Por Alvin Reyes
“La
ciencia y la técnica forman dos mundos independientes pero
relacionados. La máquina era una falsificación de la naturaleza,
regulada y controlada por la mente de humana. La cuestión era que la
invención se había convertido en deber y deseo de usar nuevas maravillas
de la técnica, la necesidad de invención era un dogma, y el ritual de
la rutina mecánica era el elemento de unión en la fe. Tras su aparición,
la máquina se justificó a sí misma apoderándose de sectores de la vida
descuidados en su ideología”. Lewis Mumford
El hombre se despertó,
el sonido de una versión electrónica de una melodía de Mozart le trajo
de vuelta desde el mundo de los sueños. Tomó en sus manos la pequeña maquina
cuadrada que producía el sonido, la misma máquina asombrosa que le
permitía hablar y compartir información con otros hombres, siempre que
estuviesen dotados de artefactos similares. Sentado en la cama acercó un
mando a distancia y por medio de un hilo invisible detuvo la fabulosa
maquina acondicionadora de aire, que le permitía dormir fresco mientras
afuera quemaba el calor tropical. Segundos después el hombre tomo otro
artilugio electrónico y, de nuevo usando la magia de la invisibilidad,
encendió una de las máquinas más fabulosas.
El
aparato rectangular brilló y las imágenes y el sonido brotaron de
aquella maravilla de la inventiva, la cual se potenciaba porque unida a
ella estaba conectada otra pequeña máquina
en forma de cajita cuadrada que conectada a una máquina-antena sobre su
techo le traía, desde miles de kilómetros, imágenes del mundo entero. Y
así en pocos minutos, el hombre se enteró de cosas que pasaban lejos de
la tranquilidad de su casa por medio de la magia de los satélites. Se
dirigió después a su cuarto de baño donde un pequeño aparatito que
zumbaba como un abejón le quita la barba de tres días. Que fabulosos era
contar con todas estas maravillas de la ciencia del hombre.
Ya
vestido para el trabajo otra máquina eléctrica le preparó un café que
degustó mientras ignoraba cuantas maquinas se habían puesto en
movimiento para que a esa hora de la mañana el disfrutara de ese
aromático café. Salió de su apartamento sin preocuparse de los cinco
pisos que debía descender porque un aparato ascensor lo llevaría
cómodamente a la superficie.
Y
entonces debajo del edifico donde vivía estaba el aparcamiento donde se
guardaba una de las maquinas supremas. Una de los ingenios mecánicos
más admirando por este y todos los hombres. La de nuestro personaje era
particularmente hermosa, estilizada, un todo terreno equipada con todos
los artilugios y juguetes que solo la ciencia del hombre podría inventar
para que el desplazarnos sobre el planeta no sea un mero recorrido de
distancia, sino un placer al que todos teníamos derecho. Millares de
horas hombres y horas maquina se han invertido en el desarrollo de este
portento de comodidad y lujo para que este y otros hombres disfruten del
placer de conducir por la calles de la ciudad. Orgulloso trepó a su
máquina y por medio otra vez del dominio de las leyes del
electromagnetismo abrió la puerta de la calle sin descender de su
vehículo. Y salió al mundo.
Las
calles estaban atestadas de máquinas similares a las de nuestro héroe,
mientras se movía lentamente entre las demás máquinas, cuyos movimientos
eran regulados por máquinas que cambiaban de colores a intervalos
regulares, el hombre pensaba en su incómoda situación al ir atento al
volante, pensaba que los ingenieros de las fábricas de
máquinas-automotoras debían diseñar maquinas capaces de dirigirse,
previa programación, al lugar de destino mientras él podía
tranquilamente leer el periódico o usar su máquina computadora portátil
sin preocuparse de las demás maquinas, si, posiblemente ya los
ingenieros estaban pensando en eso, ese era su trabajo, pensar a diario
en nuestra comodidad, cada día debían de hacernos la vida más fácil,
ese era el fin último de la tecnología.
