domingo, 17 de marzo de 2013

El eterno conflicto: mecanicismo vs. organicismo



José Manuel Pérez Rivera




Desde hace tiempo no hago otra cosa que darle vueltas a una serie de ideas que rondan por mi cabeza. Son como las piezas de un puzzle que, si eres capaz de encajarlas, obtienes una preciosa imagen. Durante breves instantes vislumbré el puzzle montado y experimenté una agradable sensación de bienestar. Intuyo que la imagen obtenida es de calidad y puede resultar útil para dar respuesta a los importantes retos individuales y colectivos a los que hoy día nos enfrentamos. Las piezas son complejas y la distinción entre algunas de ellas es difícil. Sólo unas pocas contienen elementos reconocibles, palabras sueltas que quieren formar una frase cargada de sentido. Términos como organismo, mecanicismo, organización, 15M, democracia, política,…, son las piezas claves del puzzle y una metáfora en sí misma de la idea principal que las une a todas: la relación entre el todo y las partes. 

Atascado en el montaje de este complejo puzzle mental decido coger dos piezas que me parecen fundamentales: en el centro de cada pieza figura, respectivamente, la palabra organismo y organización. Las piezas no encajan entre sí, aunque en apariencia son muy similares. Presto más atención y empiezo a desvelar las diferencias. La más notable es que, según Waldo Frank, “en el organismo, unidad y vida unificadora están en todas partes, infusas en todos sus elementos”. Mientras que “en una organización, la unidad se impone racionalmente en sus componentes y permanece exterior a su naturaleza intrínseca”. Pongamos un ejemplo para ver más claras las diferencias. Un organismo sería el propio ser humano: su vida está en todas sus partes. Sin embargo, en una empresa comercial, existe un pequeño y limitado grupo de personas, los jefes, que la dirigen y, por tanto, su unidad viva no recae en sus trabajadores. 

Lo más curioso de ambas piezas, y de ahí la dificultad a la hora de montar el puzle, es su carácter dual. Depende de la orientación que le des a la pieza pasa de organización a organismo, o viceversa. Ejemplo de la primera posibilidad, es decir, de la conversión de una organización en organismo, y tomando como referencia el caso anterior de la empresa comercial, puede suceder que los trabajadores vayan más allá o se le permita implicarse en la dirección del negocio en el que prestan su servicio a cambio de un salario, identificando la empresa consigo mismo y relacionándola con la que sociedad en la que se encuentran insertos. Cuando sucede esto, la organización llega a convertirse en un organismo. Pero puede suceder, como es más frecuente, que un grupo de organismos, el propio ser humano sin ir más lejos, devenga en una organización mecanicista, de los que podríamos citar innumerables ejemplos: los ejércitos, las densas burocracias públicas, los partidos políticos, etc…

La diferencia entre una organización y un organismo es muy sutil. Retomando a la metáfora del puzle, la diferencia es apenas apreciable entre las piezas. Incluso un mismo grupo puede comportarse algunas veces como organismo y otras como organización. Waldo Frank ponía en su obra “El redescubrimiento del hombre”, el ejemplo de un equipo profesional de beisbol. Según Frank, el equipo actúa como organización “en cuanto los hombres que juegan tienen objetivos e impulsos que el equipo no expresa íntegramente”. Por el contrario, operan como organismo “en cuanto los jugadores llegan a absorberse espontánea y apasionadamente en vencer en un encuentro determinado”. 

Llevada a un terreno menos profano, el de la historia, Waldo Frank describe a la Polis de Grecia como paradigma de un organismo, y a la Roma imperial como organización arquetípica, “una organización de organismo cuya sangre gradualmente agotó”. La antigua Roma fue, desde este punto de vista, una pesada maquinaria de poder que anulaba cualquier forma de organismo. Incluso cuando el estado romano adoptó el cristianismo como religión del Estado, traicionó o persiguió el espíritu orgánico de las primeras comunidades cristianas utilizando estrictos métodos de organización. La Iglesia, como institución heredera del jerarquizado, hiper-organizado y poderoso estado romano, tuvo un papel clave, tal y como han demostrado Lewis Mumford y el citado Waldo Frank, en la aparición de la máquina y formas opresoras del colectivismo (capitalismo, comunismo, fascismo, etc…). Cualquier persona conocedora de este fenómeno no debería de extrañarse del apoyo que la iglesia siempre ha mostrado a las instituciones políticas, económicas y sociales más poderosas, que comparten con ella su voluntad organizada. 

