viernes, 29 de enero de 2016

Antropologia de la máquina

Una mirada antropológica a las ideas de Lewis Mumford ( y 3)


Alvin Reyes
La renovación del hombre
Bajo las condiciones actuales que hemos descrito más arriba en esta época en que la tecnología tiene un papel fundamental y que, según el planteamiento de Lewis Mumford que hemos desarrollado, el hombre ha sido despojado de su preponderancia para darle paso a los patrones de consumo dictados por la maquina, es claro que hay y habrá cambios en la creación de la cultura, en el proceso de aprendizaje cultural y en la difusión de la cultura.

Todo el entramado social del hombre occidental moderno está dominado por la tecnología y los avances científicos. La razón mediante la cual opera el hombre contemporáneo es la razón técnica. Actualmente es imposible concebir la vida del hombre moderno sin el elemento tecnológico, de tal manera que se puede afirmar que el medio existencial antropológico es ineludiblemente un medio técnico”.[1] O en palabras de Marcuse citadas por Jünger Habermas:

“El concepto de razón técnica es quizá el mismo que el de ideología. No solo su aplicación si no que ya la técnica misma es dominio sobre la naturaleza y sobre los hombres: un dominio metódico, científico, calculado y calculante. No es que determinados fines e intereses de dominio solo se advengan a la técnica a posteriori y desde fuera, si no que entran ya en la construcción del mismo aparato técnico. La técnica es en cada caso un proyecto histórico-social; en el se proyecta lo que una sociedad y los intereses en ella dominantes tienen el propósito de hacer con los hombres y con las cosas. Un tal propósito de dominio es material, y en este sentido pertenece a la forma misma de la razón técnica”.[2]

Lo que acabamos de describir no es más que un escenario típico de un sistema deshumanizado donde prima la rentabilidad sobre el desarrollo integral de los seres humanos. Entonces, como rescatar al hombre de la dictadura de la razón técnica? Esta pregunta se la hace Jorge Riechmann:

El funcionamiento acoplado de estas dos tremendas realidades se ha convertido en una gigantesca máquina fuera de control –la Megamáquina, podríamos decir con Lewis Mumford– movida por el súper resorte de la acumulación de capital, que amenaza con devastar la biosfera y aniquilar las opciones de que alguna vez se materialice el secular proyecto de la emancipación humana. La gran pregunta de nuestra época sería: pero ¿podemos, de forma realista, tomar las riendas de nuestro propio destino y controlar la Megamáquina? ¿Sería posible dominar la dominación, esa descontrolada “voluntad de poder” de la Modernidad que ha acabado deificándose en tal monstruo? ¿Podemos volver a introducir fines humanos en esa titánica acumulación de medios autonomizados que es la Megamáquina?[3] 

A lo que el propio Mumford responde:

El gran problema de nuestro tiempo es el de restablecer el equilibrio y la inteligencia del hombre contemporáneo, hacerlo capaz de dominar a las maquinas que ha creado en lugar de convertirse en su cómplice impotente y en su víctima pasiva, de restituir al meollo mismo de nuestra cultura es respeto por los atributos fundamentales de la personalidad, la creatividad y autonomía que el hombre occidental perdió en el momento en que dejó de lado su propia vida para concentrarse en la mejora de la maquinaria.[4]

De lo que se trata es de devolverle al hombre el lugar de primacía que ha perdido al sucumbir el ser humano a la razón técnica. Y esto se logra rescatando al individuo, haciéndole crecer de una manera integral. Y esa es una tarea nada fácil.

Regenerar una sociedad ya casi al completo embrutecida y envilecida por los peores vicios burgueses exige reconstruir una nueva concepción del individuo en que las nociones de deber autoimpuesto, esfuerzo desinteresado, renuncia al ego, espíritu de servicio y disposición para el sacrificio prevalezcan. Deseamos una existencia ética dirigida a evitar el mal y a realizar el bien. Una sociedad inmoral es necesariamente totalitaria y policial, por eso el Estado es el principal enemigo de la rectitud ética.[5]

Pero para lograr esto se debe de frenar el impulso tecnológico sin sentido que proclama el consumo por encima de otras cosas que también son de interés para el hombre. No se trata de destruir a la máquina y volver a habitar en cavernas, de lo que se trata es de reeducar al hombre y a la máquina para que la última vuelva a servir al primero. “Si queremos que el destino de nuestra civilización sea otro, tendremos que reexaminar y revisar todos los aspectos de nuestra existencia; todas las actividades habrán de ser sometidas a crítica y a evaluación, y todas las instituciones habrán de aspirar a renovarse”.[6]

Esta renovación pasa por la tarea de rescatar aquello que nos hace verdaderamente humanos. La sociedad occidental moderna con su máquina de producción a plena capacidad ve los seres humanos como consumidores o como piezas o engranajes que funcionan solo dentro de los límites impuestos por el sistema del que debe liberarse, por la propia máquina.

