jueves, 3 de enero de 2013

A nadie le gusta una ciudad demasiado inteligente

Por Richard Sennet. Publicado en la Revista Sin Permiso 

Esta semana acoge Londres una reunión de obsesos de la informática, políticos y planificadores urbanos de todo el mundo. En el congreso Urban Age [Era Urbana] discutirán la última idea genial de la alta tecnología, la "ciudad inteligente". Más allá de programar el tráfico, los ordenadores de la ciudad inteligente calcularán dónde pueden ubicarse oficinas y tiendas con la máxima eficiencia, dónde tendría que dormir la gente, y cómo deberían encajar todas las piezas de la vida urbana. ¿Ciencia ficción? Se están construyendo ciudades inteligentes en Oriente Medio y en Corea; se han convertido en modelo de promotores inmobiliarios en China y de reurbanización en Europa. Gracias a la revolución digital, por fin se puede poner bajo control la vida en las ciudades. ¿Pero es esto algo bueno?

No hay que ser un romántico para dudarlo. En la década de 1930, el urbanista norteamericano Lewis Mumford previó el desastre que entrañaba la "planificación científica" del transporte, encarnada en la autopista supereficiente que asfixiaba a la ciudad. Al crítico de arquitectura suizo, Sigfried Giedion, le preocupaba que tras la II Guerra Mundial las eficientes tecnologías de la construcción produjeran un paisaje sin alma de cristal, acero y cajas de cemento. Ciudades inteligentes de ayer, pesadillas de hoy.

El debate sobre lo que es buena ingeniería ha cambiado hoy en día porque la tecnología digital ha desplazado el enfoque tecnológico al procesamiento de información; esto puede darse en ordenadores portátiles ligados a "nubes", o en centros de mando y control. El peligro estriba ahora en que puede que esta ciudad de opulencia informativa no haga nada para ayudar a que la gente piense por sí misma o se comunique bien con otras personas. 

Imagínese que es usted un planificador jefe frente a una pantalla de ordenador en blanco y que puede diseñar una ciudad desde su inicio, con libertad para incorporar a su diseño cualquier elemento de alta tecnología. Podría acabar creando Masdar, en los Emiratos Árabes Unidos, o Songdo, en Corea del Sur. Hay dos versiones de esta pasmosa ciudad inteligente: Masdar, la más famosa o infame; Songdo, la más fascinante de modo perverso.

Masdar es una ciudad a medio construir surgida en el desierto, cuya planificación – supervisada por un maestro de arquitectos como es Norman Foster – diseña de modo integral las actividades de la ciudad, mientras la tecnología sigue de cerca y regula las funciones desde un lugar de mando centralizado. La ciudad se concibe en términos “fordistas”, es decir, cada actividad tiene su lugar y momento adecuados. Los urbanitas se convierten en consumidores de opciones trazadas para ellos mediante estimaciones previas de dónde comprar o conseguir un médico con absoluta eficiencia. No hay estimulación mediante prueba y error; la gente se aprende la ciudad de modo pasivo. "De fácil uso" significa en Masdar escoger opciones de menú, en lugar de crear el menú.

Crear un menú propio, tuyo y nuevo, entraña, como si dijéramos, estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. En el Boston de mediados del siglo XX, por ejemplo, con sus nuevas "industrias cerebrales" desarrolladas en lugares en los que los planificadores nunca imaginaron que podrían surgir. Masdar – como el nuevo "barrio de las ideas" en torno a Old Street – asume por el contrario un sentido de clarividencia de lo que debería surgir en según dónde. La ciudad inteligente está en exceso zonificada, desafiando el hecho de que el verdadero desarrollo de las ciudades se da a menudo por azar, o entre las rendijas de lo que está permitido.  

Songdo representa una pasmosa ciudad inteligente – enormes bloques de vivienda, limpios y eficientes, se alzan a la sombra de los montes orientales de Corea del Sur, como un desaforado polígono de viviendas británico de los 60 –, sólo que hoy la calefacción, seguridad, aparcamiento y reparto están controlados por el "cerebro" central de Songdo. Las enormes unidades de vivienda no están concebidas como estructuras con individualidad alguna en sí mismas, y tampoco se busca que el conjunto de estos edificios sin rostro le dé un sentido al lugar.

La arquitectura uniforme no produce necesariamente un entorno muerto, si hay cierta flexibilidad sobre el terreno; en Nueva York, por ejemplo, a lo largo de secciones de la Tercera Avenida, monótonas torres residenciales se subdividen al nivel de la calle en pequeñas e irregulares tiendas y cafés; dan una sensación de vecindario. Pero en Songdo, al carecer de ese principio de diversidad dentro del bloque, no se puede aprender nada caminando por las calles.   

Un modo más inteligente de crear una ciudad inteligente es el que se encuentra en el trabajo que se lleva actualmente a cabo en Río de Janeiro. Río tiene una larga historia de crecidas devastadoras, que empeoran socialmente la extendida pobreza y delincuencia violenta. En el pasado, la gente sobrevivía gracias al complejo tejido de la vida local; las nuevas tecnologías de la información les ayudan hoy, de un modo muy distinto al de Masdar y Songdo. Con dirección de IBM y aportaciones de Cisco y otros subcontratistas, se han aplicado tecnologías para predecir desastres físicos, para coordinar respuestas a las crisis del tráfico, y a organizar la labor policial contra la delincuencia. El principio que opera aquí es el de coordinación, más que, como en Masdar y Songdo, el de prescripción.

Pero, ¿no es injusta esta comparación? ¿No preferiría la gente de las favelas, de poder elegir, un lugar previamente organizado, ya planificado en el que vivir? Al fin y al cabo, todo funciona en Songdo. Gran número de investigaciones realizadas en el último decenio, en ciudades tan distintas como Mumbai y Chicago, sugieren que una vez que funcionan los servicios básicos, la  gente no valora la eficiencia ante todo; lo que quieren es calidad de vida. Un GPS portátil, por ejemplo, no te va a proporcionar sentido de comunidad. Lo que es más, la perspectiva de una ciudad en orden no ha supuesto un cebo para la emigración voluntaria, ni a las ciudades europeas en el pasado ni hoy en día a las ciudades desparramadas de América del Sur y Asia. Cuando la gente puede escoger, prefiere una ciudad más abierta, indeterminada en la que abrirse camino; es así cómo se hacen dueños de su vida.   

Nada maligno hay en la convención sobre la ciudad inteligente que acoge Londres esta semana. La tecnología es una gran herramienta cuando se usa de manera receptiva, como en Río. Pero una ciudad no es una máquina; como en Masdar y Songdo, esta versión de la ciudad puede insensibilizar y aturdir a la gente que vive en su eficiente abrazo. Queremos ciudades que funcionen suficientemente bien, pero abiertas a los cambios, incertidumbres y desbarajustes que constituyen la vida real.  


Richard Sennett, uno de los sociólogos contemporáneos más reputados, es profesor de Sociología en la London School of Economics y de Ciencias Sociales en el Massachusetts Institute of Technology.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
  


No hay comentarios:

Publicar un comentario