El ser humano parece tener inserto en sus genes un rechazo a toda forma de organización oprimente, la libertad. Al igual que sucede en la naturaleza, el gen de la libertad puede sufrir alteraciones y provocar graves enfermedades en el cuerpo individual y colectivo. Siguiendo esta idea de marcado carácter organicista, Waldo Frank apuntaba que “el cuerpo, como un todo, debe constantemente desempeñar su parte dentro del “argumento” de las relaciones, pero los actores son partes específicas del cuerpo”. Ningún órgano del cuerpo humano actúa de manera independiente y con un objetivo individualista, son medios; el fin es el mantenimiento de la vida. Así el estómago, decía Waldo Frank, “crea alimento no solamente para el estómago, sino para todo el cuerpo; los órganos sexuales propagan toda la vida del cuerpo; la vista, el olfato, el tacto, etcétera, efectúan la acomodación completa del cuerpo a su ambiente”. 

Lo indicado para el cuerpo individual, como ser vital y orgánico, es, -en opinión de Waldo Frank-, también cierto para el cuerpo social. “Las unidades particulares de hombres y mujeres dentro del grupo desempeñan los actos de sus relaciones funcionales como un todo con la naturaleza y con otros grupos humanos. Así como existe una constante relación entre la supervivencia del hombre y la actividad de los constituyentes de su cuerpo, así también existe una relación entre la supervivencia del cuerpo colectivo del hombre y los papeles especiales de sus constituyentes: el agricultor, el trabajador, el soldado, el sacerdote, el político. Y eso puede parecer que cubre toda la historia de la humanidad”. 

Después de mucho tiempo dándole vueltas a la cabeza, he llegado a la misma conclusión a la que llegaron Lewis Mumford y su colega Waldo Frank: uno de los asuntos claves en la humanidad y en su modo de organización como sociedad es el eterno conflicto en la visión mecánica y la visión orgánica de la existencia humana y todo lo que con ella se relaciona. La primera de las visiones se relaciona con la máquina, la segunda con la naturaleza. Cada día este eterno conflicto entre mecanicismo y organicismo se aprecia con más claridad. El escenario donde se libra la batalla entre mecanicista y organicista ha sido y es de lo más variado. En arquitectura, Frank Lloyd Wright y Antoni Gaudí frente a Le Corbusier y los representantes del llamado “Estilo Internacional”; en la música, Mozart frente a la música electrónica; el cerebro frente a la inteligencia artificial; el proyecto educativo de Dewey frente a los postulados de Comenius; la pintura de Goya frente a los cuadros de Andy Warhol; la medicina natural frente a la institucional, etc…

El resultado del conflicto que dirimen organicista y mecanicista cobra especial relevancia en el plano del poder político y económico. Desde la democracia orgánica que surgió en la Atenas clásica hasta la oligarquía mecanicista de hoy han pasado muchos siglos de abierto enfrentamiento entre dos visiones contrapuestas de la naturaleza humana en el sentido individual y colectivo. No cabe duda que la cosmovisión mecánica viene siendo la predominante desde al menos el siglo XVI y su influencia no ha dejado de acrecentarse. Según se ha ido imponiendo la visión mecánica, la condición humana ha experimentado un notorio deterioro. Hemos perdido nuestra conexión orgánica con el todo, que no es otra cosa que la propia tierra y la amplia ecúmene que la ocupa. La disolución de los lazos que nos unen con el planeta y con nuestra propia especie nos ha conducido a dos procesos paralelos: la sociodesintegración y la psicodesintegración.
El reto que tenemos ante nosotros, la revolución esperada, es el triunfo de la visión orgánica. Este momento llegará, según Waldo Frank, cuando el hombre, “que durante dilatadas épocas ha empleado todos sus órganos individuales y colectivos para el bienestar del yo, empíricamente considerado, aprenda que este yo, así cuidado y así servido, pierde su salud: que por su bienestar debe esforzarse en ser un integrador dentro de un todo metafísicamente fuera de él”. En resumidas cuentas, nuestra misión futura consiste en la reordenación de los tres componentes del yo: el ego social, el ego somático y el yo cósmico. Este último, el espíritu, con capacidad infinita para elevarse, tiene que ocupar el lugar central, hoy día monopolizado por el ego somático, dando lugar al egoísmo e individualismo reinante. Este proceso de reacondicionamiento interno está todavía en sus primeras etapas y aparece fugazmente en ocasiones puntuales que calificamos de “revolucionarias”. 

