Por Christian Ferrer. Publicado en Revista Artefacto.
Recientemente se ha rescatado de su sepultura a la vieja y sólida máquina de escribir, que por más de cien años reinó en los escritorios, para ser acoplada a la pantalla de la computadora a modo de teclado. Pero la noticia no supone una oferta para recalcitrantes o melancólicos. Ocurre a veces que elementos perimidos son recuperados, como sucedió con la luz de neón en la década de 1980. La moda suele rastrillar el pasado para satisfacer nichos de mercado o la mera nostalgia. En este caso no se trata de una reposición que conduzca ameditar acerca de la rueda de hámster de la actualización tecnológica permanente ni en el alegre abandono de lo que podría haber seguido siendo usufructuado con una mínima inventiva industrial. No suscita pensamiento, sino complacencia por la nueva posibilidad de dispendio. Aunque factible, la cosa tiene aspecto de engendro chic.
Es curioso: el objetivo de quienes proyectaron las primeras máquinas de escribir era desarrollar un método de escritura para ciegos, pero la patente y la comercialización quedaron a cargo de la Compañía Remington, que se dedicaba, en Norteamérica, a la producción de escopetas y rifles, amén de municiones. Luego, la exitosa diseminación de la máquina de escribir dependió del aumento de los intercambios comerciales y de la alfabetización masiva, es decir de la oficina y de la escuela, igual que sucede ahora con las computadoras y con Internet (también originada en un sistema de defensa ideado por el Pentágono), cuya manipulación se aprende a muy temprana edad y se amortiza en la edadadulta en los procesos laborales, es decir acrecentando la productividad del trabajador.
La máquina de escribir está muerta, ya no se fabrica más. No puede revivir, ni siquiera a título de aplique mecánico para una red de conexiones electrónicas. Hoy es la computadora el juguete universal de niños, gente grande y ancianos. Pero escribir es faena de otra índole. El porvenir difícilmente se interese por la megamasa de datos, informaciones y textos que estamos amontonando en la actualidad, sino por palabras más eternas, del mismo modo que de las antiguas tablillas de arcilla desenterradas por arqueólogos nos importa más el fragmento de una odisea o de una teogonía que los inventarios y las partidas contables. La escritura significativa no es efecto del acople de teclado y papel o pantalla, aunque quizás sí lo sean la prolijidad y la rapidez, especialidades de las dactilógrafas de antaño.
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