viernes, 11 de agosto de 2017

La máquina y la guerra: Aníbal Barca

Alvin Reyes

Cuando se habla de grandes estrategas militares y de generales de la historia se piensa enseguida en Alejandro Magno, en Julio Cesar, en Napoleón, en Eisenhower,  en Montgomery y en Patton. Pero es muy posible que solo unos pocos piensen en Aníbal, el cartaginés, protagonista de una de las hazañas militares más audaces de la historia.

Las Guerras Púnicas fueron una serie de tres guerras libradas entre los romanos y los cartagineses alrededor de los 246 a los 146 a. de c. por causa del choque de intereses de ambos imperios. La segunda de estas dos guerras es famosa por haberse producido en el transcurso de ella la hazaña a la que haremos referencia.

Luego de salir derrotada en la Primera Guerra Púnica Cartago estaba en la obligación de pagar indemnizaciones de guerra a Roma. Esto la llevó a invadir las ricas tierras de Hispania. Amílcar Barca ocupó el sur de la península Ibérica y luego de su muerte le sucedió su hijo Aníbal, con apenas 22 años. La frontera pactada entre Roma y Cartago era el rio Ebro pero Aníbal atacó Sagunto, una aliada de Roma y esta le declaró la guerra a Cartago. Los romanos pensaron en enfrentarse  a su enemigo en la Península Ibérica. Pero Aníbal diseñó un plan más ambicioso para el sometimiento de Roma.

“A la cabeza  de un heterogéneo ejército, en el que figuraban africanos, iberos y hombres procedentes de otras tribus hispanas, mercenarios griegos, celtas, etc., con un total de 90,000 infantes y 9.000 jinetes, además de 38 elefantes, se propuso bordear la costa, subiendo hacia el Norte. Su objetivo era Italia.” (1)

Al llegar a los Pirineos una parte de sus aliados le abandonó quedando sus fuerzas reducidas a 50 000 infantes y 9 000 jinetes y mientras avanzaba de manera inexorable en su camino hacia Roma sus fuerzas continuaron disminuyendo. Los infantes ya no eran más que unos 20.000, y los jinetes, solo 6.000 y aun no se había librado la primera batalla. A su encuentro salió Publio Cornelio Escipion (El Africano) siendo derrotado por la caballería númida de Aníbal. Escipion se retiró para unirse a su colega Sempronio Longo pero este último decidió presentar solo batalla a los cartagineses siendo derrotados y escapando el propio Sempronio de milagro.

“Aníbal pasó los meses de invierno  reclutando soldados. Llegada la primavera, quiso forzar los pasos de los Apeninos. Era la ruta más fácil hacia Roma. Las gargantas de las montanas se encontraban en el territorio de poblaciones galas o ligures, cuya fidelidad a Roma era más que dudosa. Tuvo que caminar a través de pantanos, que pusieron a dura prueba a sus hombres y animales de carga, así como a los elefantes. El propio Aníbal perdió un ojo.”

Los romanos prepararon dos ejércitos uno al mando de Servilio y el otro de C. Flaminio. Un tercero estaba al mando de Sempronio Longo. Flaminio debía esperar la unión de los tres ejércitos pero no tuvo paciencia y se lanzó en persecución de los cartagineses pero fue sorprendido y su ejército resultó aniquilado. Luego de esta batalla Aníbal se dedicó a reponer fuerzas, hombres y caballos estaban cansados y enfermos. Luego llegó a las costas del Adriático y se dedicó a recorrer estos países con el objetivo de atraerse sus habitantes a su causa. Mientras, los romanos habían elegido dictador  a Fabio Máximo, un general experimentado. Fabio salió a campaña. Su plan consistía en aislar a Aníbal, en someterle al hambre, si era posible, y en impedirle recibir ayuda de las poblaciones italianas. El propio Fabio, con el ejército seguía a Aníbal tan de cerca como podía, sin entablar combate nunca.

 “Aníbal se inquieta. Comprende que, ahora, el tiempo que pasa le aleja cada vez más de una decisión final y, para emprender, al menos, alguna operación importante, decide atacar la Campania. Quizás allí encontraría aquel espíritu de rebelión contra Roma que el trataba de estimular, en cierto modo, por todas partes, aunque, hasta entonces, sin gran éxito. Así, a comienzos del año 216, Aníbal hizo la primera tentativa en dirección a Capua. Pero Fabio logro rodearle en los desfiladeros próximos a Cales, y Aníbal pudo escapar solo gracias a una estratagema.

Sin embargo, la dictadura de Fabio llego a su fin y recibieron el mando los dos cónsules del 216, L. Emilio Paulo y C. Terencio Varron. Si el primero prefería la táctica prudente de Fabio, el segundo era tan imprudente como lo fuera Flaminio. Y, dejándose llevar por Aníbal a las llanuras de la Apulia, libró el combate en campo abierto, cerca de Canas, en las orillas del rio Aufido, el 2 de agosto del 216. Una vez más los romanos fueron destrozados. Emilio Paulo pereció, y Varron huyó y se refugió en Venusia. Las mejores legiones de Roma estaban aniquiladas. Y, como ineluctable consecuencia de la derrota, Capua se declaró por Aníbal.

Los retóricos antiguos gustaban de proponer a sus alumnos la composición de un discurso dirigido a Aníbal, después de Canas, exhortándole a marchar sin demora sobre Roma. El propio jefe de su caballería, Maharbal, le animaba a ello. Aníbal no quiso seguir aquel consejo y se asegura que después lo lamentó. Pero tal vez Roma no habría sido la presa fácil que muchos imaginaban. Defendida con sus murallas, que se extendían en una longitud de unos 7 kilómetros, difícilmente podía ser bloqueada de un modo eficaz. Tampoco estaba Roma desprovista de tropas, y Aníbal sabía muy bien, por experiencia, que las colonias eran capaces de reclutar legiones para socorrerla.”

Todavía se debate si Aníbal debió atacar Roma o no, se alega que su ejército carecía de las máquinas de asedio necesarias para el sitio. en mi opinión es posible que si lo hubiese intentado habría perecido en la faena. Pero aun así el cartaginés será recordado como el más grande enemigo que haya tenido Roma, más aun que el que la sitió Alarico. Una sola batalla perdió Aníbal frente a los romanos, la de Zama (202 a. de c.), a manos de Escipion el Africano, pero esa es otra historia.

(1)   Las itálicas corresponden a:

Grimal, Pierre. El Helenismo y el auge de Roma. El mundo mediterráneo en la edad antigua II.  Siglo XXI editores. Ed. Marzo 2009. Pág. 317-321.