Cornelius Castoriadis llamó la atención sobre el hecho no causal de que “cada vez que se produjeron grandes movimientos revolucionarios o reformadores de la sociedad, en el auténtico sentido del término, comenzaron casi sin excepción con un impulso de restauración o instauración de la democracia directa”. Así ocurrió en América del norte, entre 1770 y 1780, durante la Revolución Francesa, la Comuna de París, en la Hungría de 1956 o, más reciente en el tiempo, con el movimiento 15M, Occupy Wall Street, etc…Todo parece indicar que la tendencia hacia el organicismo es innata en el hombre y surge cada vez que las distintas representaciones del poder ahogan la libertad del hombre. El éxito o fracaso de estos movimientos depende, en última instancia, de la constancia, la voluntad y el esfuerzo de sus integrantes. 

En un interesante artículo de Daniel Mari Ripa, titulado “¿Por qué partidos y sindicatos no conectan con las personas jóvenes y precarias?” (El Viejo Topo, nº 302, marzo 2013), describe, sin identificarlo como tales, evidentes rasgos de organicismo en el grupo social que analiza, mezclados, eso sí, con evidentes síntomas de individualismo. Nos hemos convertido en seres bipolares. Por un lado, como indica este investigador, “seguimos teniendo la necesidad de construir relaciones con otras personas”, pero ésta se ha vuelto etérea y cambiante, líquida si utilizamos el término acuñado por Zygmunt Bauman. Sentimos un rechazo generalizado a cualquier forma de organización jerarquizada, tipo sindicato, partido político o incluso organización no gubernamental. La militancia parece cosa del pasado. Un término a engrosar el diccionario de arcaísmo de la Real Academia de la Lengua Española. Para Mari Ripa, como expresamente subraya, “el universo 15M no puede reducirse a una organización”. Y no puede hacerse por un motivo que este investigador no termina de identificar y designar con el término correcto. No es una organización porque tiene vocación de organismo. Pero no llega a cuajar por un rasgo que él acertadamente diagnostica: la mayoría de sus integrantes “parecen sumidos en el individualismo del consumo”. 

Al final de su artículo, Daniel Mari Ripa llega a cuestionarse sobre un aspecto fundamental de este difícil equilibrio en organismo y organización. Resulta evidente, como subrayó Waldo Frank, que “una sociedad de organización acumulada (en el mejor de los casos con grupos residuales en su interior) condena al hombre a ser el inválido que es en la actualidad, a pesar de todo el esplendor de sus máquinas”. Desde su punto de vista, que comparto, “solo los grupos orgánicos pueden establecer un orden social orgánico. Solo las personas (Waldo Frank distingue por su grado de psicointegración entre individuos y personas) pueden constituir grupos orgánicos. Por el contrario, una sociedad organizada destruirá los grupos orgánicos dentro de ella y convertirá a sus personas en mártires”. El modelo que propone Waldo Frank es puramente orgánico, aún indicando las evidentes diferencias entre los procesos biológicos y sociales. Para este enorme pensador, injustamente olvidado, “nuestro norte en la previsión de la sociedad orgánica debe ser la forma de actuar de las células que se desarrollan en el cuerpo viviente. Su método es un profundo misterio. De algún modo, dentro de ellas, está implícito el destino formal de cada parte en el todo, y del todo; y su destino compartido les hace colaborar”. 

