terrorismo de la técnica….Por lo tanto cuanto más se tecnifique el mundo
será más necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y
el respeto de cada hombre hacia su propia dignidad……El complicado aparato del
mundo moderno puede, mediante impulsos negativos que se incrementan mutuamente,
descomponerse de forma irremisible. Ninguna voluntad humana podría detener esa
evolución si el automatismo del progreso diera otro paso en su marcha hacia la
despersonalización del hombre y lo privara cada vez más de la responsabilidad
de sus propios actos”[12].
Conclusión:
Vivimos
bajo un mundo dominado por la técnica, la razón que prima en el inconsciente
colectivo de occidente es la razón técnica. Mumford, al criticar el
sometimiento del hombre, del ser humano, al dominio de este sistema al que ha
llamado “la máquina” comenzó diciéndonos que el hombre no se ha levantado sobre
las demás criaturas por su capacidad de construir herramientas si no por el
despertar de su propia consciencia. Antes de fabricar herramientas el hombre
soñó. Luego las herramientas se fueron haciendo más complejas hasta convertirse
en una megamáquina compuesta de partes humanas que construyo las primeras
grandes ciudades y las pirámides. Esta megamáquina se alimentaba de la
esclavitud del hombre. Una esclavitud cuyo único fin fue construir templos para
elevar a los reyes que eran los descendientes de los Dioses.
Hoy
esta megamáquina de Mumford ha evolucionado en un sistema económico,
corporativo, militar que ha desplazado el hombre del lugar que le corresponde
en la civilización actual y se ha colocado en lugar de él un culto sin sentido
a la máquina y a los productos de la máquina de la mano de la publicidad y del
hiperconsumo excesivo de bienes industrializados, más allá de las necesidades propias
de cada habitante de los grandes centros urbanos de occidente, convirtiendo en
ese proceso al hombre en una mera herramienta pasiva, en un engranaje más de la
megamáquina.
Para
la humanidad los años que vienen serán muy decisivos, se enfrenta a retos que
amenazan el estado actual de nuestra civilización. Las catástrofes naturales se
incrementan por los daños al medio ambiente causados por la megamáquina,
Estados nacionales que se desintegran y, parafraseando a Henry Adams, un
arsenal de “bombas de violencia cósmica”[13]
que están listas esperando a la espera de que se desate la locura. A todo esto
se añade que al dejar de lado al hombre como ente principal del sistema todo el
legado nuestro hacia el futuro se está desintegrando. No somos capaces de crear
nada que no vaya con los intereses de la máquina. El arte, la cultura, el
deporte, los sentimientos, lo que nos hace humanos y el objeto de estudio de la
antropología, han sucumbido a los dictados de un sistema cuyo objetivo es el
beneficio económico y nada más. La lealtad al prójimo, el amor a una bandera,
al color de un equipo deportivo de una ciudad están en segundo plano bajo los
actuales parámetros de éxito a toda costa y por encima de todas las cosas.
Ante
este panorama solo la renovación de la vida podrá ayudarnos a enfrentar los
retos que he señalado arriba. Tenemos que ser capaces de comprender las fuerzas
que actúan en contra de esta renovación y enfrentarlas, pero más importante es
comprender las fuerzas que motorizan la renovación de la vida. Pero esta
decisión, este primer paso hacia la renovación del hombre no nos la puede
dictar nadie, hace falta, quizá, volver a la conciencia antigua, a aquella que
nos separó de las bestias y nos hizo humanos, solo entonces el hombre podrá
domesticar a la máquina y usarla a su servicio no como en el Estado actual
donde no somos más que una pieza al final de una línea de montaje.
[1] Queraltó, Ramón (1994). Razón
científica y razón técnica en el fin de la modernidad. Anuario filosófico.
Universidad de Navarra. Vol. 27. No 2. Pág. 684
[2] Habermas, Jurgen (1986). Ciencia y
técnica como ideología. Madrid. Tecnos. Pág. 5
[3] March, Ana. Entrevista a Jorge
Riechmann: Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos.
Recuperado de
http://www.culturamas.es/blog/2015/06/06/entrevista-a-jorge-riechmann-autoconstruccion-la-transformacion-cultural-que-necesitamos/
[4] Mumford, Lewis (1952). Arte y
técnica. Pepitas de calabaza. La Rioja, España. 1 ed. 2014. Pág. 45
[5] Rodrigo Mora, Felix. Carta de Félix
Rodrigo Mora al grupo de Facebook. “Amigos de Félix Rodrigo Mora”. Recuperado
de http://www.felixrodrigomora.org/carta-de-felix-rodrigo-mora-al-grupo-de-facebook-amigos-de-felix-rodrigo-mora/
[6] Mumford, Lewis (1952). Arte y
técnica. Pepitas de calabaza ed. Primera edición octubre 2014. Pág.
45
[7] Monbiot, George. How a
corporate cult captures and destroys our best graduates. Recuperado de http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/jun/03/city-corporates-destroy-best-minds?CMP=fb_gu
[8] Mumford, Lewis
(1973). The condition of man. New York and London. A harvest/HBJ Book. Pág. 393
[9] Ibid. Pág. 395
[10] Sábato, Ernesto (1951). Hombres y
engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro
tiempo. Ed. EMECE. Pág.5.
[11] Mumford, Lewis (1952). Arte y técnica.
Pepitas de calabaza ed. Primera edición octubre 2014. Pág. 117
[12] Speer, Albert (2008). Memorias. Barcelona.
Editorial Acantilado. Pags.923-924,929
[13] Mumford, Lewis (1952). Arte y
técnica. Pepitas de calabaza. La Rioja, España. 1 ed. 2014. Pág. 184