Buscar la iluminación, intelectual o espiritual; hacer el bien; amar y ser amado; crear y enseñar: estos son los más altos fines de la humanidad. Si hay un significado en la vida, se encuentra aquí. Los que se gradúan de las grandes universidades tienen más oportunidades que la mayoría de encontrar tal fin. Entonces, ¿por qué tantos terminan en empleos inútiles y destructivos? Finanzas, consultoría de gestión, publicidad, relaciones públicas, cabildeo: estas y otras ocupaciones inútiles consumen miles de los estudiantes más brillantes. Tomar estos puestos de trabajo al graduarse, como muchos lo harán en las próximas semanas, es amputar la vida en su base.[7]

Es por esta sustitución de las características y cualidades humanas de este sistema, de este entramado económico cuya única meta es el beneficio por el beneficio y el éxito por el éxito que Mumford en “La condición del hombre” hace un dramático llamado a la renovación del hombre. “Cada ganancia en energía, en dominio de las fuerzas de la naturaleza, cada nuevo descubrimiento científico, ha probado ser potencialmente peligroso porque no ha sido acompañado de una ganancia en igual magnitud en autocomprensión y autodisciplina. Hemos buscado la perfección eliminando el elemento humano”.[8]

Más adelante Mumford recalca que “no podemos vivir con la ilusión del éxito en un mundo entregado a mecanismos desvitalizados, organismos desocializados y sociedades despersonalizadas: un mundo que ha perdido su sentido de dignidad hacia las personas casi completamente como lo hizo el Imperio Romano en lo más alto de su grandeza militar y su dominio técnico”.[9]

Queremos dejar establecido en la parte final de este ensayo, y acaso suene repetitivo, que no estamos en contra de la máquina, en cuanto máquina. Desde la revolución industrial, y desde mucho antes, el hombre ha dado pasos tecnológicos gigantes que han acortado distancias, se han descubierto variedades de alimentos que han paliado el hambre, en medicina, por ejemplo no sabemos hasta donde se pueda llegar con las células madre, o sea la tecnología llegó, vive con nosotros eso es innegable, y si pretendiéramos aquí a que volviéramos a las cavernas aceptaríamos la acusación de ser ineptos. Pero esa misma técnica nos ha traído también grandes dolores, veamos como lo resume Ernesto Sábato:

“Pero en cuanto levantaba la cabeza de los logaritmos y sinusoides, encontraba el rostro de los hombres. En 1938 trabajaba en el Laboratorio Curie, de París. Me da risa y asco contra mí mismo cuando me recuerdo entre electrómetros, soportando todavía la estrechez espiritual y la vanidad de aquellos dentistas, vanidad tanto más despreciable porque se revestía siempre de frases sobre la Humanidad, el Progreso y otros fetiches abstractos por el estilo; mientras se aproximaba la guerra, en la que esa Ciencia, que según esos señores había venido para liberar al hombre de todos sus males físicos y metafísicas, iba a ser el instrumento de la matanza mecanizada”.[10]
Las maquinas son importantes en nuestra vida, pero no al punto de convertirlas en dioses. “Si usted se enamora de una máquina, algo anda mal en su vida sentimental. Si adora a una maquina algo anda mal en su religión”.[11]

Quiero terminar dejando esta reflexión de un hombre que estuvo en el centro del conflicto más terrible del siglo XX y quizá de toda la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Me refiero al arquitecto Albert Speer, arquitecto del tercer Reich, primero, y luego Ministro de Armamento y Producción Bélica del Reich, el tribunal de Núremberg le condenó a 20 años de cárcel en la prisión de Spandau:

“Cuanto más se tecnifique al mundo mayor es el peligro…Como antiguo ministro de unos armamentos altamente desarrollados, es mi último deber constatar aquí que una nueva gran guerra acabaría destruyendo toda cultura humana y toda civilización. Nada impediría a una técnica y una ciencia que hubiesen escapado a nuestro control consumar la obra de aniquilación del ser humano que han iniciado ya en esta guerra tan terrible……Todos los estados del mundo corren el riesgo de caer bajo el terrorismo de la técnica….Por lo tanto cuanto más se tecnifique el mundo será más necesario que, en contrapartida, se fomente la libertad individual y el respeto de cada hombre hacia su propia dignidad……El complicado aparato del mundo moderno puede, mediante impulsos negativos que se incrementan mutuamente, descomponerse de forma irremisible. Ninguna voluntad humana podría detener esa evolución si el automatismo del progreso diera otro paso en su marcha hacia la despersonalización del hombre y lo privara cada vez más de la responsabilidad de sus propios actos[12].