Existe una ley interna en la naturaleza a la que ningún ser vivo puede escapar. El cuerpo biológico nace, crece, madura y después decae hasta morir. Algunos pensadores, como Oswald Splenger, cayeron en el error de aplicar este mismo proceso a las sociedades humanas. Como respuesta a esta visión del desarrollo civilizatorio que le llevó a Spengler a escribir su famosa obra “La decadencia de Occidente”, autores como Lewis Mumford o Waldo Frank defendieron que las comunidades orgánicas presentan una forma parabólica, siempre abierta y cambiante. El término elegido por Mumford para definir este proceso fue el de “equilibrio dinámico”. 

La cuestión clave que debemos intentar resolver es cómo podemos conservar en una democracia el poder en manos de los ciudadanos sin que caiga en las garras de una burocracia tentacular dada la complejidad del mundo en el que nos ha tocado vivir. En el plano de la organización territorial de un estado como España, los términos organicismo y mecanicismo son intercambiados por los de federalismo y centralismo. El centralismo parece más eficaz, ya que las decisiones son tomadas por un restringido número de personas, -en las mal llamadas democracias representativas-, y en una sola cuando estamos ante una dictadura. Por el contrario, en las formas de organización territorial descentralizadas, las decisiones tienen que ser negociadas y consensuadas. En un cuerpo biológico, la buena voluntad y la predisposición a la colaboración se consideran inherentes. Nunca se ha visto que un corazón se quiera independizar de su propio cuerpo. 

En una nación que quiera tener éxito y no fallecer, cada una de las regiones debería actuar como un órgano, “y así como las células dentro del órgano colaboran para formarlo”, los órganos territoriales que conforman un determinado país colaboran para formar todo el cuerpo político. De modo que, como señala Waldo Frank, “el cuerpo político, como un todo, nutre a los órganos, a las células, del cuerpo total, alimentando sus partes y distribuyendo el oxígeno de la vida a través del torrente circulatorio”. Soy consciente que el ejemplo elegido puede resultar polémico, ya que la conformación del cuerpo territorial español, como el de muchos otros países, dicta mucho de ser orgánico. La imposición por la fuerza o la coacción queda fuera de los procesos orgánicos, donde los vínculos de relación predominantes son de tipo simbiótico, aunque también se dan ejemplos de parasitismo.

Llegamos a un punto clave, con el que quiero finalizar este esbozo de un trabajo más amplio que estamos realizando sobre el eterno debate entre organicismo y mecanicismo, la cuestión de cómo conseguir personas orgánicas que hagan posible una sociedad de la misma índole. Debemos establecer una metodología para inculcar a cada miembro de la sociedad algún principio similar al de las células en el organismo biológico que, aún siendo una parte del todo, comparten su misión destino y colaboran en su realización. Según Waldo Frank, “en el caso de las células biológicas, el conocimiento organísmico es misterioso y subconsciente. En el de las células sociales, el conocimiento, si bien misterioso, se convierte en consciente”. Necesitamos, por tanto, ser conscientes, en todo momento y lugar, de que somos parte de un todo, de un cosmos, de una naturaleza compartida con el resto de seres vivos, de una comunidad global de seres humanos con un destino común, que deben agruparse de manera orgánica, partiendo de la familia, el vecindario, la ciudad, la región, la nación, la confederación de países hasta llegar a constituirse en una única comunidad humana. Para ello es necesario tener la voluntad para crear la armonía de la integración en la sociedad, cuyo componente básico son personas que han desarrollado la misma capacidad de integración en su ser interno. Un camino del individuo a la persona que requiere despertar en el ser humano su innata tendencia a la comunicación, la comunión y la cooperación, instintos que hoy se encuentran anestesiados por los continuos esfuerzos del complejo del poder que fomenta de manera interesada la desconfianza entre las personas y los grupos sociales.



lunes, 4 de marzo de 2013

Los beneficios de la biodiversidad en nuestros hogares

Por Rob Dunn. Publicado originalmente en UTNE Reader. Traducido por Alvin Reyes para El Mito de la Maquina.


Vivimos en la encrucijada de tres grandes tendencias mundiales. La primera es la migración masiva de la humanidad a las ciudades. En 2050, dos tercios de todos los seres humanos vivirán en zonas urbanas.