Los
párrafos descritos arriba parecen ser el sueño que describieron en sus
novelas Isaac Asimov y H. G. Wells, pero no es ficción, es el mundo
real, es el ahora. Deje de leer estas líneas un momento y mire a su
alrededor. Lo primero es que si está leyendo esto usted está dotado de
una máquina-computadora o lo está leyendo desde, como les gusta decir a
muchos, un dispositivo móvil, o, si está más en la “onda” desde un Ipad.
Puede estar en un ambiente de aire acondicionado o al menos las aspas
de un abanico le refrescan el calor de Santo Domingo o de la ciudad
donde se encuentre, porque gracias a las maquinas esta página ha sido
leída hasta en la Republica Checa.
No
estoy en contra de la máquina, en cuanto máquina. Desde la revolución
industrial el hombre ha dado pasos tecnológicos gigantes que han
acortado distancias, se han descubierto variedades de alimentos que han
paliado el hambre, en medicina, por ejemplo no sabemos hasta donde se
pueda llegar con las células madre, o sea la tecnología llegó, vive con
nosotros eso es innegable, y si yo pretendiera aquí a que volviéramos a
las cavernas sería más que un inepto. Pero esa misma técnica nos ha traído también grandes dolores, veamos como lo resume Ernesto Sabato: “Pero
en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides,
encontraba el rostro de los hombres. En 1938 trabajaba en el Laboratorio
Curie, de París. Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo
entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la
vanidad de aquellos dentistas, vanidad tanto más despreciable porque se
revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros
fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en
la que esa Ciencia, que según esos señores había venido para liberar al
hombre de todos sus males físicos y metafísicas, iba a ser el
instrumento de la matanza mecanizada”. (Ernesto Sabato. Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo).
Esa
tecnología que glorificamos, ahora como nunca, también se ha utilizado
para sembrar la muerte y la desolación, en el pasado como ahora. Dice
Albert Speer en sus memorias que la enormidad de los hechos cometidos
por Hitler se debió a que este se aprovechó de la técnica para
masificarlos.
En
este momento hay una peligrosa glorificación de la máquina, antes se
decía “tanto tienes tanto vales” ahora es cuantos juguetes tienes, eso
vales. Las personas que por alguna razón, sea económica o por decisión
propia, tiene un equipo celular móvil de al menos un año de antigüedad
se le denosta con “un estas atrás” o “estas quedao”. Como es posible que
una sociedad se deshumanice al punto de ver la calidad de vida de una
persona por el celular que tiene o por el tipo de vehículo que conduce.
Fíjense que él diseño de los autos todo terreno está hecho de tal forma
que producen la imagen de grandeza, fíjense si no, en una Hummer, un
vehículo monstruoso cuyo único objetivo es humillar. Repito las maquinas
son importantes en nuestra vida, pero no al punto de convertirlas en
dioses.
Quiero
terminar dejando esta reflexión de un hombre que estuvo en el centro
del conflicto más terrible del siglo XX y quizá de toda la historia de
la humanidad. Me refiero al arquitecto Albert Speer, arquitecto del
tercer Reich, primero, y luego Ministro de Armamento y Producción Bélica
del Reich, el tribunal de Núremberg le condenó a 20 años de cárcel en
la prisión de Spandau:
“Cuanto
más se tecnifique al mundo mayor es el peligro…Como antiguo ministro de
unos armamentos altamente desarrollados, es mi último deber constatar
aquí que una nueva gran guerra acabaría destruyendo toda cultura humana y
toda civilización. Nada impediría a una técnica y una ciencia que
hubiesen escapado a nuestro control consumar la obra de aniquilación del
ser humano que han iniciado ya en esta guerra tan terrible……Todos los
estados del mundo corren el riesgo de caer bajo el terrorismo de la
técnica….Por lo tanto cuanto más se tecnifique el mundo será más
necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y el
respeto de cada hombre hacia su propia dignidad……El complicado aparato
del mundo moderno puede, mediante impulsos negativos que se incrementan
mutuamente, descomponerse de forma irremisible. Ninguna voluntad humana
podría detener esa evolución si el automatismo del progreso diera otro
paso en su marcha hacia la despersonalización del hombre y lo privara
cada vez más de la responsabilidad de sus propios actos”. (Albert Speer. Memorias. Editorial Acantilado. 2008. Pags.923-924,929)
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