Concluyo
aqui la transcripcion del sub capítulo
del libro “Técnica y Civilización” de Lewis Mumford donde se plantea le hecho
de que el reloj es “es la maquina clave de la moderna edad industrial”.
Lewis
Mumford, Técnica y Civilización (1934) Alianza Editorial.
Primera edición en “Alianza Universidad”: 1971. Quinta reimpresión en “Alianza
Universidad”: 1992
El
reloj, además es una maquina productora de energía cuyo “producto” es segundos
y minutos: por su naturaleza esencial disocia el tiempo de los acontecimientos humanos
y ayuda a crear la creencia en un mundo independiente de secuencias matemáticamente
mensurables: el mundo especial de la ciencia. Existe relativamente poco
fundamento para esta creencia en la común experiencia humana: a lo largo del año,
los días son de duración desigual, y la relación entre el día y la noche no
solamente cambia continuamente, sino que un pequeño viaje del Este al Oeste
cambia el tiempo astronómico en un cierto número de minutos. En términos del
organismo humano mismo, el tiempo mecánico es aún más extraño: en tanto la vida
humana tiene sus propias regularidades, el latir del pulso, el respirar de los
pulmones, estas cambian de hora en hora según el estado de espíritu y la acción,
y en el más largo lapso de los días, el tiempo no se mide por el calendario
sino por los acontecimientos que los llenan. El pastor mide según el tiempo que
la oveja pare un cordero; el agricultor mide a partir del día de la siembra o
pensando en el de la cosecha: si el crecimiento tiene su propia duración y
regularidades, detrás de estas no hay simplemente materia y movimiento, sino
los hechos del desarrollo: en breve, historia. Y mientras el tiempo mecánico está
formado por una sucesión de instantes matemáticamente aislados, el tiempo orgánico
—lo que Bergson llama duración— es cumulativo en sus efectos. Aunque el tiempo mecánico
puede, en cierto sentido, acelerar o ir hacia atrás, como las manecillas de un
reloj o las imágenes de una película, el tiempo orgánico se mueve solo en una dirección
—a través del ciclo del nacimiento, el crecimiento, el desarrollo, decadencia y
muerte—, y el pasado que ya ha muerto sigue presente en el futuro que aun ha de
nacer.
Alrededor
de 1345, según Thorndike, la división de las horas en sesenta minutos y de los
minutos en sesenta segundos se hizo corriente. Fue este marco abstracto del
tiempo dividido el que se hizo cada vez más el punto de referencia tanto para
la acción como para el pensamiento, y un esfuerzo para llegar a la precisión en
este aspecto, la exploración astronómica del cielo concentro más aun la atención
sobre los movimientos regulares e implacables de los astros a través del
espacio. A principios del siglo XVI, se cree que un joven mecánico de Núremberg,
Peter Henlein, invento “relojes con muchas ruedas con pequeños pedazos de
hierro” y a finales del siglo el relojito domestico había sido introducido en Inglaterra
y en Holanda. Como ocurrió con el automóvil y con el avión, las clases más
ricas fueron las que adoptaron primero el nuevo mecanismo y lo popularizaron:
en parte porque solo ellas podían permitírselo, en parte porque la nueva burguesía
fue la primera en descubrir que, como Franklin dijo más tarde, “el tiempo es
oro”. Ser tan regular “como un reloj” fue el ideal burgués, y el poseer un
reloj fue durante mucho tiempo un inequívoco signo de éxito. El ritmo creciente
de la civilización llevo a la exigencia de mayor poder: y a su vez el poder
acelero el ritmo.
Ahora
bien, la ordenada vida puntual que primeramente tomo forma en los monasterios
no es connatural a la humanidad, aunque hoy los pueblos occidentales están tan
completamente reglamentados por el reloj que constituye una “segunda
naturaleza”, considerando su observancia como un hecho natural. Muchas
civilizaciones orientales han florecido teniendo poca cuenta del tiempo: los indios
han sido en realidad tan indiferentes al tiempo que les falta incluso una
autentica cronología de los años. Todavía ayer, en el centro de las
industrializaciones de la Rusia soviética, apareció una sociedad para fomentar
el uso de relojes y hacer la propaganda de los beneficios de la puntualidad. La
popularización del registro del tiempo, que siguió a la producción sistemática
del reloj barato, primeramente en Ginebra, después en Estados Unidos, hacia
mitad del siglo pasado, fue esencial para un sistema bien articulado de
transporte y de producción.
La
medición del tiempo fue primeramente atributo peculiar de la música: dio valor
industrial a la canción del taller o al abatir rítmico o a la saloma de los
marinos halando una cuerda. Pero el efecto del reloj mecánico es más penetrante
y estricto: preside todo el día desde el amanecer hasta la hora del descanso.
Cuando se considera el día como un lapso
abstracto de tiempo, no se va uno a la cama con las gallinas en una noche de
invierno: uno inventa pabilos, chimeneas, lámparas, luces de gas, lámparas eléctricas,
de manera aprovechar todas las horas que pertenecen al día. Cuando se considera
el tiempo, no como una sucesión de experiencias, sino como una colección de
horas, minutos y segundos, aparecen los hábitos de acrecentar y ahorrar el
tiempo. El tiempo cobra el carácter de un espacio cerrado: puede dividirse,
puede llenarse, puede incluso dilatarse mediante el invento de instrumentos que
ahorran el tiempo.
El
tiempo abstracto se convirtió en el nuevo ámbito de la existencia. Las mismas
funciones orgánicas se regularon por el: se comió, no al sentir hambre, sino
impulsado por el reloj. Se durmió, no al sentirse cansado, sino cuando el reloj
nos exigió. Una conciencia generalizada del tiempo acompañó el empleo más
extenso de los relojes. Al disociar el tiempo de las secuencias orgánicas, se
hizo más fácil para los hombres del renacimiento satisfacer la fantasía de
revivir el pasado clásico o los esplendores de la antigua civilización de Roma.
El culto de la historia, apareciendo primero en el ritual diario, se abstrajo
finalmente como una disciplina especial. En el siglo XVII hicieron su aparición
el periodismo y la literatura periódica; incluso en el vestir, siguiendo la guía
de Venecia como centro de la moda, la gente cambio la moda cada año en vez de
cada generación.
No
puede sobrestimarse el provecho en eficiencia mecánica gracias a la coordinación
y la estrecha articulación de los acontecimientos del día. Si bien este
incremento no puede medirse sencillamente en caballos de fuerza, solo tiene uno
que imaginar su ausencia hoy para prever la rápida desorganización y el
eventual colapso de toda nuestra sociedad. El moderno sistema industrial podría
prescindir del carbón, del hierro y del vapor más fácilmente que del reloj.
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