La segunda es la pérdida de la biodiversidad. Las especies están desapareciendo, tanto de los lugares donde vivimos como de todo el planeta. Si nuestros antepasados ​​visitaran  nuestras ciudades y suburbios, no solo se  preguntarían cómo funcionan las escaleras mecánicas, sino también donde se han ido las plantas y los animales. ¿Qué hemos hecho con todos los pájaros? Algunos, como el periquito de Carolina, ya no existe. Otros aún  viven, pero a una distancia geográfica tal que prácticamente han sido eliminados de nuestra vida cotidiana, lejos de la mayoría de la gente.

Y luego está la tercera tendencia que, a primera vista, parece no estar relacionada con las demás. La prevalencia de alergias y enfermedades inflamatorias crónicas en las poblaciones urbanas de los países desarrollados se ha disparado en los últimos años. La incidencia de asma, enfermedad de Crohn, esclerosis múltiple, e incluso depresión (que puede tener un componente inmunológico) está en aumento.

Los paralelos en geografía y  tiempo entre la urbanización, la pérdida de la biodiversidad, y el aumento de los problemas del sistema inmunológico plantean una intrigante y preocupante pregunta. ¿Podría nuestra distancia de la naturaleza y nuestros problemas inmunológicos crónicos estar relacionados? Algunos dicen... sí.

En mayo de 2012, un equipo de ecologistas finlandeses, especialistas en alergia, biólogos moleculares, inmunólogos y dirigidos por Ilkka Hanski de  la Universidad de Helsinki anunció los resultados de un estudio comparativo de las alergias de los adolescentes que viven en casas rodeadas de  biodiversidad a los de los adolescentes rodeados por  el paisaje moderno de cemento y grama. Los científicos  encontraron que las personas que vivían en casas rodeadas de una mayor diversidad de la vida estaban cubiertas con diferentes tipos de microbios. También fueron menos propensos a mostrar los indicadores inmunológicos de las alergias.

Podemos considerar estos resultados como un nuevo umbral en  nuestra comprensión de la biodiversidad.  Lo qué Hanski y otros han planteado-que la pérdida de contacto con una diversidad de otras especies nos está haciendo enfermos - no tiene precedentes en la historia de la comprensión médica del cuerpo. Es lo contrario de la teoría microbiana de la enfermedad. En la teoría de los gérmenes la idea es que la presencia de especies  malas puede causar enfermedades, pero parece ser que lo contrario también puede ser cierto. Podemos enfermar a causa de la ausencia de especies buenas  incluso la ausencia de   otras  especies puede enfermarnos.


Beneficios de la biodiversidad: Ciudad Vs Granja

La posible relación entre la biodiversidad y la salud humana a estado en el aire hace algún tiempo. Media docena de teorías- biofilia, el trastorno de déficit de la naturaleza, la teoría de la deficiencia de la enfermedad, el efecto de dilución, y muchos más- describen las formas en que la pérdida de una conexión con  la riqueza biológica podría hacernos enfermar. Los elementos de estas teorías son el núcleo fundamental de la ecología moderna. Los sistemas con menor biodiversidad son propensos a  mayor riesgo de invasión (ya sea por agentes patógenos y malezas) que los sistemas más diversificados.

Las alergias no fueron parte de la historia hasta la década de 1980, y hasta entonces se consideraban por separado, como si fuesen parte de otra historia con un principio diferente y con  diferentes fines. Los epidemiólogos empezaron a notar las diferencias entre los sistemas inmunológicos de los niños de la ciudad y los niños de la granja. Los niños de granja  eran menos propensos a tener alergias. Un millón de cosas son diferentes entre las ciudades y las granjas- la educación, la refrigeración de alimentos, el ejercicio, la exposición al sol, la exposición a toxinas- y cualquiera de ellos podría afectar los sistemas inmunológicos de los niños. Muchas explicaciones se han propuesto. Pero David Strachan, epidemiólogo en la Universidad St. George de Londres, tuvo una idea curiosa, que él llamó la hipótesis de la higiene. La clave estaba en las  bacterias, la protección era nuestro sistema inmunológico. Tal vez los niños urbanos  estaban demasiado alejados de la naturaleza microbiana para que su sistema inmunológico se desarrollara adecuadamente. Los niños de las granjas  trabajan en la tierra. Tocan los animales de granja. Ellos están expuestos a más vida, ya sean vacas, pollos, o-como sospecha Strachan- los microbios que albergan vacas y gallinas. Era una idea salvaje, especulativa. Pero cada vez más parece haber tenido razón.