Conclusión:
Vivimos bajo un mundo dominado por la técnica, la razón que prima en el inconsciente colectivo de occidente es la razón técnica. Mumford, al criticar el sometimiento del hombre, del ser humano, al dominio de este sistema al que ha llamado “la máquina” comenzó diciéndonos que el hombre no se ha levantado sobre las demás criaturas por su capacidad de construir herramientas si no por el despertar de su propia consciencia. Antes de fabricar herramientas el hombre soñó. Luego las herramientas se fueron haciendo más complejas hasta convertirse en una megamáquina compuesta de partes humanas que construyo las primeras grandes ciudades y las pirámides. Esta megamáquina se alimentaba de la esclavitud del hombre. Una esclavitud cuyo único fin fue construir templos para elevar a los reyes que eran los descendientes de los Dioses.

Hoy esta megamáquina de Mumford ha evolucionado en un sistema económico, corporativo, militar que ha desplazado el hombre del lugar que le corresponde en la civilización actual y se ha colocado en lugar de él un culto sin sentido a la máquina y a los productos de la máquina de la mano de la publicidad y del hiperconsumo excesivo de bienes industrializados, más allá de las necesidades propias de cada habitante de los grandes centros urbanos de occidente, convirtiendo en ese proceso al hombre en una mera herramienta pasiva, en un engranaje más de la megamáquina.

Para la humanidad los años que vienen serán muy decisivos, se enfrenta a retos que amenazan el estado actual de nuestra civilización. Las catástrofes naturales se incrementan por los daños al medio ambiente causados por la megamáquina, Estados nacionales que se desintegran y, parafraseando a Henry Adams, un arsenal de “bombas de violencia cósmica”[13] que están listas esperando a la espera de que se desate la locura. A todo esto se añade que al dejar de lado al hombre como ente principal del sistema todo el legado nuestro hacia el futuro se está desintegrando. No somos capaces de crear nada que no vaya con los intereses de la máquina. El arte, la cultura, el deporte, los sentimientos, lo que nos hace humanos y el objeto de estudio de la antropología, han sucumbido a los dictados de un sistema cuyo objetivo es el beneficio económico y nada más. La lealtad al prójimo, el amor a una bandera, al color de un equipo deportivo de una ciudad están en segundo plano bajo los actuales parámetros de éxito a toda costa y por encima de todas las cosas.

Ante este panorama solo la renovación de la vida podrá ayudarnos a enfrentar los retos que he señalado arriba. Tenemos que ser capaces de comprender las fuerzas que actúan en contra de esta renovación y enfrentarlas, pero más importante es comprender las fuerzas que motorizan la renovación de la vida. Pero esta decisión, este primer paso hacia la renovación del hombre no nos la puede dictar nadie, hace falta, quizá, volver a la conciencia antigua, a aquella que nos separó de las bestias y nos hizo humanos, solo entonces el hombre podrá domesticar a la máquina y usarla a su servicio no como en el Estado actual donde no somos más que una pieza al final de una línea de montaje.




[1] Queraltó, Ramón (1994). Razón científica y razón técnica en el fin de la modernidad. Anuario filosófico. Universidad de Navarra. Vol. 27. No 2. Pág. 684
[2] Habermas, Jurgen (1986). Ciencia y técnica como ideología. Madrid. Tecnos. Pág. 5
[3] March, Ana. Entrevista a Jorge Riechmann: Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos. Recuperado de http://www.culturamas.es/blog/2015/06/06/entrevista-a-jorge-riechmann-autoconstruccion-la-transformacion-cultural-que-necesitamos/
[4] Mumford, Lewis (1952). Arte y técnica. Pepitas de calabaza. La Rioja, España. 1 ed. 2014. Pág. 45
[5] Rodrigo Mora, Felix. Carta de Félix Rodrigo Mora al grupo de Facebook. “Amigos de Félix Rodrigo Mora”. Recuperado de http://www.felixrodrigomora.org/carta-de-felix-rodrigo-mora-al-grupo-de-facebook-amigos-de-felix-rodrigo-mora/
[6] Mumford, Lewis (1952). Arte y técnica. Pepitas de calabaza ed. Primera edición octubre 2014. Pág. 45
[7] Monbiot, George. How a corporate cult captures and destroys our best graduates. Recuperado de http://www.theguardian.com/commentisfree/2015/jun/03/city-corporates-destroy-best-minds?CMP=fb_gu
[8] Mumford, Lewis (1973). The condition of man. New York and London. A harvest/HBJ Book. Pág. 393 
[9] Ibid. Pág. 395
[10] Sábato, Ernesto (1951). Hombres y engranajes. Reflexiones sobre el dinero, la razón y el derrumbe de nuestro tiempo. Ed. EMECE. Pág.5.
[11] Mumford, Lewis (1952). Arte y técnica. Pepitas de calabaza ed. Primera edición octubre 2014. Pág. 117
[12] Speer, Albert (2008). Memorias. Barcelona. Editorial Acantilado. Pags.923-924,929
[13] Mumford, Lewis (1952). Arte y técnica. Pepitas de calabaza. La Rioja, España. 1 ed. 2014. Pág. 184

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