El progreso en la prueba de la hipótesis de la higiene ha sido gradual y no revolucionario. Los niños de granja, en particular los que se relacionan con los animales, sufren menos alergias. Y, en general,  está comenzando a parecer como si la exposición a bacterias y / o gusanos parasitarios en una etapa temprana de la vida puede ser necesaria para prevenir el desarrollo de alergias. En África occidental, los niños que tenían gusanos parásitos estuvieron en mayor riesgo de alergias cuando los gusanos fueron eliminados. En Detroit, las casas con perros tuvieron más tipos de bacterias que las que no. Las mujeres embarazadas que viven en esas mismas casas tenían menos probabilidades que las mujeres de las casas sin perros de mostrar evidencias  de alergia en la sangre del cordón umbilical. (La presencia de una respuesta alérgica, atopia, en la sangre del cordón umbilical se ha demostrado que predispone a los niños a las alergias, una vez que nacen.) En los laboratorios, los ratones sin bacterias en la piel fallaron en desarrollar un sistema inmunológico normal. Se añadieron de vuelta las  bacterias de la piel, y sus defensas fueron restauradas. Ha empezado a surgir un consenso de que ciertos aspectos de vivir en “el sucio” son buenos.

Las bacterias parecen ser útiles, pero cuales bacterias? O tal vez la pregunta es, ¿cuántas? ¿O qué mezcla? Pero no se ha establecido todavía si hemos perdido la interacción con muchos microbios, un montón de tipos de microbios, o algo más. El problema es que miles de bacterias se pueden encontrar en el cuerpo humano promedio, tal vez decenas de miles en la casa, y mucho más en los patios, las granjas y las áreas salvajes.
Lo qué se puede decir con certeza es que, como nos hemos vuelto más urbanos y como hemos transformado el mundo, también nos hemos  convertido en expertos en sustitución de los hábitats llenos de muchas especies con hábitats poblados por unas cuantas especies. Sembramos cemento inerte donde una vez crecieron bosques. Limpiamos nuestras casas y las frotamos con toallitas antibióticas. Exageramos el uso de   los antibióticos para limpiar los agentes patógenos en el cuerpo. Exageramos el uso de   los antimicrobianos para  limpiar todo lo demás. Ahora se puede incluso comprar calzoncillos precargados con los productos químicos que limpian las bacterias debajo del cinturón.
La palabra "limpio" parece querer decir sano, pero lo que generalmente significa que es matar. Matamos algunas especies y favorecemos otras.  Una vez limpiamos de depredadores y serpientes de  nuestros hogares. Ahora que las serpientes y los depredadores se han ido, se limpia lo que es invisible. Mientras lo hacemos, matamos las formas de vidas más susceptibles a nuestras armas. En su lugar crece una naturaleza más empobrecida y resistente-a pesar de nosotros, no para nosotros- una selva de malezas potencialmente peligrosas. Estamos reduciendo la diversidad en nuestra vida cotidiana, incluso en nuestros cuerpos, exactamente de la misma manera que lo estamos reduciendo en el mundo. Gestionamos nuestra propia carne como manejamos la tierra.

Esto llamó la atención de Hanski, y se preguntó si él podría llevar  la hipótesis de la higiene un paso más allá. ¿Podría la pérdida de la biodiversidad llevar nuestro sistema inmunológico a dañarse de tal modo que no sea capaz de distinguir entre amigos y enemigos? 


Una Mirada cercana a los beneficios de la biodiversidad

Hanski tuvo mucho cuidado en el diseño de los estudios, optó por circunstancias que reducen  la biodiversidad  a sus elementos más simples, ya sea  el estudio de las moscas en los animales muertos, los escarabajos en el  estiércol, o la depilación con cera y la disminución de las poblaciones de mariposas en parches de hierba. Fue la elegancia de este enfoque que le valió el Premio Crafoord, el premio más prestigioso de la ecología.
En el estudio de los hogares, Hanski quería trabajar con casas en las que pudiese conocer los detalles minuciosamente. Trabajaría en su Finlandia natal, donde la biodiversidad es baja al principio, lo suficientemente baja como para ser cognoscible. Optó por estudiar una ciudad y la región en Finlandia, donde pocas personas se mueven muy lejos, donde los microbios con los que nacen alrededor podrían ser similares a aquellos con los que mueren. A continuación, se centró en los adolescentes para controlar el impacto de la edad. Si la biodiversidad, de hecho afecta a las alergias, Hanski sería maximizar sus posibilidades de ver el efecto.
Hanski seleccionó al azar 118 adolescentes en un número igual de hogares dentro de un área de 100 kilómetros por 150 kilómetros. Algunas de las casas estaban, por casualidad, en la ciudad, y otras estaban en el bosque o en las granjas. Hanski y su equipo visitaron las casas, armados con  agujas. Se extrajo sangre de cada adolescente  para realizar las pruebas de alergias.
Para medir la diversidad de bacterias en la piel de los adolescentes, Hanski y su equipo tomaron muestras de sus antebrazos, luego amplificaron  y secuenciaron el ADN presente. El enfoque era estándar: se necesita sólo una pequeña porción de piel para representar la vida del conjunto.
La medición de la biodiversidad en el exterior tomó la mayor parte del trabajo. Hanski optó por estudiar las plantas. Las plantas no se mueven, lo que los hace fáciles de contar, sino que también pudiera (aunque esto es pura especulación) hacerlas  más propensas a acumular microbios.  Hanski y su equipo de 10 ayudantes de campo se contaron e identificaron todas las plantas  de todos los jardines.

La idea era probar si los lugares al aire libre con alta biodiversidad tienden a tener alta biodiversidad microbiana bajo techo, lo  que a su vez reduciría el riesgo de los habitantes a las enfermedades alérgicas. En retrospectiva, parecía poco probable que Hanski y sus colegas encontraran una relación fuerte entre la biodiversidad de las plantas, los microbios y las alergias. Si estudias  pedazos de pastizales y mariposas, hay pocas especies en juego. Uno puede esperar razonablemente comprender los factores principales que influyen en que se produzcan. Pero miles de especies viven en el cuerpo humano muchos de los cuales aún no han sido nombrados, mucho menos entendidas. Las comunidades de microbios encontrados en diferentes partes del cuerpo de una persona en particular-por ejemplo la lengua y el dedo del pie-son previsiblemente diferente. Los microbios de la  lengua nunca remotamente se parecerán  a los de un dedo del pie. Pero ¿por qué su  lengua tiene tan diferentes de la mía ha sido imposible de explicar. Una persona física se encuentra con decenas de miles o más bacterias en su vida. Cuales se establecerán  podría ser sobre todo una cuestión de azar.


Sin embargo, cuando Hanski y sus colegas analizaron los datos, descubrieron un patrón muy claro. Una mayor diversidad de plantas nativas parecía estar asociados con la composición microbiana alterada en la piel de los participantes, lo que llevó a su vez a un menor riesgo de alergias.

Un grupo de microbios, la gammaproteobacteria, parecía estar particularmente asociada tanto con la diversidad de plantas y con las alergias. Sin saberlo Hanski, más de 40 años atrás  este mismo grupo de bacterias se demostró que aumentaba y disminuía en la piel humana con la variación entre las estaciones. Hanski y sus colegas encontraron que las bacterias también varían en el espacio. No importaba si consideraban las alergias a los gatos, perros, caballos, polen de abedul, hierba timothy, o artemisa. En cada caso, los individuos con más tipos de gammaproteobacteria en sus cuerpos eran menos propensos a tener alergias.

Nadie había mostrado esto nunca antes. Nadie parece nunca haberle dado una mirada. Cuando consulté a mis colegas acerca de los resultados, algunos estaban entusiasmados. Otros se mostraron escépticos. Tal vez el análisis no fue del todo bien. Tal vez Hanski se concentró  demasiado en la gammaproteobacteria y no en otros tipos de bacterias. Sin embargo, todos coincidieron en que, a medida que avanzaba en sus investigaciones, estarían buscando efectos similares. ¿Puede el salvaje de afuera colarse dentro?.

Nadie ha ofrecido una explicación muy convincente de cómo la diversidad de las plantas o la vida en general en los patios traseros altera la composición de las bacterias en la piel humana. Pero la pregunta más importante es cómo la composición de las bacterias en la piel (tal vez en concierto con la diversidad de plantas y otros organismos fuera) influye en nuestro potencial para desarrollar alergias. Varias opciones han surgido.

La biodiversidad de las bacterias y otros Gammaproteobacteria directamente nos puede beneficiar. Tendemos a pensar en el sistema inmune como perro de ataque de nuestro cuerpo. No lo  es. La función principal del sistema inmunológico es distinguir las especies mortales de las buenas especies y, según algunos, buenas especies de seres simplemente inocuos. Los ataques son secundarios-la parte fácil. De esta manera, el sistema inmunológico es nuestro sexto sentido. Es nuestro taxónomo interior. Y este taxónomo interior tiene que ver un montón de especies para  aprender a distinguir el bueno del malo del inocuo. Si no lo hace, comete errores. Ve las propias células de nuestro cuerpo o los granos de polen y los juzga peligrosos. En este modelo, el mundo que nos rodea tiene que ser lo suficientemente diverso como para que nuestro sistema inmunológico gane en  perspectiva.

O tal vez, como Hanski y sus colegas han sugerido (y como los estudios en perros han sugerido de forma independiente), las probabilidades de tener algunas especies de bacterias beneficiosas en la casa se incrementa con ciertos tipos de diversidad microbiana. La diversidad de las bacterias Gammaproteobacteria o de otro tipo sería una especie de póliza de seguro.


Por último, una tercera posibilidad nos lleva de nuevo  a las guerras antiguas. Las bacterias y los hongos compiten. Los hongos están en todas partes en los hogares y, a diferencia de las bacterias, parece más probable que causen alergias que prevenirlas. La diversidad fúngica parece ser menor en las casas donde la diversidad bacteriana es mayor. Tal vez las bacterias domésticas pueden combatir los hongos, ganando una guerra invisible en nuestro nombre.

Hanski mismo no cuenta aún con suficiente perspectiva, ni datos para distinguir entre las explicaciones. Tampoco nadie. Los esperamos.

Tal vez necesitamos algo así como una teoría ecológica de la enfermedad. Tal teoría ecológica de la enfermedad postularía que nos podemos enfermar ya sea porque nos veamos  afectados por la presencia de especies malas o por la ausencia de especies o bien una buena mezcla de especies. Tal teoría sería nueva para el mundo de la medicina y la sociedad en general. Somos buenos en la matanza de especies alrededor de nuestras casas y en nuestros cuerpos, pero no somos buenos cultivandolas.

Sin embargo, a pesar de que  la idea de que algunas de las especies que nos rodean son beneficiosas es ajena a los médicos, es vieja  para los ecologistas. Para Hanski, la interdependencia de las especies es evidente por sí misma, el estado normal de la vida es estar ligada a  otra vida. Nuestras mentes conscientes y las sociedades progresistas parecen lentas para darse cuenta de esto, pero nuestro sistema inmunológico subconsciente puede haberlo sabido todo el tiempo.

A la espera de una mayor comprensión, seguimos simplificando el mundo. Llegaremos a ser más urbanos  y por lo tanto más propensos a sufrir de alergias y enfermedades autoinmunes, al menos si Hanski está en lo  correcto. Y si tiene razón, también puede ser un camino a seguir, una manera sencilla  de ayudar a nuestros enfermos. Podríamos repoblar de plantas y animales los lugares que nos rodean, plantar una riqueza de especies en nuestros patios traseros y así tener niños más saludables cubiertos con  más tipos de bacterias? Hagamos lo que hagamos, será medido por nuestros sistemas inmunes y nuestros microbios, que su función o disfunción parecen ser un registro de  la riqueza de nuestras vidas.

Rob Dunn es un escritor científico y biólogo en el Departamento de Biología de la Universidad Estatal de Carolina del Norte. Su nuevo libro The Wild Life of Our Bodies

Articulo original en ingles: